Carmen Linares | Cantaora

“Mi generación apostó por la innovación en el cante porque había que hacerlo”

  • La artista, emblema del flamenco y dueña de una trayectoria marcada por la inquietud y el rigor, participa este sábado en la inauguración de Marpoética en el Teatro Ciudad de Marbella

  • El 23 de abril de 2022 celebrará en el Teatro Maestranza de Sevilla sus 40 años de carrera

Carmen Linares, en su última actuación en el Teatro Cervantes de Málaga.

Carmen Linares, en su última actuación en el Teatro Cervantes de Málaga. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

La trayectoria de Carmen Linares (Linares, 1951) está poderosamente unida a la poesía de Lorca, Juan Ramón, Valente, Miguel Hernández y otros autores a los que la cantaora ha vestido de manera personal e intransferible. Por eso, su presencia resulta más que justificada en la inauguración de la cuarta edición del festival literario Marpoética, este sábado 24 a las 21:00 en el Teatro Ciudad de Marbella, junto a Manuel Rivas y el director del certamen, Antonio Lucas. Emblema del flamenco, Carmen Linares ha construido su arte a base de coraje, riesgo, raíz y rigor, un magisterio que trasluce, también, en la conversación. El 23 de abril de 2022 celebrará en el Teatro Maestranza de Sevilla sus 40 años de carrera.

-¿Qué le aportan los poetas a los que canta que no encuentra en las letras tradicionales?

-Los cantaores hemos crecido con las letras populares del flamenco, un cancionero extraordinario de una capacidad expresiva altísima. A partir de aquí, sin embargo, muchos hemos incorporado los versos de grandes poetas, creaciones de gran belleza con las que a menudo nos unen experiencias propias y que constituyen una literatura irrepetible. Hay a poetas a los que me resulta más fácil encajar en las estructuras rítmicas propias del flamenco, como Miguel Hernández. En otros casos, como el de Juan Ramón Jiménez, la adopción de los versos resulta mucho más complicada. Afortunadamente, cuento con compositores cómplices que me conocen bien y que son capaces de conducir esos poemas en principio más resistentes al cante a formas que podemos reconocer claramente como flamencas. Cuando el carácter del poeta y el carácter del cantaor conectan se produce algo maravilloso, y si encima hay intermediarios que facilitan el encuentro de la música y el verso, la maravilla es mayor.

-¿Alguna vez le ha pesado la responsabilidad a la hora de cantar a estos autores?

-La responsabilidad pesa siempre. Es que tiene que ser así, no puedes acercarte a la obra de alguien como Juan Ramón Jiménez con la intención de cantarla sin el debido respeto. Por eso es para mí fundamental tener a mi lado a colaboradores que garanticen que la conexión de la música y la letra va a ser satisfactoria y respetuosa. Lo que pasa es que en esa conexión se dan vías muy distintas. A veces hacemos el camino al revés, partimos de un material más popular y lo conducimos a una expresión más poética, como hicimos en Andaluces de Jaén. Y otras veces veo, sencillamente, que hay una música latente en los versos, con lo que el trabajo se limita a subrayarla. Eso me pasó con In pace, la elegía que José Ángel Valente escribió a su hijo. Percibí que había una seguiriya ahí, la encontré y la canté.

-Pues hay que tenerlo muy claro para ver una seguiriya en ese breve poema en prosa.

-Sí, bueno, lo cierto es que a Valente le gustó mucho. Vino a vernos cuando estrenamos aquel tema en Madrid y al terminar me dio las gracias y me cogió la mano, muy emocionado. Cuando sucede algo así te sientes legitimada. Sucedió lo mismo que cuando la familia de Juan Ramón Jiménez me transmitió que al poeta le habría encantado mi manera de cantar sus versos. Respecto a In pace, lo cierto es que cuando leí el poema de Valente por primera vez yo estaba justo investigando la seguiriya, analizando sus formas y su evolución, así que supongo que había en mi ánimo una sensibilidad especial para encontrar el cauce. La experiencia siempre ayuda, el flamenco también. Lo importante, es todo caso, es hacer lo que haces con el mayor amor.

-¿Es el flamenco el instrumento idóneo para cantar la mejor poesía, aunque sea porque concede al oyente tiempo suficiente para degustar a fondo los versos?

-El flamenco permite cantar cualquier cosa, pero sí es cierto que cuando entra en juego la poesía se dan relaciones muy interesantes. Cuando empezamos a hacer el último disco dedicado a Miguel Hernández yo tenía claro que quería cantar Los vendimiadores por alegrías, pero lo que hicimos al final fue una transición entre los tanguillos y unas alegrías de Córdoba, que fue lo que mejor terminó ajustándose a lo que queríamos. Piensa que el flamenco viene de unas letras tradicionales que hablan de la vida, de la muerte, del amor de pareja, del amor paterno y de todos los mimbres de los que está hecha la vida. De modo que, de entrada, presenta una paleta de colores suficientemente amplia, tanto en la alegría como en la tristeza, para acoger a la poesía y darle en el cante su dimensión justa.

-¿Y no echa de menos cuando canta a estos poetas la libertad de improvisación que sí le dan las letras tradicionales?

-En el flamenco se improvisa mucho, eso es parte de su grandeza. Y, de una forma o de otra, se improvisa siempre. A ver, cuando cantas a Miguel Hernández está claro que tienes que atenerte a sus versos, eso no lo puedes cambiar, pero sí puedes cambiar la manera de interpretarlos. En un momento dado, puedes alargar o acortar un tercio sin alterar la letra, en eso no hay problemas porque sabes que el guitarrista te va a responder. En el flamenco la expresión es libre siempre, aunque haya que respetar una letra con el mayor escrúpulo. Trabajamos sin partituras. Otra cosa es que vayas a cantar El amor brujo de Falla con una orquesta. Eso hay que hacerlo siempre igual, estés más o menos inspirado.

"Las cosas se te ponen delante y las ves. He encontrado tesoros que no buscaba. Eso es el arte, supongo”

-¿Lo sigue pasando igual de bien en el escenario que cuando empezó, se divierte ante el público?

-Pobre de mí si no me divirtiera. Eso sí, justo antes de empezar lo sigo pasando igual de mal. Hay un público que te espera y al que tienes que hacer disfrutar y el trago se hace duro. Pero luego, en el escenario, cuando empieza todo a sonar y compruebas que todo está en su sitio, eso es la gloria. Por eso he echado tanto de menos los escenarios durante la pandemia, como artista y como espectadora. Hay que alimentar más cosas además del estómago.

-¿Se ha visto muy afectada personalmente por esta crisis?

-El confinamiento nos pilló en plena gira de celebración de los cuarenta años y hubo que pararlo todo. Poco a poco hemos ido recuperando las actuaciones que se habían quedado pendientes. Pero la verdad es que yo ya tengo la vida hecha. No lo he pasado mal tanto por mí como por los artistas más jóvenes, que dan de comer con esto a sus familias y que han vivido verdaderos apuros. Ha sido duro. Pero soy optimista. Confío en que todo se solucione cuanto antes.

-Usted pertenece a una generación de artistas del flamenco que arriesgó mucho para abrir nuevas puertas al género. ¿Echa de menos más valentía en los que han venido después?

-Hay gente joven que demuestra mucha valentía. Lo que pasa es que las circunstancias son otras. En estos tiempos, a cualquiera que empiece se le exige que triunfe y tenga éxito desde el principio. No hay lugar para el fracaso. Y a ver cómo se come eso. Cada uno hace su carrera como entiende que tiene que hacerla. Mi generación apostó por la innovación porque había que hacerlo, pero hay quedarle a cada uno su libertad para hacer las cosas a su manera.

-¿Le queda alguna cuenta pendiente, alguna espina clavada?

-Las cosas van saliendo. Se te ponen delante y las ves. Muchas veces he encontrado tesoros que no buscaba, pero supongo que eso es el arte. En Marbella estará conmigo mi hija, Lucía Espín, que es actriz, y haremos poesía cantada e interpretada. Es un proyecto que probamos por primera vez en Holanda y que queremos desarrollar. A ver a dónde nos lleva.

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