Wan Xia culmina el viaje del corto documental del mismo nombre con el que Silvia Rey se quedó a las puertas del Goya. Un viaje desde el centro de mayores de Usera donde se reúne la comunidad china local a la ciudad de Qingtian de donde proceden muchos de ellos.

Rey comunica ambos espacios a través de los fantasmas que los tutelan y vigilan, entes autoconscientes y amables que cobran forma en la banda de sonido, entre los fluidos de la red eléctrica o en esa voz socarrona que narra este inclasificable ensayo espectral en el que la diáspora y la nostalgia de las raíces (el viejo y desgastado comunismo), la vejez aún lúcida y luminosa y los cuadros de aire kitsch de las coreografías y números musicales de su cultura popular se suceden entre la banal cotidianidad del centro, el viaje de retorno, las consultas de medicina tradicional, el agua de una cascada con límite de tiempo, los neones de la noche o una cena espiada desde el otro lado de la puerta.

Conducida con una feliz autoconsciencia irónica, abierta a su propio proceso con impagable sentido del humor, Wan Xia consigue incluso ese ansiado y postrero plano perfecto de la última luz del atardecer en el horizonte desde las alturas de un drone: penúltimo guiño de un filme cuyo rumbo zigzagueante, especular e incierto es a un tiempo su defecto y también su mayor virtud.