Emilio Gutiérrez Caba. Actor

"El estómago español, que es duro y sobrio, prefiere evitar la cultura"

  • El intérprete, figura clave del cine y el teatro español del último siglo, recibió ayer la Biznaga Ciudad del Paraíso que concede el Festival de Málaga y regaló una lección de oficio y de vida

Pocas presentaciones necesita a estas alturas Emilio Gutiérrez Caba (Valladolid, 1942), hijo, hermano y tío de actores, figura esencial del cine y el teatro español del último siglo. Su filmografía incluye títulos como La caza (1964), La colmena (1982), ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), Werther (1986), La comunidad (2000), El cielo abierto (2001) y Cinco metros cuadrados (2011). El Festival de Málaga rindió ayer su tributo con la concesión de la Biznaga Ciudad del Paraíso, pero su empeño continúa sin asomo de retiro: acaba de estrenar como director Escrito en las estrellas, adaptación teatral de la novela ejemplar de Cervantes El amante liberal, de cuya dramaturgia también se ha hecho cargo, que llegará al Teatro Cervantes de Málaga después del verano.

-¿De qué escuela se siente usted aprendiz?

-De la que considera el oficio de la interpretación como un trabajo, ni más ni menos. Soy un actor que va al supermercado a hacer la compra y que va por la calle tranquilamente. Sé que hay compañeros que viven la interpretación con bastante más trascendencia, pero ése no es mi caso. Yo nací en el seno de una familia de actores en la que había que trabajar para comer.

-¿Nunca ha echado de menos haber sido actor en otro país?

-Sí, por ejemplo en Inglaterra, claro, sin duda. Lo que pasa es que, ateniéndonos sólo al teatro, aquí hay textos extraordinarios, clásicos y modernos. Ahí están Lorca y Valle-Inclán, y en otro orden distinto Buero Vallejo y Miguel Mihura. No es España país de un solo escritor, hay muchos y muy buenos. Tal vez los actores estén mejor reconocidos en Francia o en Finlandia, pero no lo tengo muy claro. Creo que lo más importante es que los actores seamos capaces de defender nuestra profesión aquí, ganarnos el respeto. Pero no te oculto que a veces he echado de menos ese prestigio, el cariño que los ingleses manifiestan por su teatro. O los propios alemanes. Y me refiero a la sociedad civil. Eso me llena de envidia. Recuerdo una vez que fui a Inglaterra en barco, en un pasaje a Souhtampton. El agente de la aduana que me cogió el pasaporte vio que yo era actor y se interesó de inmediato, me preguntó qué había hecho. Yo le respondí que acababa de hacer Hamlet para televisión, interpretando al propio Hamlet, y el hombre continuó preguntándome cosas sobre la obra, que qué pensaba de la madre del príncipe, o de tal personaje o tal otro, con verdadero entusiasmo. Estuvimos charlando un rato hasta que otro agente me dijo que tenía que pasar, y el anterior se despidió de mí con un solemne "Bienvenido a Inglaterra", como dándome a entender que era de los suyos por hacer teatro. Esas cosas marcan.

-Resulta pertinente considerarle a usted el vivo ejemplo de que el cine no acabó con el teatro español, o al menos con cierta forma de hacer teatro en España. ¿Podemos decir hoy que ambos han salido beneficiados?

-Sí, claro, la cultura se retroalimenta continuamente. El arte, la música, el teatro, el cine, cierto tipo de televisión, todos son distintos tipos de alimentos que van a parar a un mismo estómago. Luego habrá que ver cómo los digiere el estómago en cuestión. El estómago español, que es duro y sobrio para según qué comidas, procura evitar la cultura, como diciendo "cuidado, que no se me acerque". Pero la cultura es algo consolador. Leer un buen libro, clásico o moderno, te saca de muchas cosas, te permite aligerar la carga. Y la cultura también es una forma de estar en el mundo. Es muy difícil leer La Odisea hoy, por ejemplo, y no acordarte de tantos expulsados de sus países que después son rechazados por otros, de tanta mezquindad e insolencia.

-A tenor del estreno de Escrito en las estrellas, ¿comparte la idea de Juan Carlos Pérez de la Fuente de que el teatro español le ha dado la espalda a Cervantes, lo ha visto como algo ajeno?

-De entrada, Cervantes no es un autor teatral en el sentido estricto de la palabra. El mejor teatro que tiene, en mi opinión, son los entremeses, que son muy divertidos. Las obras mayores, como Los baños de Argel o Numancia, tienen una construcción y una versificación complicadas. Cervantes quiso ser un hombre de teatro, pero a veces los grandes escritores no son los mejores autores teatrales. Creo que Cervantes merece ser abordado, fundamentalmente, por el Quijote y por las Novelas ejemplares, los grandes pilares de su obra. Claro, si vas a Inglaterra te encuentras con que Shakespeare está en todas partes y lo hacen constantemente, hasta para niños; pero la obra mayor de Cervantes es el Quijote, y no es una novela que a nivel general se estudie en profundidad, es muy difícil llevar esta obra a un nivel popular. Cuando Salvador Collado me propuso en octubre hacer una obra de Cervantes le dejé claro que su teatro me resultaba durísimo, y que los entremeses ya los habían hecho muchos y muy bien. Así que me quedé con las Novelas ejemplares, en concreto con El amante liberal, que transcurre entre Sicilia y Nicosia, la actual Chipre, y en la que cristianos y turcos tratan de sobrevivir cambiando de indumentaria, de religión, de papeles. Tiene mucha enjundia respecto a lo que puede representar el Mediterráneo hoy día como Alianza de Civilizaciones. Así que me lancé a montarla. En parte me resultó fácil porque Cervantes construye muy bien los diálogos; yo añadí fundamentalmente un prólogo en el que el propio Cervantes se dirige al público para explicar cómo se verían los acontecimientos que se narran en la obra en este país de hoy, tan insólito. Y luego prolongué un poco el final, porque por entonces era habitual que los autores se esmeraran mucho en las partes intermedias y luego escribieran los finales de manera muy precipitada. La obra demuestra en todo caso que Cervantes tenía mucho sentido del humor.

-Hablemos de cine, al fin. ¿Con qué directores ha compartido usted una mayor complicidad?

-Tengo un recuerdo muy bueno de los rodajes con Carlos Saura y Mario Camus. De la película que hice con Basilio Martín Patino, Nueve cartas a Berta, en 1966, no guardo un recuerdo tan bueno; lo curioso es que hoy Basilio y yo somos amigos, con el tiempo llegamos a entendernos, aunque en aquel rodaje no conectamos. Pero en general los directores han sido muy generosos conmigo, Álex de la Iglesia, Pilar Miró, José María González-Sinde, todos fueron estupendos. Hasta Luis Lucía, que tenía mucho genio, me ayudó mucho. Yo trabajé en Las cuatro bodas de Marisol, donde hacía de torerillo. Se fueron a rodar unas escenas a Guinea, que era aún colonia española, y Lucía me dijo que me preparara para hacer cuando volvieran una escena de una corrida. Pero yo estaba muy despistado por entonces, era joven y me pasaba el rato pensando en señoras. De manera que cuando volvieron de Guinea Lucía me puso a rodar una escena en la que tenía que lidiar una vaquilla y yo, muerto de miedo, ni sabía cómo se cogían los trastos. Sin embargo, no se enfadó: tomó conmigo algunos primeros planos y luego hizo un montaje con un torero de verdad. Luego ha habido también directores raros, por supuesto. Esteban Farré, con quien hice Sábado en la playa en el 67, era más bien una madre superiora que nos vigilaba para que no tuviéramos correrías nocturnas. Fue todo muy extraño. Farré quiso hacer conmigo una segunda parte. Menos mal que el Ministerio se lo denegó.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios