Me entristece tanto como me irrita el juego de la competitividad descarnada entre mujeres.

Lástima que esa divertida y entrañable tradición también se haya perdido en los vórtices del tiempo.

Lo malo es que aquí el colegio es el planeta al completo, con todos sus enseres muebles e inmuebles dentro.

Ninguna celebración minimiza el poco respeto que tenemos por otro ente vivo o muerto que no sea nuestro cebado cuerpo.

En esto de los respetos mutuos hay situaciones en las que el patinazo está garantizado.

La observación se enfoca en lo fácil que es pedir respeto a todo y a todos, conocido y desconocido, cercano y lejano.

Que sea más común remendar una pérdida que evitarlos dice mucho del triste nivel profesional que nos identifica.

Lo de llegar en silencio, de manera discreta y sin dar la nota no va con nuestra idiosincrasia.

Pero qué más dará mientras el fin sea no pensar y que nos lo den todo mascado.

Hoy por hoy no veo mucha diferencia entre adorar a un madero o a una máquina, la verdad.