Feria

Enrique Ponce, el soberano poder

PRIMARIA y secundaria en el bando de la obligatoriedad, y el bachillerato, la formación profesional y la universitaria en el de la voluntariedad aunque, por necesarias, cada día menos opcionales.

He aquí la larga vereda formativa y educativa, esta última "a pachas" con la casa de cada cual (o así debería de ser para el bien de una sociedad que avanza diluyendo sus valores y cercenando sus raíces) que deslindamos desde que, prácticamente, abrimos los ojos.

Las leyes orgánicas que rigen o descoyuntan, según el catalejo que empleemos en mirarlas, la educación en nuestro país junto, cómo no, con la importante espesura de normativa arrojada desde las comunidades autónomas, establecen determinados currículos para cada etapa. En ellos, y a pesar del carácter transitorio y la pasmosa volatilidad de estos textos legales, se abordan innumerables materias como instrumentos para descubrir que el mundo navega más allá del horizonte que creemos ver. Menos mal. Llegamos a los dieciséis años habiendo conocido a los más opulentos emperadores, a los hombres y mujeres que bajo el peso de la corona dibujaron el mapa administrativo del planeta, gobernantes de toda la gama cromática posible, escritores que hicieron germinar versos eternos, pintores y lienzos que se funden en un solo concepto o músicos que firmaron las melodías de amaneceres y primaveras.

Aprovechando que por estas fechas se acerca la "vuelta al cole" ha llegado el momento de hacer un hueco en los libros de texto, pues falta un eslabón en la cronología cultural de un mundo empeñado, y con razón, en ser plural. La vida y obra de un monarca, absoluto en el buen sentido del término, que tras veintiséis años de reinado, sin trazar frontera alguna, sin otra polvareda que la afición y sin más armas que una inteligencia y capacidad innatas, ha conquistado el feudo de la Tauromaquia y, por ende, también parte del territorio de la cultura. Porque esto, que sepamos, también es cultura.

Su trayectoria escapa al poder de cualquier calificativo, los números que apuntalan su carrera sencillamente abruman al más exagerado y su labor, tarde tras tarde, se convierte en una lección de la lengua extranjera que únicamente conocen el toro y él.

Don Enrique Ponce, soberano, ha trascendido los límites que creíamos lógicos y, una vez allí, se ha instalado para otear desde las alturas cómo el toreo se mueve bajo sus pies.

Y ha arribado sin dádivas, sólo con esfuerzo, ahínco, afición vasta y perenne frescura, la sapiencia adquirida y revelada, su elegancia de luces y de paisano, la vergüenza y compromiso para nunca rehuir al duelo en el escenario más riguroso, con cualquier rival, si es que alguna vez lo ha tenido, y ante encastes de todos los apellidos, haciendo bueno al malo y extraordinario al peor con la difícil facilidad con la que rubrica su paso por las ferias.

Figura eminente a la que la historia le tiene reservado un palco aunque nunca será emérito porque la incombustibilidad también se ha hecho parte de su ser.

Un año más vuelve a Almería, a su Almería, para gozo de esta sensible afición y gloria de una Tauromaquia que presume orgullosa de guardar en sus filas al máximo exponente con birrete por montera.

Chiva lo vio nacer para que el resto de mortales tuviéramos la dicha de verlo brillar. ¡Larga vida al Rey!.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios