Cultura

La Capilla Sixtina: triunfo de hombre

  • Se cumplen 500 años del comienzo de una de las obras cumbres de la Historia de la Pintura y de Miguel Ángel

Una de las obras culminantes del la Historia del Arte nació de un profundo sufrimiento humano. Tumbado en un andamio, bocarriba, con la pintura cayéndole sobre la cara y los ojos, con el pelo embadurnado de yeso y sintiéndose absolutamente frustrado e insatisfecho, Michelangelo Bounarroti, Miguel Ángel ("¡Yo no soy pintor!", solía exclamar, "¡yo soy escultor!") pasó casi cinco años de su vida entregado a una única obsesión: terminar cuanto antes los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, en Roma. Sucio, harapiento, cansado, con terribles dolores de espalda, Miguel Ángel pintaba desde el amanecer hasta que se iba la luz. No sabía que aquel esfuerzo hoy sería contemplado con admiración en todo el mundo. Ahora se cumplen 500 años del inicio de aquella aventura.

La Capilla Sixtina, bautizada así en honor del papa Sixto IV, que ordenó levantarla entre los años 1471 y 1484, era en realidad la Capilla Palatina del Vaticano. Parte de sus muros habían sido decorados con frescos de pintores como Botticelli, Perugino o Signorelli. La bóveda de la capilla representaba en un principio un cielo azul con estrellas, obra de Pier Matteo d'Amelia. Pero, tras unas obras de apuntalamiento, la bóveda quedó dañada y, en 1508, el papa Julio II, conocido como el Papa Guerrero por sus continuas campañas militares contra venecianos y franceses, encargó a Miguel Ángel que la redecorara con las figuras de los doce apóstoles. Fue el comienzo de toda una aventura.

Para encarar aquel inmenso trabajo, Miguel Ángel ideó un sistema de andamiaje móvil que le permitiera pintar tanto de pie como tumbado bocarriba. Se rodeó de seis asistentes que le iban preparando los colores o le ayudaban a partir los grandes trazos. El sistema de trabajo consistía en que Miguel Ángel pintaba a tamaño real las figuras en cartones que eran agujereados por las líneas del dibujo. Los cartones se pegaban a la bóveda y a través de sus agujeros los ayudantes soplaban carboncillo que quedaba adherido al techo y que servía como marcas de dibujo para que Miguel Ángel comenzase a pintar.

El artista, un hombre del Renacimiento, no estaba satisfecho con la idea de los apóstoles y, tras convencer a Julio II de que lo ideal sería narrar la Creación del Mundo en nueve frescos, borró todo el trabajo realizado y volvió a comenzar de nuevo.

Miguel Ángel planteó una secuencia de escenas: Separación de la luz y la oscuridad, Creación de los astros y las plantas, Separación de las aguas y la tierra, Creación de Adán, Caída del hombre, pecado original y expulsión del Paraíso, Sacrificio de Noé, Diluvio universal y Embriaguez de Noé. En los laterales de la bóveda pintó a los profetas y las sibilas, así como distintos desnudos y escenas de los antepasados de Cristo.

La insatisfacción de Miguel Ángel con su propio trabajo, su convencimiento de que la Capilla Sixtina sería vista por los ojos del futuro, hicieron que el trabajo comenzase a alargarse más y más. Eso comenzó a impacientar al papa Julio II. "¿Cuándo estará terminada la bóveda?", solía preguntar. "Cuando esté satisfecho", replicaba Miguel Ángel. "A quien debes satisfacer es a nosotros y terminar cuanto antes", replicaba el papa.

Miguel Ángel, que al comienzo de los trabajos tenía 33 años, comenzó a sufrir de tremendos dolores en la espalda tras una caída del andamio. También temía que estaba perdiendo la visión a causa de las continuas caídas de pintura en los ojos. Trabajaba mientras hubiese luz y ni para comer dejaba de trabajar. Su aspecto harapiento, su carácter huraño, pronto hicieron que la gente lo tomase por loco en Roma.

El pintor solía inspirarse en los rostros que veía en las tabernas de la ciudad para los personajes de las escenas. Existe también la creencia de que en la Capilla Sixtina pintó órganos del cuerpo humano camuflados. Su pasión por el cuerpo, sobre todo por el masculino, lo había llevado a diseccionar cadáveres para ver cómo eran los órganos. El pintor, homosexual, dejó también como legado una buena colección de desnudos masculinos que luego serían ocultados por el pintor Il Braghettone a órdenes del papa Pablo IV.

Los conflictos entre Miguel Ángel Bounarroti y el papa Julio II era constantes por culpa del ritmo de trabajo de la bóveda. El papa solía subir hasta el andamio para ver los frescos más de cerca y a veces discutía tan acaloradamente con el artista que terminaba golpeándolo con su bastón.

En 1512, finalmente, Miguel Ángel dio por concluida la bóveda y el andamiaje fue retirado. El 31 de noviembre Julio II vio por fin terminada la pintura del techo y le mostró a Miguel Ángel su satisfacción por el trabajo. El artista ni siquiera asistió a la inauguración.

No sabía Miguel Ángel que, casi treinta años después, otro papa, Clemente VII, volvería a llamarlo a Roma para encerrarlo otra vez en la Capilla Sixtina. Esta vez se trataba de pintar un gran fresco en la pared frontal del edificio, El Juicio Final. Miguel Ángel, sorprendentemente, aceptó el encargo: sabía que podía ser su gran obra y su forma de retratar el cuerpo humano. Hasta tal punto quiso explorar que pintó a Jesús completamente desnudo. Era su triunfo como artista y como hombre.

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