Crónicas desde la ciudad

La Virgen despojada

  • Tras recogerse la procesión e la Virgen del Mar en la tarde del 23 de agosto, la imagen quedó sola y sin vigilancia. Ante la sorpresa general, esa misma noche robaron sus alhajas

Virgen del Mar

Virgen del Mar

La sustracción de las joyas de la Virgen del Mar sufrida durante la Feria de 1891 se refleja mínimamente en la cronobiografía al uso de la patrona por especialistas y la propia Hermandad. En el año de hieles de 1891 España se hallaba inmersa en una costosa guerra colonial –en hombres y presupuesto-, expectante y preocupada ante la definitiva pérdida de Cuba y Filipinas. A nivel doméstico también pintaban bastos: paro galopante, jornaleros sin sueldos que llevar al hogar, aumento imparable al Oranesado francés y el Hospital y Asilo recurriendo a la caridad pública para poder atender a enfermos y acogidos. En este marco de desdichas, Almería se dispuso a celebrar su tradicional Feria agosteña según el programa confeccionado por el alcalde Francisco Jover. 

Vapores procedentes de Málaga, Cartagena y Orán fondeados y numerosas diligencias con familias llegadas de Berja, Adra, Níjar, Canjáyar, Vera y otros pueblos, singularmente los dos días de toros en el coso de la Avda. de Vílches (inaugurada un trienio atrás según planos de Enrique López Rull y Trinidad Cuartara), para asistir a la procesión de la Virgen, al concierto del tenor Luis Iribarne en el Apolo o tomar los salutíferos baños que la tradición dictaba. Avalancha de personal que obligó a casas de huéspedes, fondas y posadas a colgar el cartel de completo. Y entre tantos visitantes, carteristas y chorizos de dispar calaña que un plis plás hacían volar billeteras, bolsos y relojes en medio del barullo festivo. Y en un escalón superior, auténticos “especialistas” en orfebrería religiosa causantes, presumiblemente, del espectacular hurto al que se refiere el encabezamiento. Por si nuestros mayores no tuviesen bastante, a mayor desasosiego surgió un émulo local: un cipote que tras desvalijar la capilla de Santa Lucía (en la iglesia de Santiago) y ser detenido en calle Las Tiendas, clamaba a gritos que las alhajas eran suyas. 

Al anochecer del 23 de agosto se recogió la procesión en Santo Domingo tras recorrer su habitual “carrera” (calles Real, Malecón (Parque Viejo), Pescadores (Parque Nuevo) y Álvarez de Castro), girando en el Malecón para que la Virgen bendijese las playas. La imagen quedó sola y desprovista de vigilancia. Con los frailes predicadores exclaustrados de su convento, el capellán secular Trinidad García gestionaba el templo. 

Al llegar la procesión al Malecón giraban la talla de la Virgen para que bendijese la playa

Al clarear el siguiente día, el sacristán se topó con un cuadro desolador: la Virgen había sido desvalijada. Sin las joyas lucidas durante el cortejo: corona de oro y piedras preciosas y otra similar del Niño (ambas regalo de María del Mar Bour, confeccionadas en Barcelona y valoradas en diez mil pesetas); dos mariposas de brillantes, un alfiler de esmeraldas y otro con dos grandes perlas; pendientes, alfiler y aderezo de diamantes, cinco sortijas engarzadas en distintas gemas y un rostrillo de oro guarnecido también de pedrería (según el inventario de urgencia). Lo sustraído suponía una auténtica fortuna. Juzgado, autoridades y fieles se agolparon en el santuario entre muestras de incredulidad por la nula protección del tesoro sacro. Pasaron los días y las pesquisas policiales no dieron resultado. Los diarios El Ferrocarril y La Paz, de Murcia, apuntaron a “un tal Marco, jefe de una cuadrilla de timadores valencianos” y a dos mujeres detenidas en Cartagena por estafas en distintos comercios. Ninguno fue encausado por el espectacular robo cometido en la iglesia de Santo Domingo el 24 de agosto de 1891

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