'El despertar de las hormigas' | Festival de Málaga

Mariposas contra el cristal

'El despertar de las hormigas'.

'El despertar de las hormigas'. / M. H.

Aunque descafeinada ante el incipiente cambio de director, la última edición de la Berlinale volvió a hacerle un favor de scouting al Festival de Málaga con la selección en Forum de El despertar de las hormigas. En ella, la costarricense Antonella Sudasassi cuenta la historia de Isabel, una madre de familia que convive con su marido e hijas en un pequeño pueblo de la costa. Y lo hace no sólo desde un punto de vista feminista, que también, sino elevando el relato de su proceso de independencia con una puesta en escena y una dirección de actores tan magistral, que se diría casi documental. La cineasta ubica la narración en las antípodas de la estridencia y la proclama, acomodándose desde el inicio en un tempo más bien moroso que va ganando agilidad conforme lo hace el personaje de Isabel. Se suceden mientras tanto secuencias cotidianas de una sobriedad y finura epatantes, ya desde un inicio -una reunión familiar en casa de la abuela, donde la cámara va serpenteando entre núcleos separados: niños que corretean, hombres que charlan, mujeres que cocinan- en el que parece no pasar nada y pasa todo; y hasta la última secuencia (para qué desvelar: véanla).

Los momentos más intimistas se presentan menos retóricos pero igualmente matizados. Las ensoñaciones, las pausas para la reflexión y los escarceos nocturnos son el contrapunto íntimo de las presiones que padece Isabel, y que suponen el gran motor de un personaje con sueños de crecimiento personal y profesional.

“Una cosa es ser buena persona, otra es ser buena madre”, le torpedea su suegra, encarnación del antiguo régimen. Pero no conviene dejarse engañar: El despertar de las hormigas no es en modo alguno un panfleto de diálogos teledirigidos, sino una pieza narrativa de exquisitas maneras donde nada se resuelve con trazo grueso. Sudasassi presenta y diluye tensiones acudiendo al gran cine, apenas con miradas sostenidas y una mínima gestualidad. Isabel es, como sucede en su casa, una luz que pelea por brillar y apenas se puede mantener encendida porque es reclamada en otro lugar. En una secuencia a priori desconcertante, una mariposa percute la lámpara evocando aquella letra de José María Cano: “polillas que de tanto dar contra el cristal, se han colado en la bombilla”. Isabel lo intenta y merece la pena invertir el metraje en ser testigo de ello.

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