Flamenco

Antonio, el precio de remate

  • Su centenario, que se celebra en noviembre con una exposición y un congreso en Sevilla, rescata la intrahistoria de la subasta que en 2000 estuvo a punto de disgregar por completo todo su legado personal y artístico

Una imagen de Antonio Ruiz Soler.

Una imagen de Antonio Ruiz Soler.

El próximo 4 de noviembre, coincidiendo con su centenario de Antonio Ruiz Soler ‘El bailarín’, Sevilla acogerá un congreso en el que se ahondará sobre su figura artística durante tres días (4, 5 y 6 de noviembre), y una exposición en la que se exhibirá, entre otras cosas, todo el legado que la Junta adquirió en subasta pública en el año 2000.

Dicho material fue repartido entre diferentes instituciones andaluzas, el Centro Andaluz de Documentación del Flamenco de Jerez y el Centro de Documentación de las Artes Escénicas, el Centro de Documentación Musical de Andalucía y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Ahora, se podrá a volver a ver todo ese legado en una muestra comisariada por Rosalía Gómez.

Fue en 1998, dos años después de la muerte de Antonio Ruiz Soler, cuando sus herederos, tras el escaso interés mostrado por las administraciones públicas en su propuesta de vender todo el legado del artista (según admitieron en algunos medios de la época), se plantearon por primera vez subastarlo públicamente.

La idea, en cambio, no se terminó de fraguar hasta dos años más tarde, en octubre del 2000, cuando acordaron con la Sala Durán de Madrid, la subasta de todo ese legado. Sería durante los días 20, 21 y 22 de noviembre y contaría con 1.140 objetos, cuyo precio de salida iba desde las 2.000 al 1,2 millones pesetas que costaba el tapiz flamenco del siglo XVII que tenía en su domicilio, según recoge el catálogo editado para la ocasión por la propia casa de subastas.

Uno de los carteles adquiridos por la Junta en el año 2000. Uno de los carteles adquiridos por la Junta en el año 2000.

Uno de los carteles adquiridos por la Junta en el año 2000.

Dentro de aquel universo por el que pujar había retratos, bocetos de sus coreografías, zapatos de baile, cartelería, fotografías, cartas, trajes, programas, autógrafos e incluso su propio mobiliario personal (puertas, armarios, sillas...).

Antes de la celebración de la misma, otra parte de la familia, sus sobrinas Ana, Guadalupe y Loli, hijas del hermano mayor de Antonio (Francisco), trataron de frenar la celebración de ésta con una demanda, pero no pudieron lograrlo.

La Junta, por su parte, mediante la entonces consejera de Cultura Carmen Calvo, anunció que pujaría para evitar la dispersión del legado. El problema radicaba, no obstante, en el escaso presupuesto del que se disponía a esas alturas del año.

Es más, la entonces consejera manifestó públicamente su interés en pujar por una partitura de una de las coreografías del bailarín sevillano, además de su busto, y un vaciado de un pie cuyo original se encontraba en el Teatro de la Ópera de París.

Carmen Calvo, frente a una imagen de Antonio. Carmen Calvo, frente a una imagen de Antonio.

Carmen Calvo, frente a una imagen de Antonio.

Los días previos a la subasta se convirtieron en una cascada continua de informaciones por parte de distintos medios de comunicación, que discutían sobre el posible futuro de los enseres. Se habló inicialmente de un frente común entre Ministerio de Cultura, Junta de Andalucía y Comunidad de Madrid, días después, de otro frente en el que estaría la Consejería de Cultura, El Monte y la Caja San Fernando, y finalmente de otra opción conformada por el Ministerio de Cultura y la Junta.

“Sinceramente, teníamos miedo de no poder comprar nada y que todo aquel acervo se perdiera”, recuerda a este medio Carmen Calvo.

Quizás por aquella cuestión, desde la administración pública se intentó adquirir el grueso de la colección y evitar la subasta, pero las cantidades que solicitaron sus herederos eran inasumibles. Su abogado, Ramón Ariño, reconocía a Diario de Sevilla días después de la subasta que “yo hice una propuesta cifrada en 155 millones (105 para los herederos y 50 para la Casa Durán, que ha invetido mucho en esta subasta) para paralizarla. Hasta la misma mañana del lunes antes de la misma contacté con un representante del Ministerio y de la Junta, pero dijeron que preferían pujar por determinadas piezas”.

Pese a todo, se intentó un último movimiento, ofreciéndose por parte de la Junta 80 millones de pesetas por los lotes que le interesaban y donde estaban bocetos, libros, vestuario, documentación y algunos objetos, con lo cual quedaría otra parte para subastar y que los herederos pudieran recaudar más dinero. La oferta fue rechazada.

Así las cosas, con gran expectación comenzó la subasta el 20 de noviembre del año 2000 en la Casa Durán, situada en la calle Serrano. El primer día se expusieron 370 lotes, donde destacaban retratos y caricaturas del artista y muchos de sus objetos personales.

Una imagen de la subasta del legado de Antonio Ruiz. Una imagen de la subasta del legado de Antonio Ruiz.

Una imagen de la subasta del legado de Antonio Ruiz.

Sin embargo, la subasta quedó marcada por la asistencia de un representante del Estado, cuya presencia provocó el malestar de muchos de los presentes, entre ellos admiradores de Antonio y también algunos anticuarios, interesados en muchas de sus pertenencias y mobiliario, ya que éste, acogiéndose al derecho de tanteo que le permitía la ley, era quien, en cada puja, tenía la última palabra. Su participación se cifró en el 60% de lotes.

En esta primera jornada, por ejemplo, se pagaron 50.000 pesetas por algunas caricaturas, que partían con un precio de salida de 12.000; aunque la cantidad más alta se abonó por el solideo que regaló a Antonio ‘El Bailarín’ el Papa Pío XII, cuyo precio de inicio era de 120.000 pesetas y acabó subastándose por1,5 millones de pesetas.

El Ministerio pagó 900.000 pesetas, el triple de los que salió, por un retrato de Antonio pintado por Juan Antonio Morales, 110.000 pesetas por la carta en la que se le comunicaba su despido al frente del Ballet Nacional en 1983, 270.000 pesetas por la condecoración de Caballero de la Orden de Isabel La Católica que le concedió Franco en 1950, y 300.000 pesetas, también el triple de su valor de inicio, por un dibujo de Jean Cocteau, por citar algunos ejemplos.

Además, se hizo con otros enseres llamativos como la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, el Giraldillo de Plata o el I Premio Concurso de Popularidad. En total, según la prensa de la época, el Estado pagó 2,6 millones de pesetas en este primer día.

La segunda jornada de subastas tendría como principal atractivo una colección de bocetos de las escenografías de sus distintos espectáculos, trabajos firmados por artistas como José Manuel Capuletti, Román Calayatud, TonyGreco, Vicente Virtudes, José Caballero o Santiago Ontañón y que hoy por hoy están en el CADF.

Además, se ponía a la venta el vestuario de sus diferentes montajes y su amplio archivo personal, ya que Antonio se había dedicado a conservar con especial mimo todos y cada uno de los acontecimientos que marcaban su vida, desde cartelería a sus propias fotos e incluso la correspondencia con amigos personales (donde se dejaba constancia, por ejemplo, del paso del artista por la cárcel de Arcos), caso de la Duquesa de Alba, los duques de Windsor, Maurice Chevalier, Lola Flores, Julio Iglesias, Ava Gadner o Audrie Hepburn e incluso cartas enviadas por el presidente Kennedy al artista.

Uno de los retratos de Antonio El Bailarín, obra de J. Carredo. Uno de los retratos de Antonio El Bailarín, obra de J. Carredo.

Uno de los retratos de Antonio El Bailarín, obra de J. Carredo.

Precisamente, fue este último lote quien suscitó la puja más importante, levantando gran expectación entre coleccionistas y admiradores por conocer el contenido real de dichas cartas. Finalmente fue el Estado, en nombre de la Junta de Andalucía, quien se hizo con él tras abonar 275.000 pesetas.

Cuenta Carmen Calvo que “el trabajo entre administraciones fue excelente, ya no sólo porque se debía mantener un equilibrio entre el dinero público que se invertía en la compra, el valor que tenía y el uso que se le daría, sino también porque resultaba fundamental preservar para una vida futura la figura de Antonio”.

En este segundo día, el Estado ejerció su derecho de tanteo en el 90% de los lotes, cifrándose el total recaudado por sus herederos en 21 millones de pesetas.

El busto de Antonio, obra de Santiago Ontañón. El busto de Antonio, obra de Santiago Ontañón.

El busto de Antonio, obra de Santiago Ontañón.

La última jornada tenía especial interés para las instituciones, en concreto para la Junta, tal y como había anunciado previamente la consejera Carmen Calvo, sobre todo por tres piezas concretas, el busto de Antonio realizado por el artista Santiago Ontañón, el anillo que Picasso regaló al artista, y un vaciado del pie.

Por la primera, el busto de Ontañón, realizado en bronce patinado y que tenía un precio de salida de 300.000 pesetas, se pagaron 800.000, mientras que por el anillo picassiano, que partía de inicio con un valor de 120.000 pesetas, se abonó la segunda cantidad más alta de la subasta, 1,8 millones de pesetas. La primera fue un tapiz flamenco del siglo XVII por el que un particular ofreció dos millones y medio de pesetas. Por el vaciado del pie, por contra, que salía por 180.000, se pagaron también 800.000 pesetas.

Asimismo, en esta tercera jornada, la Junta se hizo con una piedra esculpida por Jean Cocteau (con dedicatoria incluida) por 420.000 pesetas, una acuarela de Edgar Neville, además de su archivo personal y su biblioteca. También se consiguieron 39 álbumes con documentos gráficos y recortes de prensa recogidos a lo largo de toda su carrera (que también están en el CADF), y una serie de partituras.

El anillo que le regaló Pablo Picasso. El anillo que le regaló Pablo Picasso.

El anillo que le regaló Pablo Picasso.

La Junta logró la mayor parte de los bienes de Antonio, con un porcentaje de adquisición cercano al 80% del total y un coste de 26 millones de pesetas.

La Casa de Subastas Durán anunció, tras finalizar las mismas, que se habían ingresado 65 millones de pesetas por los 900 lotes subastados, de los cuales 26,1 pagó la Junta, 2,6 el Ministerio de Cultura y 3,6 la Comunidad de Madrid. En cambio, otros medios de la época hablaron entonces de una recaudación por parte de los herederos cercana a los cien millones.

Aunque desde las administraciones el balance de esta subasta fue positivo, muchos expertos no entendieron entonces el criterio seguido por los organismos oficiales para adquirir determinado material, pues en su opinión, se dejó escapar lo que algunos catalogaron como una joya, el libro ‘Música de los Incas’, que sirvió a Antonio para una de sus más raras obras, el ballet peruano Huayno, así como dos grabados de finales del XVII, Le Basque de Bonnart y otra pieza del taller de Leroux.

“Creo que fue una maniobra correcta, porque no era usual en la política cultural de la época”, afirma Carmen Calvo, quien reconoce que aquel expediente “fue de los que más orgullosa estoy, junto con la declaración BIC de la voz de la Niña de los Peines y la Llave de Oro a Camarón”.

El grueso de todo lo adquirido se expuso también en Sevilla en mayo de 2001 y posteriormente fue enviado, seis años después, en gran parte al CADF, cuyas cajas han permanecido cerradas y sin abrir (no se sabe por qué) hasta que hace unos meses la Junta lo solicitara para la muestra del centenario.

Un legado plagado de curiosidades

Pero al margen de la subasta, el legado de Antonio ha tenido historias curiosas. La más llamativa sucedió en 2011. Una de sus sobrinas, Ana Ruiz Vola, había cedido al Ayuntamiento de Sevilla en 2001 varios enseres del artista, entre ellos un piano de pared, un sofá, un armario, dos cuadros y una caja con vestuario. Todo aquel legado quedó guardado en el Teatro Lope de Vega hasta que en 2011, tras la obras de rehabilitación del mismo, se comprobó que faltaba el material, principalmente el vestuario, un cuadro y el piano.

La noticia provocó un auténtico revuelo, sin embargo, apenas un día después el empresario José Silva, dedicado a la venta y alquiler de pianos, lo devolvió alegando que desde la dirección del teatro le habían pedido que lo custodiase. El piano, que había sido decorado por el propio Antonio, y parte del vestuario (otra no) aparecieron, aunque no uno de los cuadros.

No fue el único capítulo de esta cesión, ya que posteriormente, una de las sastras del teatro que se encontraba restaurando parte de los trajes de Antonio, se pinchó con un alfiler contrayendo una bactería, según publicaron algunos medios, que le afectó a la salud hasta el punto de denunciar al Ayuntamiento. La reacción del Consistorio, a petición del jefe de servicios de riesgos laborales, no fue otra que ordenar su destrucción, algo que finalmente no se realizó. Sin embargo, lo cierto es que casi una década después de todos estos acontecimientos, la situación de este vestuario, compuesto principalmente por piezas creadas para 'el Amor brujo' y un vestido de mujer de 'Allegro de Concierto', sigue sin solucionarse. El miedo a la bacteria permanece intacto y nadie ha hecho por limpiarlo, de ahí que su presencia en la exposición, cuya responsable, Rosalía Gómez, pretendía recuperarlo, es toda una incógnita.       

Junto a ella, Rafael Infante ha organizado para esa misma fecha un congreso dedicado al artista. Tras dos años de duro trabajo, el catedrático jerezano ha conseguido contar con artistas que trabajaron con Antonio, como María Rosa, Fernando Belmonte, Carmen Roche (que se quedó con su estudio en Madrid), Carmen Rojas y Manuel Morao, además de especialistas en la materia como Cristina Cruces, Antonio Álvarez Cañibano y José Luis Navarro, entre otros.

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