Mauricio Wiesenthal. Escritor

"Un crítico literario sin humor es como un eunuco en un harén"

  • El autor regresa estos días a Andalucía para participar en un 'diálogo literario', organizado por la Universidad de Granada, junto al periodista Alfredo Valenzuela.

Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) es a pesar de su afición al Romanticismo y a la bohemia, un hombre del Renacimiento: es autor de narraciones, ensayos y biografías, además de colaborar en varias obras enciclopédicas. Es enólogo y fotógrafo. También ha sido profesor de Historia de la Cultura en la Escuela Superior de Comercio de Cádiz, profesor del Centro Cultural del Vino de Barcelona y conferenciante invitado en distintas Universidades. Estos días regresa a Andalucía para participar en un Diálogo literario, el que organiza la UGR en La Madraza este lunes junto a Alfredo Valenzuela.

-Hijo de un catedrático, nieto de un impresor alemán y biznieto de un músico. ¿Qué le ha quedado de cada uno?

-El respeto por mis maestros, la admiración por los artesanos que buscan la obra bien hecha, y el sentimiento de que una vida de artista es una vida de trabajo y de fe. 

-"Cuando tenía 7 años mis padres me regalaron una bicicleta y ya no me vieron más". Con esa ironía ha resumido usted su juventud de trabajos mal pagados y viajes errantes. ¿Era un bohemio o lo sigue siendo? ¿Qué recuerda de toda esa etapa?

-Recibí de mis padres mucha educación y poco dinero. Digamos que sigo siendo un bohemio que anda ahora más despacio. De vez en cuando claudico un poco al caminar, más o menos como andan las cosas en España. Vivo de alquiler, no tengo coche, he coleccionado una feliz memoria de la vida, incluyendo las fatales enfermedades que -gracias a Dios- superé. Soy creyente y creo más en el milagro que en la lotería. Espero morir curado... 

-También fue autor de reportajes de viajes durante esa etapa. ¿Qué le gustaba más, viajar o contar luego ese viaje?

-Todos los lugares tienen algo incómodo o feo. Sólo la literatura permite perdonar los defectos, bendecir a los que nos dan caridad y embellecer los recuerdos.

-¿Qué rincón, país o experiencia le ha dejado más huella?

-He viajado siempre siguiendo a mis maestros, porque el mundo me interesa sólo como escenario de la vida. No puedo olvidar mis viajes a Rusia tras las huellas de Tolstoi. He conocido a Sacha Tolstaia, a Golo Mann y a Anna Freud, mantuve también correspondencia o amistad con todos los amigos que quedaban de Stefan Zweig y de Rilke, y he recorrido por completo todos sus lugares, hasta el punto que podría decir que  "soy el último superviviente del mundo de ayer". No olvido a los santos de mi calendario y me gusta peregrinar a sus santuarios.

-En su libro El esnobismo de las golondrinas (Edhasa 2007), inventó un "narrador literario" que le permitiera una mirada humanista, idealista y romántica de los lugares sagrados de la cultura europea. ¿Qué opina de ese tipo de turistas que sólo quieren llegar, hacerse una foto para subirla a las redes sociales, y salir corriendo?

-Las golondrinas eran compañeras de Atenea en La Odisea. Por eso titulé así este libro en el que conté -en clave literaria- mi iniciación a través de los viajes. Creo que la figura del viajero es iniciática y noble, ya desde la literatura clásica. El turista es lo contrario: un tipo capaz de hacerse una fotografía con su cara en primer plano, tapando la esfinge de Gizeh, el Partenón, la Gioconda o una fuente  del Generalife. ¡Mamá, soy yo, estoy aquí!...

-También vivió en París en los años de transición entre el existencialismo y los movimientos de Mayo del 68. En referencia a la frase de Matin Luther King "I have a dream" ha dicho: "Yo soy el hijo de aquel sueño". A día de hoy, ¿la descendencia de todo aquel movimiento es la desilusión, o la esperanza?

-De aquello nos queda la fe, la creencia profunda en la dignidad de la vida, la idea  de que sin "misericordia" no hay civilización posible, el convencimiento moral de que si no luchamos por valores espirituales y no pasamos esos ideales a nuestros hijos, nuestro holocausto será una vergüenza. 

-También es enólogo. ¿La literatura y el vino pueden mezclarse fuera de los libros sobre esta materia, o son malos compañeros?

-El vino me ha permitido ganarme honradamente la vida para poder hacer una literatura absolutamente libre, sin depender de ningún apoyo partidista ni de ninguna capilla. Estoy contento de haber podido vivir de "etiqueta". 

-De usted ha dicho la crítica que es una "un autor de raza", ¿eso qué significa?

-Supongo que quieren decir que soy de la "raza cañí", de los que llevamos el arte gitano en las venas. Cuando uno va a firmar libros a una feria, hay pocos gitanos cruzando el monte de la literatura... Un día estuve en una mesa firmando con el hombre del tiempo, una joven muy simpática de un programa rosa, y un marqués que escribía en los ratos libres... "¿Usted que escribe?" -me preguntó-. "Nada, en los ratos libres, yo hago de marqués"...

-En su Libro de Réquiems (Edhasa, 2004) repasa la historia de personajes que de un modo u otro han estado presentes en su vida, como Coco Chanel, a la que conoció personalmente. ¿Cuál es su principal recuerdo de la mítica diseñadora? 

-Gabrielle (era su nombre) era una pantera negra que se había liberado de algunas cadenas. Así era su estilo. Pero yo la conocí ya de mayor, como una abuela genial, y creo que le gustó cuando le dije que "para mí era como una colegiala rebelde". Así vestía a sus clientas...

-¿Y de Cocteau, otro de los iconos del siglo XX?

-Jean Cocteau era el esprit (en la tradición española lo llamaríamos "talento"). Era, a la vez, él y el otro. Y lo que no se le ocurría a él se le ocurría al otro. 

-De todas las figuras que ha encontrado a lo largo de su vida, ¿cuál le ha impresionado más?

-Sarah Melbourne, mi primera mujer. Yo le dije un día: "Sarah, tú no sabes a dónde quieres ir". Y me respondió: "Lo único que tengo claro es que no quiero ir contigo".

-También ha tocado el palo de la literatura humorística en Galería de la estupidez (Salvat, 2000). ¿Si este género está desprestigiado es porque los críticos no tienen sentido del humor?

-Un crítico sin humor es como un eunuco en un harén. Sabe  siempre cómo hacerlo mejor, pero él no tiene los medios.

-¿Cuál cree que es el principal disparate de la sociedad actual?

-La sociedad es un pacto, muy civilizado y evolutivo, de tolerancia, de jerarquía y de orden. Por eso conduce al progreso. El disparate es confundir esto con el populismo, que es vegetativo, invasivo y sólo admite crecimiento. No es lo mismo el crecimiento que el progreso.  

-Ahora ha vuelto a un género que conoce bien, el de la biografía, con una obra sobre Rilke: El vidente y lo oculto, planteada para ahondar en la figura del hombre. ¿Qué descubrirá el lector a través de su mirada sobre este poeta de culto de personalidad fascinante?

-Espero que mi lector me acompañe lentamente -es un libro escrito en tiempo de adagio- en esta confesión de una vida con muchas sombras. La verdad de un hombre entregado a un delirio (en este caso, Rilke: un genial poeta) está más cercana al escándalo que a la falsa "ejemplaridad" burguesa. El destino de los "rechazados" es no ser comprendidos por los "buenos fariseos".

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