Cultura

En defensa de Carmencita

  • La bailaora almeriense Carmen Dauset, la primera mujer de la historia de la humanidad en aparecer en imágenes en movimiento, era inequívocamente flamenca.

Líneas actuales de investigación en danza española. Varios Autores. Madrid, Fundación Nebrija, 320 páginas.

No estoy en absoluto de acuerdo en la afirmación de que Carmencita sea "de ese tipo de mujer de la época que, con unas mínimas nociones de los bailes españoles, cuerpo voluptuoso y picardía en gesto y maneras, logró triunfar gracias a su exotismo". Lo afirma Cristina Marinero en la página 286 de esta obra. En su artículo, Marinero analiza la técnica cinematográfica aplicada a la danza española y comenta la famosa grabación de Carmencita de 1894 con la que Thomas Alva Edison presentaba su invento, el kinetoscopio, un año antes de que los hermanos Lumière hicieran la primera exhibición pública de su cinematógrafo. Carmencita poseía un cuerpo voluptuoso y picardía, y sin duda su baile resultaba exótico al público norteamericano. Pero, al contrario que Marinero, creo que Carmencita debe ser considerada uno de los primeros mitos tangibles del flamenco.

Marinero afirma que el artículo Carmencita on the road de Kiko Mora fue el que sacó del anonimato a Carmen Dauset, y que fue Mora, por tanto, el que la propuso como protagonista de esa grabación de Thomas Edison. Por el contrario, la biografía de la bailaora almeriense, firmada por José Luis Navarro y José Gelardo (La Hidra de Lerna, Almería, 2011), nos da cuenta pormenorizada de esta grabación. Lo cierto es que el libro de Navarro y Gelardo está citado por Mora en su artículo para desmentir que Carmencita fuera de hecho una bailaora de flamenco. En concreto, señala Mora que "la afirmación de Navarro y Gelardo de que Carmencita es una bailaora, haciendo referencia a la filiación de sus bailes dentro del género del flamenco, no parece sostenerse de momento en función de la información de que dispongo". Por el contrario, creo que Carmencita es una gran bailaora y uno de los grandes mitos de la historia de la danza española y flamenca, y a las pruebas me remito. En primer lugar a la propia grabación de la que hablamos, en donde vemos unos rodazanes y giros realmente impresionantes que no creo que pudiera hacer alguien que poseyera unas "mínimas nociones de los bailes españoles". Carmencita encandiló con su arte a públicos de todos los teatros norteamericanos varias temporadas seguidas que no la olvidó, incluso, años más tarde, a la hora de su muerte en Río de Janeiro, alejada de la primera línea de la escena, y de la que no obstante se hicieron eco varios rotativos norteamericanos... y, lamentablemente, ninguno en España.

Lo cierto es que el baile flamenco de finales del siglo XIX no posee el grado técnico alucinante que tendrá esta danza a partir de 1920, por no hablar de hoy día. Es el caso mismo de otras danzas e, incluso, otras actividades kinestésicas como la natación o el fútbol. Obviamente, en cuanto a técnica, Carmencita empalidece comparada con cualquiera de las vedettes flamencas actuales, de la misma manera que las marcas de Jesse Owen o Johnny Weissmüller son pulverizadas hoy por cualquier atleta o nadador por el mero hecho de ser profesional.

Respecto a lo segundo, a que Carmencita no sea flamenca, lo desmiente toda la iconografía y la información de que de ella disponemos. No sólo actuó en los cafés cantantes sino que además lo hizo con mitos del cante y el baile. No en vano fue cuñada de otro mito de lo jondo, Rojo el Alpargatero, que la acompañó en alguna de sus actuaciones, tanto españolas como norteamericanas, como documentan Navarro y Gelardo en su libro y Mora en su artículo. También formó un dúo de éxito con La Cuenca, la famosa bailaora malagueña cuya impronta en la soleá es fundamental, según señalan, una vez más, sus biógrafos. Que se hiciera acompañar de una instrumentación variada puede sorprender a los que creen que el combo flamenco de los años 40 y 50 del siglo XX es exclusivo de la historia de lo jondo, cuando esto no es así: los flamencos han cantado y bailado con lo que han tenido a su alcance, sea un piano de cola, una orquesta sinfónica o una guitarra. Claro que las más de las veces era la guitarra lo que tenían a mano o lo que los empresarios teatrales y discográficos ponían a su disposición.

El cuadro La Carmencita de 1890, firmado por John Singer Sargent nos la muestra como una bailaora inequívocamente flamenca, tanto en lo que se refiere al atuendo como en el gesto de la mano y de todo el cuerpo. De hecho, no es imposible que Carmen Dauset sea la protagonista de El jaleo, la mítica obra de Sargent de 1882, considerada por muchos el icono más inequívocamente flamenco del siglo XIX, o de la historia. De hecho, el atuendo de la protagonista de El jaleo es prácticamente el mismo de La Carmencita. También es muy parecido el marcaje de pies y manos en ambos cuadros.

Todos estos elementos identifican a Carmencita como una bailaora de flamenco. Eso sí, hablamos del flamenco de la época. Una época que aún no sabía nada del ballet flamenco o de lo que más tarde se dio en llamar clásico español y en el que el repertorio de bailes incluía la jota o el vito junto a la petenera, los juguetillos, el tango y la soleá. La seguiriya, la caña o el taranto aún estaban por nacer como danzas jondas. El flamenco había surgido unos años antes como evolución natural y agitanada de los bailes boleros. Y si en el baile de Carmencita observamos elementos boleros, esto es así porque unas pocas décadas antes bolero y flamenco eran sinónimos, no lo olvidemos. Y todavía a finales del siglo XIX lo seguían siendo en muchos contextos. Por supuesto que su arte, en Estados Unidos, formaba parte de las variedades, pero es que el negocio del espectáculo era así a finales del siglo XIX: también en España los bailes flamencos se alternaban con todo tipo de artes escénicas populares, desde el contorsionismo al cinematógrafo. Y, por supuesto, insertos en funciones de vodevil.

A pesar de ser almeriense, Carmen Dauset fue conocida artísticamente, al comienzo de su carrera artística, como La Perla de Sevilla. Fue sin duda la bailaora española más conocida a finales del XIX, por su estancia en Estados Unidos, durante la cual visitó teatros y locales de buena parte de la geografía norteamericana llegando a convocar a 12.000 personas -"más de 6.000", según Mora- en el Madison Square Garden, según Navarro y Gelardo. No obstante, la intérprete es, aún hoy, una completa desconocida en su lugar de nacimiento y despreciada, tal vez por su éxito arrollador, tanto por el mundo del flamenco como en los ámbitos académicos.

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