Elecciones

Rajoy y la Novena Sinfonía

POR qué las encuestas otorgan claramente la victoria a Zapatero en el doble debate televisivo? ¿Qué tiene este hombre que no tenga Rajoy? ¿De verdad la distancia entre ambos es tan sideral como subrayan esos difusos estudios de la voluntad popular? El jefe del PP siempre ha vacilado de su superioridad. Ése podría ser uno de los motivos en un país que no soporta la prepotencia. Fíjense en Bush II. La opinión mayoritaria cuando rivalizó con Gore y Kerry es que se trataba de un memo con la potra de la inercia (Bush I) y algún que otro amaño electoral detrás. Pero al votante americano no le desagradaba aquella llaneza, ni sus lagunas culturales, ni el tropezón de la galleta.

De todas formas, ni Rajoy es tan bueno como cree ni Zapatero tan malo como asegura. El presidente supera en preparación y dominio del escenario a George W., aunque no se trate precisamente de una tarea titánica. Y la morbidez de Rajoy la demuestra su incapacidad de imponerse con claridad. El 25 de febrero ganó a los puntos -otros interpretarán otra cosa, de eso se trata- y el pasado lunes cayó en diversas trampas y acabó bastante peor.

Lo que el varias veces ex ministro debe plantearse, quizás ya algo tarde, es por qué no cuaja ni resulta simpático ni goza de especial carisma. El físico no ayuda, pero Sarkozy tampoco es Apolo y sin embargo venció. Se trata posiblemente de un problema filosófico. Él confía a ciegas en su mensaje, que es apocalíptico y limita la paleta de colores al gris y el negro. Así cuesta. La gente prefiere el optimismo, aunque sea falso. Es una forma de decorar la rutina con murales más amables. Ya saben, campos floridos, ambiente zen. Zapatero es otra cosa. Ofrece pactos, tiende manos, invoca la Novena Sinfonía. Y eso funciona. Funciona endiabladamente bien.

Otra cosa es el voto. El voto es un arcano, una gruta sinuosa, un agujero negro. Es un Madrid-Barça trasladado a la política. Un lago de aguas estancadas donde sólo pequeñas partículas se mueven. Rajoy cuenta con sus propios sedimentos, aunque espera birlarle a ZP parte de los suyos. No queda claro que lo vaya a lograr. Es el hombre de la derechona. Ésa sigue siendo su imagen. Un señor que repite corbata clásica (glorioso si además hubiera sido de franela) y traje sobrio para transmitir su retrato dantesco. Nada de guiños al Otro. Nada del lenguaje generoso y ultracorrecto de su enemigo. Parece mentira que no haya comprendido cuánto pesa esa jerga. Con independencia de que la utilice con sinceridad o con calculado interés.

Su consuelo -también el nuestro- es que ya queda poco. Puede dejarse llevar, mantener su estilo y morir o resucitar con las polainas bien caladas, en plan último patriota. Si gana, lo habrá hecho fiel a su estilo, tan enemigo del buenismo. Si la pifia, brotará el material periodístico durante meses. Sucesión. Vidilla.

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