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Viaje de la cochambre a la gloria

  • El periodista David Saavedra publica en Anaya Touring 'Festivales de España', una completa guía en la que traza un mapa por las citas musicales más destacadas del país

El público del Primavera Sound, este jueves, en una actuación de los australianos Tame Impala.

El público del Primavera Sound, este jueves, en una actuación de los australianos Tame Impala. / Alejandro García / Efe

"En España se celebran más de 900 festivales de música cada año", cuenta el periodista David Saavedra en la introducción de su libro Festivales de España, una guía amena y rigurosa, publicada por Anaya Touring, en la que su autor traza un completo mapa de estas citas que se han erigido desde hace décadas en un importante reclamo en la oferta de ocio y una sólida alternativa para las vacaciones. Saavedra (La Coruña, 1971), coguionista del programa de TVE Un país para escucharlo y firma veterana de la revista Rockdelux, despliega en su libro un abanico de propuestas diversas: encuentros multitudinarios, convocatorias modestas, iniciativas con una larga historia o con planteamientos novedosos, ubicados en localizaciones singulares, guardianes de las esencias del flamenco o atraídos por la música avanzada... Del Noroeste, en Galicia, al Madrid Popfest, esta ruta recorre el país y sus comunidades autónomas y se detiene en 60 festivales que van más allá de las dimensiones colosales del Primavera Sound, el Sónar o el FIB, también presentes en estas páginas. Festivales de España dedica atención a algunas referencias andaluzas como el Monkey Week, la Reunión del Cante Jondo de la Puebla de Cazalla, el Canela Party o la Fiesta de la Bulería de Jerez.

"Cuando se habla de festivales de música", opina Saavedra, "se hace hincapié en los macrofestivales y las cifras, que suelen estar trucadas además, porque detallan 300.000 personas y se refieren a que han ido 60.000 espectadores durante cinco días, que no es exactamente lo mismo. Las noticias se centran en los grandes grupos, en Radiohead tocando para las masas en un gran recinto, pero por lo general no se han tratado otras cuestiones, como las relaciones que se crean entre el público en festivales pequeños, como el Popfest, el Purple Weekend o el Canela Party. Ahí se genera una sensación de comunidad que igual se ha perdido en el Mad Cool o el Primavera Sound". Stefan Olsdal, de Placebo, define en una de las entrevistas que incluye el libro ir al Sonorama como "entrar en la casa de una familia generosa y amable". Joaquín Pascual, de Mercromina, disfruta con el clima de intimidad que se genera en Aranda de Duero con motivo del Sonorama, pero lamenta que en el masivo Primavera Sound, "que está muy bien, como te despistes de tus colegas ya no los vuelves a ver en toda la noche".

En el prólogo del volumen, Ángel Carmona concibe los festivales de música como "el parque de atracciones del inicio de la edad adulta", algo que suscribe Saavedra, que ha acudido a multitud de ellos y logró su primera acreditación en el FIB de 1997. "Son como grandes parques temáticos musicales, incluso hay alguno que tiene atracciones, y en ellos en vez de meterte en el Tren de la Bruja vas al concierto de The Cure", afirma el periodista gallego afincado en Sevilla, para quien "las sensaciones en un sitio y otro son parecidas, coinciden en las ganas de divertirse que tiene la gente, la expectación antes de entrar, cierta impresión de montaña rusa... Pero sí, hay algo iniciático en tu primer festival. Entras en un mundo paralelo, distinto, mejor".

Antes de explicar las particularidades de cada festival –un análisis que incorpora una ficha en la que se apuntan cuestiones como dónde y cuándo se celebran, el precio de las entradas, cuál es el tipo de público y cuáles los artistas habituales–, Saavedra reconstruye en la introducción de esta guía cómo este ámbito fue librándose de los prejuicios de la sociedad biempensante. "El Canet Rock, celebrado en 1975, se suele considerar nuestro Woodstock", anota el especialista, "pero hubo otros festivales como el Ciudad de Burgos, que albergó la Plaza de Toros y que contaba con grupos como Triana y Burning. Un periódico tituló ‘La cochambre llega a Burgos’ y desde entonces se le llamó el Festival de la Cochambre. Esa imagen era la que se tenía en España de estos encuentros", prosigue Saavedra, que recuerda que la prensa asociaba a menudo los conciertos de rock con desórdenes y violencia. "Era habitual toparse con titulares o textos como ‘Miguel Ríos ha actuado en el Estadio de Riazor. La noche finalizó sin incidentes’. A los periódicos les importaba poco qué canciones se tocaban. Es verdad que esa mala fama no venía de la nada, que en los 80 hubo conciertos míticos como uno de Lou Reed en Madrid en el que la gente tiró piedras al escenario y lo asaltó; en otros se daban episodios parecidos y el personal se colaba en masa...".

“Quería ir más allá de Radiohead tocando en un gran recinto, tratar también citas modestas”

Pero "los espectadores empezaron a comportarse de manera más civilizada, a tener más cultura musical, una evolución que se dio también en las administraciones públicas, con profesionales que llegaban al cargo y tenían la sensibilidad para entender que una visita de Björk le podía dar prestigio a su localidad, atraía dinero y suponía otra forma de mostrar esa ciudad al mundo", expone Saavedra. Así nacieron citas como el FIB, el Espárrago Rock, el Doctor Music, el Primavera Sound, el Festimad o el Summercase, propuestas que Saavedra compara a "fiestas tribales en torno a una hoguera" y en las que los jóvenes encontraron una esfera de libertad. Como dice Ángel Carmona en el prólogo, "los alcaldes entendieron que tres días de alteración del orden de su villa podían ayudar a cuadrar cuentas a final de año". Algunos enclaves, como precisa Saavedra en el libro, agradecieron la alegría (y el dinero) que los festivales trajeron consigo: en Benicàssim existe, incluso, una estatua llamada Homenaje al fíber. Y la alteración del orden nunca fue irreversible: el periodista, aclara, jamás presenció "una sola pelea" en los recintos a los que acudió.

El periodista David Saavedra. El periodista David Saavedra.

El periodista David Saavedra. / José Ángel García

En su inventario, Saavedra habla también de citas inesperadas como el Sinsal San Simón, que acoge la isla de San Simón, en Vigo, y a la que van los espectadores sin estar al tanto de una programación que se mantiene en secreto, o el Posidonia, en Baleares, ligado a un proyecto ecologista que trabaja por la conservación de una planta acuática del mismo nombre. "Tú ahí compras una experiencia, una visita por la isla con guías locales, degustaciones gastronómicas de la zona y actuaciones musicales, generalmente en acústico y que tampoco se anuncian. Entras en una cueva y te encuentras a Christina Rosenvinge, Rocío Márquez, Silvia Pérez Cruz, artistas de ese nivel. Es como una gymkana en la que no sabes qué pasará pero a la que vas dispuesto a la aventura, a la sorpresa. Propone un nuevo modelo, un festival gourmet, más exclusivo, más comprometido con el medio ambiente y no sólo ceñido a la música, frente a la masificación que registran otras iniciativas".

Algunas de las propuestas, expone Saavedra en su obra, han tenido que adaptarse al cambio de hábitos de unos espectadores que han sido padres. "Los organizadores del Atlantic Fest [en la isla de Arousa] vieron que otras citas europeas funcionaban con horario diurno y se reorganizaron para responder a las nuevas circunstancias. Aquí los festivales se habían entendido siempre como una cosa de nocturnidad, pero por pura necesidad algunos han evolucionado en otra dirección, la única forma de atraer a esos espectadores que ahora son padres".

Saavedra cree que “hoy hay más festivales, pero la variedad de artistas es mucho menor”

En las entrevistas que se hacen en el libro, grupos y artistas como Triángulo de Amor Bizarro, Rozalén, Rocío Márquez, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba o Los Planetas relatan sus experiencias en distintos festivales también como espectadores. Juan Aguirre, de Amaral, rememora aquel mítico FIB de 2008 en el que tocó Leonard Cohen y Morente presentó el Omega, vivencias que Saavedra también evoca con emoción, como otras actuaciones de Björk o My Bloody Valentine. "Y no me olvido de otra vez en el Primavera que asistí casi por accidente a un concierto de LCD Soundsystem cuando todavía no se les conocía. Era el último día de festival, a las 5 de la mañana porque todo iba con mucho retraso, mis amigos estaban derrotados y yo me había ido a dar un paseo. Llegué a una carpa en la que había poquita gente, críticos musicales, y pregunté qué era lo que estaba sonando. Me dijeron: ‘Esta gente lo va a petar’. A mí me deslumbraron, desde entonces son uno de mis grupos favoritos".

Jota, el líder de Los Planetas, observa en su entrevista que "a partir de 2000 o 2001, cuando empieza a entrar la publicidad, el FIB fue perdiendo el espíritu primigenio", pero, añade el músico, "supongo que esa era la única manera que tenían de crecer". Saavedra sostiene que un conflicto similar "subyace en la mayoría de los festivales del libro. Empiezan como iniciativas de aficionados a la música, que montan un festival en su pueblo o su ciudad para llevar a los grupos que les gustaría ver. En vez de tener que irme a Madrid o a Barcelona o a Londres a ver tal banda, se dicen, me la traigo a mi ciudad que será más fácil. Gran parte de estas propuestas fueron empeños de gente amateur que se volvió profesional por el camino. Cuando crecen, se preguntan qué hacen, y siempre está esa tentación. ¿El año que viene meto más personas, hago que el festival dure un día más, amplío el recinto, o me quedo como estoy? Hay festivales que han mantenido sus dimensiones, y otros que han crecido, y algunos fans de los comienzos les han acusado de traicionarse y olvidar sus principios".

Espectadores del Monkey Week asisten a un concierto en la edición de 2016, en Sevilla. Espectadores del Monkey Week asisten a un concierto en la edición de 2016, en Sevilla.

Espectadores del Monkey Week asisten a un concierto en la edición de 2016, en Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

Saavedra señala una paradoja: ahora hay más festivales, pero "el abanico de artistas que puebla sus carteles es más pequeño que nunca". "En el libro", sopesa el periodista, "hablo de un fenómeno que llamo la ryanairzación de los festivales, por los precios tramposos en los que te fijan una cantidad para la entrada pero luego te cargan extras. Pensando en esto, creo que la imagen más correcta sería la starbuckszación de los festivales. En la costa de Levante, por ejemplo, apareció el Arenal Sound, y luego surgió al lado el Medusa Sunbeach, que era una copia del Arenal Sound, y después el Arenal Sound compró el FIB... Se ha llegado a una situación en la que hay un montón de proyectos iguales, con la misma estructura, que llevan a los mismos grupos, y lo sorprendente es que son festivales próximos geográficamente. Si eso se hace así es porque funciona", concluye Saavedra, "para desgracia de los que querríamos ver más variedad, una oferta más rica dentro de los festivales".

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