Novedades discográficas | Hélène Grimaud

Diálogos con Mozart

  • Hélène Grimaud mezcla en su último álbum música de Mozart con la del ucraniano Valentin Silvestrov

La pianista francesa Hélène Grimaud (Aix-en-Provence, 1969)

La pianista francesa Hélène Grimaud (Aix-en-Provence, 1969) / Mat Hennek

El de la pianista francesa Héléne Grimaud (Aix-en-Provence, 1969) es un nombre que ha traspasado las fronteras de la propia música. A principios de siglo, un documental (Living with wolves, 2002) y un libro autobiográfico (Variations sauvages, 2003) en los que desvelaba, entre otras cosas, su trabajo en defensa de los lobos (que incluye la fundación del Wolf Conservation Center, con sede en Nueva York), la hizo por un tiempo noticia en ámbitos que sobrepasaban el de su arte.

Pero Grimaud no ha dejado nunca de ejercer de pianista, más volcada siempre hacia el mundo turbulento de los románticos (Beethoven, Brahms, Rajmáninov, entre los más frecuentados) que hacia las cristalinas aguas del Clasicismo. Y por eso sus mozarts en disco se cuentan con los dedos de una mano (y hasta sobran) y por eso, ahora que vuelve al compositor nueve años después de su último acercamiento, lo hace al Mozart más romántico, al de las obras en modo menor, esas en las que la sombra de la tragedia parece siempre al acecho.

The Messenger - Hélène Grimaud The Messenger - Hélène Grimaud

The Messenger - Hélène Grimaud

Además, en consonancia con una tendencia que no ha dejado de crecer en los últimos años, Grimaud apuesta por la idea de un álbum más o menos conceptual, en el que al gran clásico se une música de un compositor actual dueño de un lenguaje más accesible al público que el de las vanguardias más experimentales y audaces. Con Water (2016), la pianista francesa había entrado vertiginosamente en este mundo del álbum conceptual, al juntar obras de Berio, Takemitsu, Fauré, Ravel, Albéniz, Liszt, Janácek y Debussy con piezas de transición entre ellas creadas ex profeso por el músico británico Nitin Sawhney, que era justamente por donde se despeñaba el trabajo.

Esta vez, Grimaud ha sido algo más prudente y ha dividido el álbum en dos mitades, la primera dedicada a Mozart, y la segunda al compositor ucraniano Valentin Silvestrov (Kiev, 1937), a quien había incluido ya en Memory (2018), junto a Satie, Debussy, Chopin y, otra vez, Sawhney. Las obras de Silvestrov son aquí presentadas como respuesta a (o como ecos de) las de Mozart. En palabras de la propia pianista, “si Silvestrov es un recuerdo de las cosas pasadas, Mozart busca lo que aún está por llegar”.

El álbum, registrado en enero pasado y presentado el 2 de octubre, se abre con una obra incompleta de Mozart, su Fantasía en re menor KV 397, una pieza vienesa de 1782 que ayuda a entender el tipo de improvisación que el salzburgués ofrecía a su llegada a la capital imperial, en el que un lirismo que parece derivado del estilo galante podía acabar en una confesión intimista y subjetiva, que anuncia ya el universo patético de la Fantasía en do menor KV 475, que Grimaud incluye también en el álbum.

Resulta interesante que la pianista francesa haya preferido ofrecer la KV 397 tal y como la dejó Mozart, en lugar de usar el final de la moderna edición de Breitkopf & Härtel, en el que alguien completó los diez compases finales. En cambio, Grimaud ha preferido enlazar abruptamente con el arranque del Concierto para piano nº20 KV 466, también en la tonalidad de re menor, un gesto atrevido resuelto de manera feliz. Nacido en 1785, KV 466 es uno de los conciertos más celebrados de Mozart por su entraña profundamente dramática, trágica, incluso beethoveniana, y ese es indiscutiblemente el lugar en el que lo coloca Grimaud, que cuenta con el acompañamiento de la Camerata Salzburg, y que en buena lógica, ha escogido las cadencias de Beethoven. Tras el inesperado final exultante de la obra (coda en re mayor), Grimaud ataca la impresionante Fantasía en do menor KV 475, de mayo de aquel mismo 1785, que no sólo remite a la KV 397, sino también a la Sonata, igualmente en do menor, KV 457, del otoño del año anterior. Los Massin relacionan ambas piezas con una frase que las describe a la perfección:“En una y otra obra reina el mismo clima, la misma tragedia opresiva, la misma vehemencia apasionada, la misma ternura”.

La versión para piano y cuerdas de The Messenger 1996 de Silvestrov (originalmente, estaba pensada para un sintetizador en lugar del piano, de donde quedan rastros de efectos electrónicos, que se incluyen también aquí) remite indiscutiblemente al mundo mozartiano en su tensa y trágica quietud.

Dedicada a su difunta esposa, la musicóloga Larissa Bondarenko, la melancólica partitura refleja, en palabras de Grimaud, “rayos de luz resplandeciente que caen desde lo alto a través de un velo de tierna contemplación”, y ello es más apreciable en esta versión con orquesta que en la de piano solo que cierra el álbum. Entre medias, Two Dialogues with Postscript, obra de los años 2001 y 2002, también para piano y orquesta, es un tríptico que plantea un diálogo, sin duda menos tenso y dramático, con Schubert y con Wagner.

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