Monkey Week

El Pony Bravo dice la verdad

  • Inconmensurable inicio de esta edición de la Monkey Week en la sala Mucho Teatro de El Puerto

La fiesta Jagermeister de apertura de la presente y corriente edición del Monkey Week fue absolutamente previsible: un cartel así no podía decepcionar a nadie, y los cientos de asistentes al cuádruple concierto terminaron ahítos, satisfechos, llenos y felices tras un auténtico festín de música independiente que más quisiera cualquier festival o sala a éste o al otro lado de los Pirineos.

Kraut, Rock, Psicodelia, Hardcore y cántigas andalusíes hicieron de la noche del jueves la más nutrida, populosa y exitosa apertura del Monkey Week que nadie pueda recordar.

¿Quién dijo crisis o falta de recursos o grandes nombres? El Puerto de Santa María cambia de expresión cuando el mono se despereza. Ya no supone una forma de transgresión dentro de la cotidianeidad del siempre apagado mes de octubre. Hosteleros, vecinos y gatos saben lo que se les viene encima, y en lugar de mostrase escépticos participan del alborozo sonoro.

Así que hasta los locales más ajenos al evento cerraron más tarde, ofrecieron cócteles a precios sensatos y supieron aplaudir la primera oleada de jóvenes desarrapados e intrépidos de mirada aventurada.

Para sorpresa de los más entendidos los vascos Lisabö abrieron la noche en canal a las once de la noche. En canal porque su directo es inclemente, burro, bestial, sin concesiones. No hubo ni prolegómenos ni medias palabras ni explicaciones. Los autores del mejor disco de 2011 según Rockdelux se abalanzaron sobre su repertorio sin terciar medios tiempos. Noise, harcore, punk y post-punk llenaron la sala de expresiones de incredulidad, aunque la mayor parte de los asistentes coincidieron a la hora de apuntar que el sonido no estuvo a la altura de los intérpretes.

Sorprendió que abriesen la fiesta porque Lisabö nunca ha jugado a los aperitivos. Son una banda de clausura, de cabeza de cartel, de apaga y vámonos.

Pero pasada la media noche las paredes del Mucho Teatro empezaron a entender de qué iba el asunto y todo empezó a sonar mucho mejor. Probablemente también tuvo mucho que ver el hecho de que a la nutrida formación de Lisabö sucedió un mero dúo de catalanes embrutecidos.

Siempre es más amable barajar dos instrumentos que cuadrar una máquina compuesta por media docena de instrumentistas, y Za! jugó con una sencillez desalmada que marcó los momentos más brillantes de la noche.

Es difícil de explicar. Se trata sólo de un tipo sin camiseta que revienta la batería y otro señor de pelo lacio que toca la guitarra o al que le da por soplar una trompeta. No hay más. No hay ni trampa ni cartón. Sólo pedales y energía. Un tránsito apasionado a través del noise, el punk o puede incluso que el jazz (el jazz de un Coltrane musculoso y desquiciado) que te estalla en la cara por su sencillez y su efectividad.

El asombro fue generalizado. Tras las loas vertidas sobre la escueta formación en los medios catalanes ahora se entiende por qué Za! constituye uno de los fenómenos musicales que más perplejidades arranca. Durante una hora de concierto el dúo nos dejó a todos con la boca abierta y demostró que la música de veras no entiende de premeditaciones. La música de Za! no suena a nada concreto, sencillamente sucede ante tus narices sin que sepas explicarte cómo.

Hacia las dos de la madrugada no cabía un alfiler en la sala. Los asistentes de pulmones más inquietos salían y entraban con los dedos amarillos analizando la jugada de los catalanes, obviamente sin éxito. Hasta que los cabeza de cartel de la velada irrumpieron al fin sobre el escenario del Mucho Teatro.

Demasiado se ha escrito ya sobre los Pony Bravo. Sí, son geniales, divertidos, entrañables, pegadizos y legendarios; pero la alfombra de palabras está empezando a amortiguar lo que realmente son.

Hay que escucharlos en directo. Sin prejuicios ni historias. Hay que plantarse ante el escenario y dejarse llevar por lo que sucede sobre él para dejar de adornar con adjetivos su muy merecida grandeza.

Pablo, Dani, Javi y Darío son el ahora de la música andaluza. Si bajo de espaldas no me da miedo y Un gramo de fe son, a día de hoy, los dos mejores discos que se han hecho en nuestra región desde que al Señor Chinarro le dio por grabar La primera ópera envasada al vacío hace ya demasiado tiempo.

Creo que no exagero lo más mínimo si afirmo que el noventa por ciento de las personas que se congregaron la noche del jueves en el Mucho Teatro estaban allí para escuchar La niña de fuego, himno de una juventud de mentira (los "viejóvenes" de treinta y tantos años) y a la fuerza.

Así, el cuarteto fue recibido con ovaciones y abrió su concierto con La voz del hacha, que, como todo el mundo sabe, dice la verdad. Impagable la batería y la voz de Daniel Alonso tras el teclado.

Luego El piloto automático y un repaso bastante predecible a sus dos muy manidos discos. La rave de Dios y Super Broker despertaron un especial entusiasmo; aunque fue la consabida Niña de fuego (o Ninja de fuego, para evitar controversias con los herederos de Manolo Caracol) la que barrió con el resto del repertorio.

Pony Bravo tiene esa peculiar e inusual habilidad para hacer de nuestras raíces algo extraño y nuevo. Resulta casi aterrador observar cómo personas que jamás han sentido el más mínimo interés por la música andaluza se arrojan sobre las letras de Daniel Alonso como si en ellas perviviese alguna clase de identidad.

Hacia las tres de la madrugada, el cuarteto de la Macarena cerró su muy brillante actuación con un tema perteneciente a su futuro disco; una suerte de rap desaliñado interpretado por Pablo Peña que no terminó de cuajar, a pesar de apuntar detalles muy interesantes.

Entonces, incomprensiblemente, tocaron Gipsy Aliens, la apuesta personal del Monkey Week, una banda jerezana que suena como Dios y que va a terminar dando muchísimo que hablar.

Y digo incomprensiblemente porque no creo que nadie esperase que los situasen al final de fiesta, cuando ya el público estaba más que satisfecho y abandonaba en tropel el recinto compartiendo alborozos y chascarrillos.

Los jerezanos merecían otro momento más oportuno, y se tuvieron que tragar las calvas que se dibujaron sobre el suelo de la sala Mucho Teatro a pesar de ofrecer un concierto inconmensurable.

Finalmente, a las cuatro de la mañana, la Jagermeister Opening Night tocó a su fin y las muchedumbres se repartieron por los rincones de la ciudad sin ganas de irse a dormir.

Hay que ser insensato. Esto no ha hecho más que empezar.

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