Ali y Ava | Festival de cine de Sevilla

Ya nos hubiera gustado

Adeel Akhtar y Claire Rushbrook en una imagen de 'Ali y Ava', de Clio Barnard.

Adeel Akhtar y Claire Rushbrook en una imagen de 'Ali y Ava', de Clio Barnard.

Ya nos hubiera gustado que la habitual cuota británica en la sección oficial (o en cualquier otra) estuviera representada por la nueva película de Terence Davies (Benediction), pero la rigidez del reglamento, que obliga a estreno nacional, ha querido que sean las vacas de Arnold y los corazones solitarios en la ciudad gris de Clio Barnad los que enarbolen la bandera del Reino Unido.

Vieja conocida de este certamen, Barnard debutó hace 11 años con The Arbor, un estimulante artefacto que seguía la estela del gran Alan Clarke con un tratamiento sonoro que trascendía el realismo social de la casa con ciertas veleidades experimentales. Pero ya con The selfish giant, que pudo verse aquí en 2013, su cine se decantaba por esas formas a mitad de camino entre Loach y Leigh que sin duda se exportan y circulan mucho mejor por festivales clónicos y salas de versión original.

Ali y Ava culmina esa degradación acomodaticia de su mirada con el plus añadido, que tanto gusta a nuestros programadores, de las canciones pop como pie y vínculo entre sus protagonistas, un entrañable tipo de origen bangladesí (Adeel Akhtar, lo han visto en Four lions o en la serie Utopia) en pleno trance de separación matrimonial, y una profesora de apoyo de raíces irlandesas (Claire Rushbrook, tal vez la recordarán de Secretos y mentiras) que vive en un barrio conflictivo también con sus múltiples problemas a cuestas.

Propulsada sobre un guion de hierro y una voluntad de ilustrarlo que imposibilita literalmente el desarrollo de cada escena en más de un minuto, dos a lo sumo, Ali y Ava trufa de conflictos culturales, íntimos y familiares esa relación improbable por la que apuesta a toda costa, sepultando en el trayecto telegrafiado cualquier respiración verdadera, no digamos ya cualquier roce o contacto físico auténtico, en un relato predestinado a la superación de los obstáculos y esas simpáticas diferencias musicales con una literalidad (ese tipo tocando finalmente al Dylan folk con su ukelele) que hace que cualquier parecido con la realidad sea aquí una mera cuestión de fe.