Crónicas desde la ciudad

El charlatán de Puerta Purchena

  • Pobladas sus aceras de una variopinta fauna de personajes peculiares, el antaño centro neurálgico capitalino constituía el auténtico ágora ciudadano y testigo de penas y alegría

León Salvador, mercader aventajado

León Salvador, mercader aventajado

Esta no es mi Puerta Purchena, me la han cambiado. Ignoro si ha mejorado la fluidez del tráfico o el diseño de los espacios ha ganado en funcionalidad. Sí sé que ha perdido el encanto que antaño gozaba. Y no se trata de que lo pasado sea mejor por naturaleza. No es eso. Es que ha dejado de ser el foro ciudadano, el ágora de los almerienses, el punto de reunión para lo bueno y lo malo, en las penas y alegrías, aunque aún sea escenario de concentraciones varias. En definitiva, ha perdido la condición de kilómetro “O”.

Y hablo con conocimiento de causa: a finales de los años 50 logré mi primer (y casi único) destino laboral en la Farmacia Durbán, atalaya perfecta para observar y ser observado, de malicioso y pueblerino cotilleo, de tomarle el pulso a una capital adormecida, pero más humana, menos autómata y acelerada. Pese a su desubicación, aún dispone del tradicional “cañillo” y la afortunada incorporación de la estatua de Nicolás Salmerón y Alonso, el ilustre prócer alhameño. Derruida la esquina con Rambla Alfareros (donde abría sus puertas Ferretería Vulcano) y el chaflán Paseo/Obispo Orberá (ocupado por el almacén ferretero El Yunque), la piqueta respetó –incluso la aberración tiene límites- el impagable muestrario de los tres más significados arquitectos patrios: Enrique López Rull, Trinidad Cuartara y Guillermo Langle, firmantes del antiguo edificio del Río de la Plata, Las Mariposas y la dicha Botica Durbán. 

Alrededor del “cañillo” años atrás convivía una heterogénea fauna de variopintos personajes

La Puerta de Purchena (o mejor, de Pechina) es fuente continua de inspiración almeriensista y venero costumbrista. Punto de partida y final de caminos, su tan dilatada como densa historia ha dado juego a propios y extraños: de viajeros europeos que admiraban el monumento a Los Coloraos, en la embocadura del Paseo, y Pérez de Ayala e Ignacio Zuloaga degustando gambas a la plancha en Casa Cipriano al respetable vecino Francisco Giménez. En “Aquella Almería” nos legó amables páginas sobre el pujante comercio y el bullir antañón de variopintos personajes. De una fauna heterogénea a la que no me resisto enumerar: vendedores ambulantes que en Navidad mercadeaban turrones y zambombas, estraperlistas al menudeo, floristas y limpiabotas, voceadores de Iguales y lotería, carreros y cocheros de punto, bujarrones y busconas o charlatanes pregoneros de sábanas y juegos de camas, colchas y mantas, de crecepelos y ungüentos mágicos…

Famoso fue el paisano Robles antes de exponer por toda la geografía española las magníficas cerámicas cocidas en su alfar. En su amena obra don Paco se detiene en la descripción de quien encabeza esta contraportada: el charlatán León Salvador, el más famoso de España en la primera mitad de la pasada centuria. Aunque el farmacéutico-analista había oído que era natural de Huércal Overa, se trataba de un error. Se alzaba como tantos otros –proseguía- sobre un coche y su mercancía eran los relojes… ¡Qué tío más listo! Lo refrenda José Miguel Ortega en “Las ferias de antaño” (Valladolid): 

Las aceras del privilegiado enclave urbano servían de ágora a vendedores y charlatanes

Nacido en la vallisoletana Pedraja del Portillo, fue combatiente en la guerra de Cuba y actor de teatro. Convertido en embaucador de incautos, académico del verbo callejero, cómico de la lengua subido encima de un altillo, trapisonda ocurrente y vendedor de gangas: medallas de la Virgen del Carmen bañadas en oro de ley, por un duro; plumas Parker o fabulosos relojes suizos de 24 rubíes, por solo 15 pesetas, tres duros que no van a ninguna parte”. Cubriendo la inaplazable campaña del norte, León Salvador, el del vozarrón de barranco, falleció de angina de pecho en el campo de batalla, en la feria de Bilbao de 1949.   

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