Leoncio López-Ocón | Historiador

"La ciencia vertebró el imperio de los Habsburgo"

El historiador Leoncio López-Ocón.

El historiador Leoncio López-Ocón. / M. G.

Leoncio López-Ocón Cabrera (Las Palmas de Gran Canaria, 1956) es investigador en el Departamento de Historia de la Ciencia del Instituto de Historia (CSIC) y, entre sus publicaciones, destacan Breve historia de la ciencia española (Alianza) y la autoría de una edición de Los tónicos de la voluntad (Gadir), de Santiago Ramón y Cajal.

–Cervantes, Velázquez, Goya, Lorca, Dalí o Buñuel son unos pocos españoles conocidos en todo el mundo por su obra. ¿Es España más de artistas que de científicos?

–Es indudable que en la producción cultural hecha por los españoles sobresalen literatos y artistas, sean pintores o cineastas. Pero hay que subrayar que esos creadores dialogaron intensamente con la ciencia de su época y con los científicos con los que convivieron. Fue por ejemplo el caso de Lorca, Dalí y Buñuel, que se formaron en la Residencia de Estudiantes de la Junta para Ampliación de Estudios, en la que había allí instalados laboratorios de destacados científicos que también estuvieron presentes en la edad de plata de la cultura española. Por esa razón el enclave donde estaba situado ese lugar de nuestra memoria fue denominada la colina de las ciencias.

–Sin embargo, ni Cervantes ni Lorca igualan a Santiago Ramón y Cajal. El Premio Nobel de Medicina de 1906 es el autor del segundo libro traducido a más lenguas de la historia de la edición.

–Su libro Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados es uno de los grandes libros científicos universales y, en la proyección global de la cultura española, equiparable al Quijote, pues se sigue traduciendo y editando continuamente. Cajal, en efecto, es una figura fundamental de la ciencia universal. Sus aportaciones en el ámbito de la neurología, como ha destacado recientemente el catedrático de Histología de Antonio Campos en una conversación que tuvimos en la Fundación Ramón Areces sobre el papel de los españoles en la historia de la ciencia, siguen vigentes e inspirando el quehacer de todos los exploradores del cerebro humano y estudiosos de nuestro sistema nervioso. 

–¿No le falta reconocimiento? Lo sitúan en el mismo nivel que Galileo, Newton, Darwin o Einstein.

–Existe un gran contraste entre el enorme reconocimiento que el Estado y la sociedad española le dio en vida a don Santiago, proporcionándole medios para sus investigaciones y rindiéndole un culto cívico en múltiples lugares, desde las escuelas a los laboratorios, desde las calles y plazas de nuestras ciudades a los jardines del Retiro, donde existe un imponente conjunto escultórico debido al cincel de ese gran escultor que fue Victorio Macho. Otra cuestión es cómo se dilapidó su legado durante el franquismo al exiliarse al exterior o al interior gran parte de su escuela. Ahora, al parecer, se quiere deshacer ese entuerto. Y el actual ministro de Ciencia e Innovación está empeñado en crear, por fin, un gran museo estatal dedicado a Cajal y su escuela. Por otro lado, existe un permanente interés por su labor y su obra. Y así una edición crítica que hice de Los tónicos de la voluntad de Cajal, en la editorial Gadir, encuentra lectores continuamente y ya va por la cuarta edición.

–La contribución de España a la historia de la ciencia universal se ha considerado desigual. ¿Pesó tanto la Inquisición y las guerras de las religiones como se dice?

–En efecto ha sido una aportación desigual. Han sido más relevantes en el ámbito de las ciencias biomédicas y menos notable en el ámbito de las ciencias físico-químicas. Es cierto que la Inquisición, que buscó la ortodoxia religiosa a lo largo de la era moderna, persiguió a médicos de origen judío y estableció una censura de libros que coarta la libertad de pensamiento, pero por otro lado hubo órdenes religiosas, como la de los jesuitas, con notables contribuciones a las actividades científicas, produciendo notables naturalistas como José de Acosta, cuya Historia natural y moral de las Indias fue muy influyentes, y destacados matemáticos que realizaron una notable labor cartográfica en los territorios americanos.

–¿No fueron los árabes andalusíes conspicuos médicos?

–Desde hace décadas se han efectuado numerosos estudios para destacar la importancia que tuvo el cultivo de las ciencias en Al Ándalus, como la astronomía o la agronomía. Pero indudablemente el cultivo de los saberes médicos fue espectacular. Los fundamentos de la medicina y de la cirugía de la España y la Europa bajomedieval los proporcionaron una serie de médicos andalusíes. Entre ellos, destacaron Abulcasis, nacido en Medina-Azahara, y que está considerado el mejor cirujano de la Edad Media. Gracias a los árabes se recuperó el legado científico griego, con su política de traducciones, y trasvasaron conocimientos del Oriente al Occidente. Crearon una red hospitalaria en Al Ándalus e introdujeron técnicas como la anestesia por inhalación y medidas higiénicas como las aguas perfumadas. En los siglos X y XI las grandes ciudades de Al Ándalus, como Córdoba, Granada, Toledo y Sevilla, se encontraban en la avanzada científica del continente europeo. 

–La astronomía aplicada a la navegación fue el punto de apoyo de la ciencia de los siglos XIV, XV y XVI. ¿Era España la potencia del I+D más innovador de la época?

 –Evidentemente la expansión ibérica, castellana y portuguesa, por los mares del mundo es ininteligible sin el dominio de conocimientos astronómicos y cartográficos. En el caso de Castilla, la Casa de Contratación de Sevilla fue un importante foco de producción de conocimientos cartográficos y de formación de marinos que permitieron a las naves castellanas surcar los principales océanos y servir de elementos de vertebración del imperio universal que construyeron los primeros Habsburgo –Carlos V y Felipe II– en el siglo XVI. En ese período, indudablemente, el uso de los conocimientos científicos y técnicos de la época ayudó a construir y consolidar un vasto sistema colonial. Esos saberes que se difundieron desde las universidades castellanas, entre las que destacaron las de Alcalá y Salamanca, tenían un carácter eminentemente práctico. Sus facultades de medicina fueron muy importantes y sus juristas contribuyeron a sentar los fundamentos del derecho internacional. Pero, más allá de las universidades, se crearon academias y otros centros de saber para cultivar disciplinas que eran estratégicas para la Monarquía, como las matemáticas. Todo el esplendor de las obras arquitectónicas del Renacimiento español, del que en Andalucía hay magníficas contribuciones en las ciudades de Úbeda y Baeza, es ininteligible sin un sólido conocimiento de las matemáticas.

–Pero mientras Europa revolucionaba las matemáticas y la física en los siglos XVI y XVII, España se dedicaba a recontar y describir el ancho y ajeno Nuevo Mundo.

–La invención de América, es decir la incorporación de una quarta pars al imaginario europeo, prisionero de un esquema tripartito en la configuración del mundo, supuso un reto intelectual de colosales dimensiones en el mundo renacentista, en el que la sociedad castellana salió airosa gracias a un despliegue de conocimientos científico-técnicos procedentes del humanismo europeo y a su interacción con los conocimientos nativos. Recientes trabajos como el de Juan Pimentel en su libro Fantasmas de la ciencia española prueban que el hallazgo del Mar del Sur, es decir el avistamiento de los europeos por primera vez del Océano Pacífico, se debió a la interacción de los conocimientos de los castellanos con los saberes geográficos de las poblaciones amerindias. La renovación de los estudios filológicos en las universidades castellanas que permitieron a Antonio de Nebrija elaborar una de las primeras gramáticas de lenguas europeas, como fue la que hizo del castellano en 1492, facilitó posteriormente a evangelizadores hispanos realizar una importante labor lingüística en tierras americanas, haciendo gramáticas y vocabularios de las principales lenguas amerindias. Cabe destacar al respecto la Gramática de la lengua quichua y el Diccionario quichua-castellano, publicados en 1560 en Valladolid por el dominico sevillano fray Domingo de Santo Tomás, íntimo amigo de Las Casas, y que había acumulado una gran experiencia como misionero en el Perú. El control del inmenso territorio de la mayor parte del continente americano se basó en un ingente acopio de materiales geográficos y etnográficos, como destacara en el siglo XIX Marcos Jiménez de la Espada, el fundador de los estudios americanistas en la España contemporánea, tras haber sido el principal viajero naturalista de la última gran expedición científica enviada por los gobiernos españoles al continente americano: la Comisión Científica del Pacífico. Este destacado naturalista, a pesar de sus importantes aportaciones como zoólogo y como historiador de la ciencia, es uno de los personajes olvidados de nuestra historia científica, de la que no hay que vanagloriarse en exceso, pero tampoco lamentarse de sus carencias y caer en un triste desaliento.

–En el siglo XVIII cambian las tornas. Los Borbones sufragan expediciones científicas. ¿Qué produjo ese cambio de actitud?

–La Comisión Científica del Pacífico, organizada en 1862 en un momento de cierta paz civil y de crecimiento económico en la España de Isabel II, pretendió en cierta medida imitar el viaje de circunnavegación del globo que había efectuado a finales del siglo XVIII la expedición liderada por el marino Alejandro Malaspina, considerada "una enciclopedia ambulante". Además se tenía presente en la memoria colectiva el conjunto de expediciones botánicas que se habían enviado a diversos virreinatos americanos a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, la más importante de las cuales fue la que dirigió en el virreinato de la Nueva Granada el médico de origen gaditano José Celestino Mutis. Esas expediciones, que se inscribían en una especie de reconquista de las colonias americanas, aspiraban a introducir en la economía europea plantas de valor comercial, como el añil o el cacao, y a mejorar el repertorio de la farmacopea mediante un mejor conocimiento de la quina, tan decisiva para combatir el paludismo. 

–Notables mentes del XVIII como los hermanos Elhuyar o Aréjula fueron enviados a copiar planos y fórmulas de las fábricas y los ateneos europeos. El espionaje industrial no es una cosa nueva, ¿verdad?

–Mientras los botánicos de esas expediciones recorrían el continente americano, otros viajeros ilustrados españoles recorrían el continente americano para observar los adelantos en la construcción naval, en la industria o en la mineralogía de los centros fabriles europeos. Así hicieron marinos científicos como Jorge Juan y Antonio de Ulloa, el ingeniero de caminos de origen canario Alejandro de Betancourt o los mineralogistas hermanos Elhuyar. Pero lo que hacían era imitar la conducta de otros ilustrados. Es famoso el viaje efectuado en diversos países de la Europa occidental por el que luego sería el gran zar Pedro el Grande para espiar técnicas de construcción naval que luego aplicaría para construir en Rusia una gran flota. 

–El vanadio, el platino y el wolframio son los tres elementos químicos con autoría española de la tabla periódica. ¿Fue el hallazgo del wolframio una consecuencia de ese espionaje?

–No fue exactamente así. Los dos hermanos Elhuyar ciertamente hicieron espionaje industrial, pero también en sus viajes intercambiaron conocimientos con relevantes científicos, fundamentalmente geólogos y químicos, alemanes, austríacos y suecos. Uno de ellos, el profesor de la Universidad de Upsala Tobern Bergman puso a Juan José Elhuyar sobre la pista del descubrimiento del wolframio al transmitirle su sospecha de que existía otro elemento metálico, no conocido hasta entonces, en el mineral conocido como scheelita, y enseñarle el método apropiado "para conocer materias extrañas en diferentes tierras". En el caso del mineral scheelita se podría obtener reduciendo un ácido, el denominado ácido túngstico. Tras su regreso a España los dos hermanos aplicaron los conocimientos obtenidos en su periplo europeo en la institución que les contrató como profesores: el Seminario Patriótico de Vergara, el principal centro científico de la Ilustración vasca. Y así, en 1783, los dos hermanos consiguieron aislar el wolframio, el primer elemento químico descubierto sin ser extraído directamente de la naturaleza, ya que no existe en forma libre. Fue el 28 de septiembre de ese año cuando los Elhuyar presentaron a las Juntas Generales de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, impulsora del Seminario Patriótico de Vergara, la memoria en la que comunicaban públicamente su hallazgo, que se tradujo en los dos años siguientes al sueco, francés, inglés y alemán. Explica bien este acontecimiento José Manuel Sánchez Ron en su reciente obra El país de los sueños perdidos.

–Dicen que la guerra es una fuente de ciencia, sin embargo, pese a los conflictos del XIX, tampoco fue España un modelo de innovación, ¿no le parece? 

–En ciertas ocasiones la guerra ha sido, en efecto, fuente de innovaciones científico-técnicas. Así lo mostré a través de diversos casos históricos, como los de la Revolución francesa y la Primera Guerra Mundial, en el artículo Movilizaciones y escisiones de la comunidad científica en tiempos de guerra. Pero en el caso español, en la época contemporánea, las guerras han sido fuente de calamidad y de destrucción severa de las infraestructuras científicas. La invasión napoleónica contribuyó a debilitar profundamente el esfuerzo renovador impulsado por los ilustrados. El desmantelamiento de un gran telescopio Herschel que acababa de instalarse en el Observatorio Astronómico de Madrid es el símbolo de ese derrumbe. Y la Guerra Civil produjo la diáspora de una parte sustantiva de la élite formada por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas que había contribuido a dinamizar el sistema científico-técnico durante el primer tercio del siglo XX. Son esas guerras las que han provocado un carácter estructural de la ciencia española, como es el de su discontinuidad, o su fenómeno de "guadianización", como expuse en mi Breve historia de la ciencia española, publicada por Alianza editorial.

–Luego, aparte del portento de Ramón y Cajal, el siglo XX dio a otro Nobel de Medicina, Severo Ochoa, que estudió el bachillerato en Sevilla. ¿Qué otro científico de la contemporaneidad ha estado tan cerca de la gloria?

–Por la web de los Premios Nobel, que permite acceder a las nominaciones anteriores a 1969, se sabe que no ha habido españoles nominados ni en Física ni en Química y, aparte de Cajal y Severo Ochoa, ha habido otros cuatro españoles nominados para el Nobel de Medicina y Fisiología. Según nos recordó el periodista Rafael Camarillo Blas fueron el bacteriólogo tarraconense Jaume Ferrán i Clúa, que fue nominado seis veces entre 1911 y 1921 por descubrir una vacuna contra el cólera; el fisiólogo malagueño José Gómez Ocaña, nominado tres veces entre 1913 y 1918 por sus trabajos sobre secreción endocrina; el también fisiólogo barcelonés Augusto Pi y Sunyer, que fue nominado seis veces entre 1915 y 1920 por sus trabajos sobre quimiorreceptores y su importancia en la respiración y en la regulación de azúcar en la sangre. Y el neurohistólogo Pío del Río Hortega obtuvo tres nominaciones entre 1929 y 1937 por sus trabajos sobre histopatología del sistema nervioso, especialmente sobre el tejido glía, que sirve de apoyo a nuestras neuronas. Fue muy relevante su descubrimiento de la microglia, denominada también "célula de Hortega" en su honor. Murió en su exilio argentino, tras haber dirigido el Instituto del Cáncer en los años republicanos. Otros integrantes de la escuela de Cajal, como Rafael Lorente de No y Fernando de Castro también hicieron contribuciones científicas importantes que les dejaron en puertas de ser nominados al Nobel. 

–Como historiador, ¿cómo explicará la enciclopedia científica del siglo XXV la pandemia del coronavirus de 2020-2021?

–Inscribiéndola en una entre otras pandemias que ha sufrido la humanidad a lo largo de la historia, comparando sus estragos con los que produjeron otras ocurridas en otros tiempos, como la peste negra que diezmó la población de Eurasia y el norte de África en el siglo XIV, en el tiempo en el que Boccaccio compuso el Decamerón, o la mal llamada gripe española, que golpeó intensamente a la población mundial en el bienio 1918-1919, como está haciendo actualmente la del coronavirus. Todas ellas revelan las fragilidades de las sociedades humanas y las profundas desigualdades que desestabilizan sus estructuras socio-económicas. También haría hincapié en la multitud de fuentes audiovisuales generadas por esta pandemia que nos asola, cuyas consecuencias de todo orden son aún difíciles de prever.

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