Francisco Carrillo | Historiador, periodista y escritor

"El populismo es la homeopatía de la política"

"El populismo es la homeopatía de la política"

"El populismo es la homeopatía de la política" / m. g.

Con el nombre del dictador, el apellido del antiguo secretario general del PCE y habiendo nacido un 18 de julio y el año del golpe de Tejero, Fran Carrillo (Córdoba, 1981) bromea con que su destino era la política. Tras estudiar durante años el fenómeno populista -"el populismo quieren granjearse el apoyo popular, que es lo normal, y el populista reviste ese populismo de mentira y manipulación"-, este politólogo coordinó en la editorial Deusto El porqué de los populismos justo antes de encabezar la lista de Ciudadanos en Córdoba para el Parlamento andaluz, pero como independiente.

-¿Y qué es el populismo?

-Es el musgo, los jaramagos y el óxido que aparecen en un edificio abandonado, que emergen con fuerza cuando una crisis como la que ha sucedido en Europa desgarra los cimientos. O se reforma o el edificio se cae.

"Las reformas y la verdad de los hechos es la vacuna adecuada para los populismos reaccionarios"

-Hay quien relaciona la secuencia crisis económica-desencanto-populismo con la que ocurrió hace un siglo. ¿Ve similitudes?

-La historia es un juego caprichoso en el que se repiten los actores y los guiones, sólo cambian los escenarios. El populismo es un virus que espera incubando para irrumpir si en el sistema no existen las vacunas adecuadas.

-¿Cuál es la vacuna?

-Aparte de las reformas, la verdad de los hechos. El populismo reaccionario -que se viste de progresismo- se alimentan de falsas promesas y esperanzas irrealizables. Eso es peligroso para las democracias. Los populistas se aprovechan de la desesperación para prometer soluciones milagrosas. Es como la homeopatía de la política, una pseudociencia a la que recurren los ciudadanos desesperados.

-¿Por qué el populista, como ha escrito, prefiere ganar un debate en televisión a persuadir a los ciudadanos con un programa de Gobierno?

-Porque la televisión es el canal por el que se modifican las conciencias. Y puede usarse positiva o negativamente: desinformando, manipulando, adoctrinando, como hace la TV3 en Cataluña. Por cierto, es lo primero que le ha pedido Podemos al Gobierno de Pedro Sánchez.

-Tengo un amigo, partidario de Podemos, que considera indecente comparar a Le Pen con Pablo Iglesias.

-Bueno, depende del marco. Iglesias no es racista como Le Pen, pero los dos sacan tajada del caos.

-Tampoco cree mi amigo que Iglesias sea un populista como Trump.

-A ver. ¿Han llegado ambos al poder con un discurso frente al sistema establecido desde fuera de la política? Sí. ¿Están en contra de lo que publican ciertos medios para socavar su credibilidad? Sí. ¿Se manifestaron en contra de tratados comerciales considerados neoliberales? Sí. ¿Ambos usaron el descontento para atacar la deslocalización de las empresas? Sí. ¿Hay motivos para comparar las conductas de ambos? Aunque haya diferencias, podemos decir que sí.

-Comentó antes el racismo. Usted cita a Todorov para afirmar que "el miedo al otro será el origen del primer gran conflicto del siglo XXI". ¿Cree que el PP y Ciudadanos están sucumbiendo al discurso populista con la inmigración?

-En un asunto tan complejo que sobran eslóganes y faltan explicaciones. Debe partirse de que nadie feliz en su país quiere irse. Los países desarrollados hablan de hacer política en los países de origen, de llegar a acuerdos con los gobiernos locales sobre ayudas económicas bajo controles exhaustivos que creen las condiciones necesarias para facilitar la vida en sus países. La emigración permanente no es una solución, pues llegará un momento en el que se agote la capacidad de acogida. Si la UE aborda esas políticas, las migraciones no serán un problema en tres o cuatro generaciones.

-¿Quién cree que representa más ejemplarmente en España el discurso de la hormona -el populismo- frente al discurso de las neuronas?

-Torra y Puigdemont. Para ellos, lo que importa es el sentimiento. Han prostituido las instituciones para decir que lo importante no es lo que eres, sino lo que sientes que eres. Y, claro, por mucho que uno se sienta una rana, no deja de ser un humano. El sentimiento, que es legítimo, no puede estar por encima de la realidad política y de la ley.

-¿Son las redes sociales más aliados de los populistas que del resto?

-Las redes son el sancta sanctorum del jaleo. Más que una herramienta de comunicación entre el político y el ciudadano es una comunidad del insulto digital. El político que no sale de Twitter vive la realidad desde una jaula.

-Sostiene que el votante no castiga la mentira como antes. ¿Qué castiga ahora?

-La soberbia de sostener la mentira. Si un político yerra, debe reconocerlo, pedir perdón y fuera. No cuesta nada. El cambio de posición o de criterio no debería ser negativo para un político.

-Nuestro cerebro político, ha defendido usted, es un cerebro emocional. ¿Se va a las urnas como se va a un estadio a animar al equipo?

-En gran parte sí. Cuando votamos reafirmamos prejuicios. Tenemos un cerebro tribal y binario: izquierda, derecha; arriba, abajo; nuevo, antiguo...

-Sin embargo, hay trasvases de votos entre los partidos hasta ahora insólitos. Del PP a Podemos, del PSOE a Ciudadanos o al PP y al revés...

-Suele ser gente sin una ideología definida que vota por el ánimo que le despierta una persona o un movimiento y que está frustrada por ver incumplida su esperanza. Sí, hay trasvases raros. Estamos en una época prerrevolucionaria en la ciudadanía. La sociedad abraza nuevas políticas más allá del sistema tradicional. Frente a eso hay una resistencia que opta por volver a la esencia, a los polos de la izquierda y la derecha.

-Napoleón dijo que en política la estupidez no es un impedimento. ¿Lo es la lucidez?

-No es un impedimento, pero tiene un peaje. A los políticos lúcidos, que los hay, no se les escucha. Sus formas no encajan con el consumo informativo fast food. Hoy no hay tiempo para digerir información y procesar explicaciones. Azaña, Cánovas o Sagasta tendrían hoy menos votos que Rufián. Eso merece una reflexión.

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