Jazz

Marta Sánchez: entre dos mundos

  • La pianista y compositora madrileña ilustra el relevante papel de la mujer en el actual paisaje jazzístico español

Marta Sánchez, pianista y compositora madrileña afincada en Nueva York.

Marta Sánchez, pianista y compositora madrileña afincada en Nueva York. / D. S.

Dos son las realidades que en este momento puede asumir sin reservas la música de la pianista y compositora madrileña Marta Sánchez. Por un lado, el decisivo papel que la mujer viene desarrollando en el entramado jazzístico durante los últimos lustros, más allá de los estereotipos a los que ha quedado adscrita durante décadas; y por otro, las óptimas sensaciones que desprende hoy por hoy el jazz español, atendiendo a realidades creativas diferenciadas aunque complementarias.

La obra de Marta Sánchez ha crecido conforme se iban abriendo tantos sus fundamentos conceptuales como su vertiente colaborativa. De sus iniciales asociaciones con Natalia Calderón y su cuarteto en Flor azul (2012), la Afrodisian Orchestra del compositor y arreglista Miguel Blanco, el trompetista John Blevins en Matterhorns (2015) o el trío D'Free Qi a su más reciente El rayo de luz (Fresh Sound New Talent / FSNT, 2019), a la cabeza de su quinteto, la música de Sánchez ha crecido en patrimonio y calado, alimentada por una vocación rastreadora y por la calidad de sus alianzas.

Sus cimientos se pueden encontrar en una formación clásica de conservatorio y posteriormente, más volcada en el jazz y la música contemporánea, en la Escuela de Música Popular de Madrid o de la mano de colegas del peso del argentino Guillermo Klein. El Proyecto Zafari condujo sus primeros pasos y le permitió curtirse en escenarios de la geografía española. La experiencia abrió la puerta a reconocimientos que desembocaron en la selección por parte de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) para representar a España en los festivales de jazz en diferentes países de Europa y América, tanto a la cabeza de su propia banda en dos ocasiones (2009 y 2012) como con Natalia Calderón Quartet en 2009.

En 2010 Marta Sánchez se embarcó en el circuito A.I.E en Ruta mientras que en 2011 se hizo con una beca Fulbright, lo que le permitió enriquecer sus conocimientos en la Universidad de Nueva York. Para entonces ya había publicado dos discos como líder: Lunas, soles y elefantes (2008) y La espiral amarilla (2011), ambos en Errabal Records, en trío y cuarteto respectivamente, los cuales acreditaron su pujante labor como intérprete y compositora. La llegada a la Gran Manzana marcó un hito en su trayectoria a la vez que le abrió puertas a un efervescente territorio de contactos e influencias. Sumada a colaboraciones con Drew Williams, Darius Jones, Michael Attias, Ignacio Saavedra o el guitarrista flamenco Albert Alabedra, la consecuencia inmediata se llamó Partenika (FSNT, 2015), un trabajo maduro e inspirado, que resaltaba la importancia que Sánchez daba a la composición y que Ben Ratliff, crítico del New York Times, y la reputada publicación DownBeat señalaron como una de las mejores entregas de aquel año. Los saxos del cubano Roman Filiú y del parisino Jerome Sabagh, el contrabajo de Sam Anning y la batería de Jason Burger secundaron a Sánchez en este paso de gigante, con notas a cargo del también pianista Ethan Iverson, prorrogado dos años después en Danza imposible (FSNT, 2017).

Rick Rosato y Daniel Dor ocuparon entonces los puestos de contrabajo y batería respectivamente en otra obra prominente y equilibrada, muestra de su capacidad para manejar con ingenio sólidos armazones temáticos y desarrollos solistas, ligados en metódica armonía y con el diáfano pianismo de la líder a la cabeza. Firmas como el crítico Nate Chinen o, de nuevo, DownBeat aplaudieron un balance que mantuvo su orden instrumental en El rayo de luz (FSNT, 2019). De nuevo las notas de Iverson, el juego contrapuntístico de saxos y la incorporación al tenor de Chris Cheek en lugar de Sabbagh realzaron su brillante revisión. En su médula, una partitura exigente, que tan pronto apelaba a Debussy que a Duke Ellington o Brad Mehldau, amiga de texturas, menos consonante, por momentos impresionista, en otros casi camerística, ribeteada por un impulso solista sin fracturas.

Más allá de este currículo discográfico, Marta Sánchez también ha recibido premios por bandas sonoras para cortos en festivales, ha colaborado recientemente con el trompetista Ralph Alessi y acaba de renovar (ya la obtuvo en 2017) la beca de la MacDowell Colony, un santuario de creación artística en Peterborough (New Hampshire) en el que en su momento trabajaron referentes de la dimensión de Aaron Copland, Leonard Bernstein o Meredith Monk. Recientes noticias de una potente trayectoria cuya continuidad promete mucho y bueno.

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