gregorio marañón bertrán de lis. presidente del patronato del teatro real

"Nunca hay que acomodarse en la inercia de la tradición"

-Define usted el éxito del Teatro Real como emblema de la colaboración entre las administraciones públicas y la sociedad civil, pero ¿por qué cree que no cunde más el ejemplo?

-Porque falta una mayor cultura cívica en España. Si hubiera que señalar una condición previa imprescindible para desarrollar un modelo de este tipo, sería una cierta renuncia de las administraciones públicas a intervenir en el día a día de una institución. Es necesario un gesto de generosidad y la confianza en que una fundación pública de un cierto nivel de autonomía, que permita la participación de la sociedad civil con una gestión que yo llamaría autónoma, profesional y estable, es incompatible con una intervención permanente de la política. Si el trabajo no se hace bien, hay que cambiar de gestores; pero si se hace bien, no sólo hay que mantenerlos, sino prolongar sus mandatos. Por más que la Administración pierda una parte de su discrecionalidad en la medida en que reconoce que en esa institución que funciona bien no va a intervenir.

-¿Su apuesta por Gerard Mortier como director titular fue su mejor manera de evitar para el Teatro Real cualquier zona de confort?

-En cualquier otro ámbito se pueden dar excepciones, pero en el mundo de la cultura tienes que arriesgar, no puedes acomodarte en la inercia de la tradición. Eso sí, hay que asumir elementos de riesgo, pero siempre y cuando esos elementos sean propios de la excelencia: no puedes arriesgarte por la mediocridad. Pero las apuestas por la excelencia, a la larga, siempre compensan. El riesgo es aquí siempre infinito, se asuma o no; y el riesgo de la inacción es todavía mayor que el de la mediocridad. Quien por no equivocarse deja de tomar una decisión ya está cometiendo un error fatal.

-¿Y qué balance hace del trabajo de su sucesor, Joan Matabosch?

-Me parece excelente. Matabosch es el único gran director del mundo de la lírica en España; para buscar otro, habría que hacerlo en otros países. A partir de aquí, considero que está haciendo las cosas con mucha inteligencia. Mantiene en lo esencial el proyecto de Gerard Mortier, pero introduciendo variables muy interesantes, como un mayor equilibrio entre innovación y tradición en la programación, lo que permite que el público entre en la propuesta de una manera más suave.

-Fue en la puesta en escena donde Mortier hizo inclinar más la balanza.

-Como gran innovador, Mortier llegó a la conclusión de que la ópera no era sólo una cuestión de voces y que el elemento dramatúrgico tenía que cuidarse con el mismo mimo. Era evidente que si teníamos en un personaje a una adolescente enamorada, ahí no podías poner a una soprano de 527 kilogramos que no se movía un centímetro y se limitaba a interpretar su aria mirando al público. Mortier quería cantantes que convencieran respecto a la credibilidad del personaje, y esto le llevó a ser muy desconfiado con las grandes voces, porque sostenía que los grandes divos hacían esto, limitarse a cantar sus arias mirando al aforo sin comprometerse con sus personajes dramatúrgicamente. Esto era cierto hace treinta o cuarenta años, pero hoy contamos con una amplia nómina de cantantes, incluidos algunos de los mejores del mundo, que están dispuestos a hacer teatro.

-¿La dirección artística da entonces menos jaqueca?

-Es una cuestión de estilos. Mortier era muy provocador, muy polémico, mientras que Matabosch es más seductor: prefiere hacer un discurso envolvente antes que insinuar que quien no le entiende es idiota.

-Pero, ¿no resulta conveniente mantener la polémica como escaparate?

-Sí. De hecho, la polémica continúa. En el reciente estreno del Otello hubo una bronca para el director de escena monumental, y hubo voces desde el público, creo que injustificadas, que criticaban al director musical. Si lo hacemos bien, la polémica va a continuar. Otra cosa es que respondamos respetando la polémica o tachando a quien patalea de analfabeto. Esto no ayuda a apaciguar los ánimos. Pero habría que decir, en defensa de Mortier, que fue un polemista toda su vida y que en España se encontró por primera vez polemizando en un idioma que no dominaba. Su formación con los jesuitas le había convertido en un polemista agudo, pero al no expresarse bien en español a veces respondía en un tono grueso que no siempre nos fue favorable.

-Ahora el Teatro Real realiza emisiones de sus óperas en cines y museos de toda España, y también a través de las redes sociales. Hay mucho que ganar, pero ¿qué se puede perder?

-Cuando se toman determinadas decisiones, surgen los riesgos y también los agoreros. Hay quien dice estos formatos se van a canibalizar; es decir, que si ves una ópera en un cine ya no vas a querer verla en un teatro. Pero yo lo veo en otros términos: en un teatro caben 1.700 personas, y esto es limitadísimo. Si quieres que la ópera esté en el centro de la sociedad, hay que llevarla a espacios abiertos. Hemos retransmitido óperas por Facebookque han sido vistas por 21 millones de personas; si yo estuviera entre ellas y no hubiera ido nunca a la ópera, lo que querría es ir para ver cómo sucede todo en directo. Hay riesgos, pero ganamos más si la ciudadanía percibe la ópera como un elemento cultural vinculado a sus inquietudes.

-¿Le preocupa la pérdida de peso específico de las artes y las humanidades en el currículum educativo?

-Me preocupa mucho la falta de una sensibilidad cultural en nuestro país. Y esto va mucho más allá de la ópera. En estos momentos en que en determinados territorios de España aparecen voluntades secesionistas, hay que tener claro que lo único que puede cohesionar a una ciudadanía es la cultura.

-¿Echa de menos una reivindicación de la tradición liberal que cristalizó en el Cigarral en los años 20?

-No hay que olvidar que en aquellos años España sufría una tasa de analfabetismo de un 50%. El país estaba desestructurado socialmente, no había clase media, y de ahí surgió un pequeño grupo que predicaba una utopía de salvamento de ese país a través de la educación y la libertad. Hoy vivimos en un país distinto, donde el acceso a la cultura es mucho más inmediato y donde el peso de aquellos profetas de la cultura es mucho menor. Aquél fue un momento entrañable y esperanzador que terminó con una guerra civil, una dictadura y una paz que no se llegó a sellar.

-¿Se considera usted, como su abuelo, un trapero del tiempo?

-Prefiero hacer mía otra frase: vive todo el día como si estuvieras de viaje y aprovecharás el tiempo mejor.

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