Calle Larios

Málaga: la estrategia del humo

  • En virtud de su dinamismo vital, la nuestra ha sido siempre una ciudad por hacer

  • Habría que garantizar, sin embargo, que en los horizontes futuros haya sitio para todos

  • Donde los más pequeños no caben

Podemos confiar en que el terral volverá cada verano. O quién sabe.

Podemos confiar en que el terral volverá cada verano. O quién sabe. / Javier Albiñana (Málaga)

Las excavadoras habían comenzado el derribo procedente junto a la Alcazaba para la construcción del NeoAlbéniz, lo que no dejaba de resultar llamativo dado lo delicado del entorno. Sin embargo, aquella mañana en que un servidor pasaba por allí, como siempre con la cabeza convertida en pasto de las musarañas, la estampa me pareció natural, apropiada, acorde con la refriega cotidiana, hasta que caí en la cuenta, un momento, esto ha empezado ya por fin, va en serio. Entre la trinchera amurallada de la Plaza de la Merced y los escombros junto al túnel, casi parecía que Putin había orientado sus misiles hacia esta punta de Europa; pero, ciertamente, va siendo necesario un minuto de atención para distinguir las nuevas embestidas transformadoras de las que llevan colgadas toda la vida. Parte de la culpa la tiene la rapidez con que lo extraordinario deviene en costumbre, un letargo que en Málaga, dada la contundencia de la metamorfosis, resulta inevitable: cualquier día tirarán abajo la Catedral para construir un hotel y despacharemos la cuestión con un vistazo fugaz y la posterior indiferencia. Poco después escuchaba en Canal Málaga a mi compañero Ángel Recio referirse a la susodicha como “la ciudad de las maquetas” y, como siempre, no había más remedio que darle la razón. La prensa ha tenido siempre un recurso primordial en los proyectos pendientes a la hora de dotar de contenidos a la información, con la ventaja de que aquí el caudal es inagotable y además incorpora cada año un buen puñado de piezas lustrosas. Maquetas las hemos tenido bien gordas, como la del Auditorio, o la de los proyectos anunciados por los sucesivos consejeros para el Convento de la Trinidad desde el Parque de los Cuentos hasta ahora, o, ya que estamos, las propuestas presentadas al concurso de la manzana del Astoria. Por no hablar de la madre de todas las maquetas: la de la Torre del Puerto. Por lo menos, los diseñadores gráficos tienen garantizado aquí su puesto de trabajo. Pero la acumulación de proyectos pendientes responde a la evidencia de que Málaga es una ciudad por hacer, como lo ha sido siempre, por su dinamismo vital y por las posibilidades que encierra por su orografía, su latitud, su clima y sus bondades. Que las maquetas se amontonen delata que estamos vivos, que nos movemos, que somos de culo inquieto. Además, Málaga ha demostrado históricamente una facilidad pasmosa para incorporar cualquier novedad, incluso la más atrevida, y hacer uso a discreción. Así que abrir el periódico cada mañana significa incurrir en un ejercicio de contradicción: las novedades anunciadas están ahí, fresquitas, azuzadas ahora con el periodo electoral; pero, al mismo tiempo, que salga el alcalde o un candidato cualquiera a decir que va a construir no sé qué ya nos resbala. La única certeza es que, si nos paramos, morimos. 

Somos de culo inquieto: la única certeza es que, si nos paramos, morimos

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la definición de la Málaga futura a través de los proyectos anunciados se hace cada vez más confusa. Ya no se trata de poner sobre la mesa innovaciones parciales, sino de perfilar una gran metrópoli cuya identidad trasciende, con mucho, todo lo que tiene que ver con el urbanismo y la arquitectura. Las infografías relativas a las actuaciones previstas en el Muelle Heredia y en el Eje Litoral, cuyos plazos sólo pueden calcularse en décadas, revelan ya una ciudad diferente, que costaría reconocer a cualquier malagueño de hoy sin la información oportuna. Y es aquí donde uno empieza a tener la sensación de que pierde pie. El gran motor de esta transformación, mucho más radical que cualquier otra que hayamos atestiguado hasta ahora, es el sector tecnológico, nuevo protagonista absoluto y, a su vez, el más dinámico en cualquier parámetro económico, lo que apunta a un matrimonio feliz y estable. Si hasta ahora la industria tecnológica había tenido su lugar en la periferia, ha llegado la hora, parece, de ocupar el corazón de la ciudad. Porque esa gran metrópoli que ya nos cuesta advertir en la ciudad de las maquetas se ofrece a profesionales del sector que quieran instalarse aquí desde cualquier parte, y Málaga es un destino apetecible como pocos para cualquiera que pueda pagárselo. Fue Juan Cassá quien expresó a las claras (y siempre habrá que agradecérselo: hoy todo el mundo parece convencido de que Cassá no pinta nada, pero resulta ilustrativo comprobar cuánto caso se le ha hecho) su modelo ideal para Málaga en una doble dirección: un centro sin vecinos consagrado a oficinas y una expansión del mismo centro mediante la incorporación del Perchel primero y de todo lo que tuviera que caer después. Es decir: la definición clara y prístina de una city financiera. Y es ahí a donde vamos, de cabeza. A una ciudad sin vecinos y sin servicios públicos, esto es, con mucho dinero. Al menos, ya estamos curados de espanto: cuando se pusieron todos los huevos en la cesta del turismo se nos prometió que los ciudadanos saldrían beneficiados, de modo que ya sabemos qué podemos esperar de la cesta tecnológica. Mientras tanto, bueno, ahí siguen los malagueños, con sus problemas, ésos de los que antes se hacía cargo la política. Lo bueno es que, con tanto humo, ya casi ni se les ve.

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