Flamenco y Japón | Crítica

Una historia de amor

  • David López Canales analiza las relaciones que se han dado entre España y Japón desde los años 60 hasta hoy, con el flamenco como medio de comunicación y de expresión artística

Cristina Hoyos ataviada con un kimono en una imagen contenida en este libro.

Cristina Hoyos ataviada con un kimono en una imagen contenida en este libro. / Álbum personal de Cristina Hoyos

La bailaora Amparo Bengala, mujer de Pepe Habichuela, sufrió un aborto el año que vivió en Japón y La Tati fue operada de urgencia, también embarazada, al bajarse de las tablas de El Flamenco. Este libro potencia, con intención narrativa, los aspectos más dramáticos de la historia o los que tienen que ver con el choque cultural que, si hoy todavía se da, imagínense como sería hace casi 60 años, cuando empezó esta historia. España era entonces una dictadura y Japón se desperezaba de la larga posguerra y ocupación tras la celebración de los primeros juegos olímpicos de Tokio. Las 40 horas de vuelo se han reducido en dos tercios. Por no hablar del mes que duró la travesía que condujo a Kojima a Madrid, transiberiano mediante.

El libro es una historia de los flamencos en Japón y también una historia del flamenco en Japón. De El Flamenco, el decano de los tablaos de Tokio, que hoy perdura con otra denominación, hasta Amor de Dios, este libro es un continuo viaje de ida y vuelta que se articula en torno a una serie de largas entrevistas con artistas de la talla de Cristina Hoyos, Enrique Pantoja, Ramon el Portugués, Blanca de Rey, Tomás de Madrid, Manolete, Enrique Heredia, Curro Valdepeñas, Carlos Pardo, Tito Losada, Emilio Maya o los mencionados Pepe Habichuela y La Tati, todos ellos marcados, en general para bien, por su peripecia nipona. A pepe Habichuela le permitió dejar los tablaos y embarcarse en una aventura artística con Enrique Morente, según propia confesión. Lo que más echaban de menos los flamencos en Japón, además de a la familia y los amigos, era el jamón y el contacto social. Pero pronto le cogieron el gusto al sushi y al unagui. Y, al fin, comenzaron a mezclarse con el paisanaje nativo hasta el punto de crear una pequeña gran comunidad de parejas y descendencia mixta a la que también dedica un capítulo, el último de este libro. Ellos fueron los pioneros flamencos. Escuchamos, asimismo, las voces de los pioneros nipones: Yasuko Nagamine, una bailaora intrépida que se atrevió a salir de Japón en 1960, cuando todavía duraba el aislamiento de la posguerra mundial en el país. O Yoko Komatsubara que llegó a España en 1962 y cuyo trabajo empresarial ha dado de comer a varias generaciones de flamencos, tanto españoles como nipones. O Shoji Kojima, sin duda el más esforzado, que pasó una década como bailaor profesional en España en los 60 y 70 bailando en Los Gallos, en la compañía de Rafael Farina, en festivales y espectáculos, experiencia que ya contó para el gran público en su obra A ese chino no le canto estrenada en el Festival de Jerez de 2016, cita de la que es un asiduo en los últimos años. Una de las historias más emotivas es la de Noriko Watanabe, que formó uno de los primeros matrimonios mixtos con el gran bailaor madrileño Raúl. Cuenta Watanabe la extrañeza que sintió al volver a su país, sabiendo que ya no pertenecía a Japón, que se había entregado al flamenco, que era una extraña en su propia tierra. También conocemos las curiosas historias de otros pioneros como Suzuko Kawakami o el guitarrista Miharu Yamada que se plantó en España a finales de los 60 siguiendo a su maestro Pepe Habichuela y todavía permanece en activo dando oportunidades a las nuevas generaciones de artistas japoneses. La longevidad artística de los flamencos japoneses daría para otro capítulo de esta obra.

El libro posee una evidente voluntad divulgativa que se hubiese potenciado con un buen asesoramiento histórico. Por ejemplo, es imposible que La Argentina bailara seguiriyas en Tokio en 1929, como se afirma en la obra, cuando el estilo lo bailó por vez primera Vicente Escudero una década más tarde. Lo que bailó Mercé, y en lo que era una consumada maestra, fue una seguidilla que, pese al parecido nominal, es un estilo muy diferente de la seguiriya.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Los mencionados son algunos de los miles de artistas flamencos españoles que han estado en alguna ocasión en Japón: no conozco a ninguno que no haya hecho, al menos una vez, dicha travesía. Son un puñado de los miles de historias que ha generado este encuentro cuya clave desvela el autor de esta obra: el flamenco, en Japón, es un asunto de mujeres. De los 40 mil alumnos, aproximadamente, que tienen las 500 academias en activo en estos momentos en el país del sol naciente, una abrumadora mayoría son mujeres. Mujeres jóvenes, en su mayor parte. A pesar de que los puestos relevantes a nivel organizativo del flamenco nipón estén copados mayoritariamente por hombres mayores, como es la norma, todavía, en el resto de la sociedad japonesa. López Canales lo explica de esta manera: "el flamenco gusta en Japón, sobre todo, por lo que permite expresar. Y quien más lo necesitaban eran las japonesas … el flamenco ha sido durante décadas un ansiolítico y antidepresivo". En la misma línea se expresa Noriko Watanabe: "pasé de tímida y extremadamente callada a poco a poco dar mi opinión porque aprendí que en España quien no opina de algo y guarda silencio, el resto se cree que es tonto". Eso tuvo su precio, naturalmente: a su vuelta a Japón vio lo difícil que le resultaba vivir allí. Como dice López Canales, muchos flamencos y sobre todo flamencas japonesas, "se habían quedado flotando en un extraño limbo". Otra discusión muy interesante que introduce López al final de su obra, y que yo he encontrado también en mis viajes a Japón, es el hartazgo por los abusos que una minoría de flamencos cometió en su momento en Japón, o con los japoneses, y que en ocasiones ha conducido a abusos por parte de la otra parte, la contratante naturalmente: "si los han chuleado, los han baqueteado, se han reído de ellos y han intentado esquilmarlos, pues ellos, que no son tontos y que aunque se callen son conscientes de todo, han empezado a hacer lo mismo". La primera vez que fui a Japón, una reputada y veterana maestra local me dijo, en un castellano perfecto, que el flamenco de Japón es independiente de España, que no necesita a España, y que es mejor que en España. Lo cual es incontestable en lo que se refiere a volumen de negocio, si hablamos de la enseñanza de este arte. Algunas maestras me han confesado que, por norma, no contratan a profesores españoles para sus academias. Es una pena que, por la falta de escrúpulos de algunos, tengamos que pagar todos. Ojalá que esta situación se pueda reconducir algún día porque esta historia de amor tan hermosa no puede acabar así.

El libro termina con el testimonio en primera persona de Emilio Maya que es tan honesto como emotivo: una declaración de amor al flamenco y a la cultura japonesa. Un país que adora al flamenco y al que los flamencos han correspondido. En algunos casos, como en el de Maya, Aguilar de Jerez, Carlos Pardo, Paco el Plateao, Antonio Alonso, Nino Vargas, Manuel Malena y muchos más, que se fueron sin billete de vuelta, dándoles la vida.

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