Tribuna Económica

Joaquín Aurioles

Minorías intransigentes, mayorías complacientes

En 2006 entró en vigor la ley antitabaco en España. Una minoría activa contra el hábito de fumar en lugares públicos conseguía imponerse sobre una mayoría pasiva y lo que inicialmente se presentó como un simple impulso fanático, terminó incrustándose perfectamente en nuestra cultura. Para la psicología social (Moscovici, 1967), la presión sin fisuras y sostenida de las minorías pueden terminar anulando el criterio de la mayoría. Se trata de una constante histórica en el sostenimiento de las minorías privilegiadas (nobleza, sacerdotes, dioses, etc.). La voluntad del soberano (dioses) eran "razón" suficiente para la defensa del orden y el sometimiento de la mayoría, pero tras la revolución burguesa el pacto social entre personas libres e iguales, terminó bifurcándose por los caminos del liberalismo y el comunismo, siempre persiguiendo la razón del orden social que imponían las minorías en el poder.

La realidad no es el resultado de la voluntad de la mayoría, sino de decisiones que las minorías imponen sobre las mayorías silenciosas. Sorprendentemente, lo contrario es poco probable. Si la mayoría de los españoles de raza blanca, católicos y heterosexuales pretendiesen adaptar las instituciones a sus intereses, frente a inmigrantes, musulmanes, ateos y homosexuales, serían inmediatamente acusados, y con razón, de racistas, intolerantes y homófobos, además de contrarios a los principios de tolerancia que caracterizan a las sociedades occidentales.

Razón y orden son ingredientes imprescindibles en todo pacto político de conveniencia y se construyen según el dictado de las minorías privilegiadas. Pensemos en el pacto ente PSOE y Unidas Podemos, cuya viabilidad depende del apoyo del nacionalismo vasco y catalán, o en el tratamiento privilegiado de Real Madrid y Barcelona a la hora del reparto de los multimillonarios derechos televisivos. En última instancia, el orden es el argumento que legitima el pacto, que, a diferencia de tiempos arcaicos, ha de surgir del acuerdo entre sujetos obligados a cargarse de razones que garanticen el conformismo de la mayoría silenciosa. Pueden ser razones científicas, históricas o simples delirios supremacistas, como los que tienden a ignorar la influencia de privilegios acumulados en la explicación de las mayores audiencias televisivas (por ejemplo, a la hora de fichar a los mejores jugadores) o del mayor volumen de recursos fiscales recaudados en los territorios que concentran mayor capacidad económica.

La búsqueda de espacios comunes entre partidos como el mejor camino hacia el acuerdo para la formación de un gobierno, tan insistentemente repetido durante la campaña electoral, choca frontalmente con lo que postulan las teorías sobre el poder de las minorías. Frente al acuerdo fácil sobre lo que se comparte, está el difícil reto del acuerdo en lo que se discrepa. Aquí es donde una minoría consciente de que el coste de oportunidad del no acuerdo es bastante mayor para el partido con aspiraciones de formar gobierno, encuentra la oportunidad de continuar ordenando la realidad que vivimos según su beneficio particular, con el silencio complaciente de la mayoría.

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