Feria

El olfato, la mejor de las memorias

  • La polvareda que se formaba bajo los pies, las nubes de azúcar y aquellos muñecos inquietantes que se movían de forma ortopédica invitando a los mayores a un trago de vino... todo parecía distinto

TENÍA un aire distinto. Ese aroma enrarecido, mezcla de muchas sustancias, dulces y amargas, enredándose hasta formar una amalgama que te empalagaba los sentidos. O quizá era sólo la percepción de una niña de escasa edad deslumbrada por la abundancia de estímulos.

Apenas me acuerdo de la ubicación en la que antiguamente se celebraba la feria. Me cuentan que, por aquel entonces, era en el Parque Nicolás Salmerón, pero el recuerdo que se me viene a la cabeza es muy diferente. Es una secuencia hecha de planos detalle. Una especie de videoclip en el que conviven la imagen y un cúmulo de sensaciones difíciles de describir con palabras, a pesar de que puedas revivirlas con tan sólo cerrar los ojos (quizá por eso dicen que el olfato es la mejor de las memorias...).

La polvareda que se formaba bajo los pies, las nubes de azúcar, las manzanas de caramelo, el destello de las luces de la noria y aquellos muñecos inquietantes que se movían de forma ortopédica invitando a los mayores a un trago de vino... todo resurge a trompicones como si de una película de 8 milímetros se tratara.

Por la mañana todo era muy distinto. Lunares por doquier, trajes camperos y caballos. Lo mejor de todo eran los paseos en pony, o más bien las carreras... como aquella improvisada que vivimos mis dos hermanos y yo, cuando los animales se desbocaron paseo abajo con la media docena de críos que estábamos subidos en la carroza. ¡Cómo corrían esas madres!

A pesar de que muchas de esas cosas perduran aún, la forma de vivirlas no tiene nada que ver. Con la edad todo se ve de otra manera, sí... pero es que, además, la feria ha cambiado bastante.

Desde que trasladaron su ubicación al Recinto Ferial en la Avenida Mediterráneo, la vida nocturna propia de esos días fue transformándose. Los lunares desaparecieron, y ya apenas nadie viste el traje típico, bastante incómodo para bailar el reageton, el house o lo que se tercie...

También cambió la percepción de la seguridad. A día de hoy, son muchos los almerienses que afirman que prefieren la feria del mediodía no sólo por las tapas y el rebujito, sino además por la mayor 'tranquilidad' que se respira en el ambiente.

Pero la feria diurna no se ha salvado de la evolución (o involución, según se mire). Los paseos en caballo se extinguieron, y la cultura de los 'feriantes' se ha ido modificando con el paso de los años. De la era del porrón se pasó a la del botellón, a la bota y, finalmente, a los vasos de plástico y los recintos acotados.

¿Qué pasará de aquí en adelante? Ahora, en esta última edición de la feria tal y como la conocemos la mayoría de los jóvenes, sólo nos resta la incertidumbre. ¿Habrá un revival del flamenco, como esperan los vendedores de artesanía y los amantes de la feria más tradicional? ¿Se convertirá el nuevo recinto en una especie de clon del Real de la Avenida del Mediterráneo? ¿Tendrá más o menos éxito?

Un emperador de la antigua Babilonia pronunció una sentencia que reza: "el pasado nos tienta, el presente nos confunde y el futuro nos aterra". No sé si, quizá, muchos almerienses estén de acuerdo con esto. Yo, por mi parte, opto por el carpe diem. Nunca llueve a gusto de todos, pero hay que saber buscar lo mejor de cada feria.

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