Salón de lectura. por José Antonio Santano

Luminaria

Desde la década de los años 80 del pasado siglo, que la mujer irrumpe en el panorama de la poesía española, hasta hoy han transcurrido casi treinta y cinco años -2015 acaba de nacer-, y es curioso comprobar cómo aún algunas de esas voces siguen aportando a la poesía conocimiento, emoción y experiencia, alma. Una de estas voces singulares es la de Ana María Romero Yebra, madrileña de nacimiento pero con residencia en Almería desde el año 1981.

Luminaria es la última entrega poética de Romero Yebra, en la colección La noctámbula, del sello editorial Torremozas. Con esta misma editorial publicaría otro extraordinario poemario El llanto de Penélope. Aunque mucho es el tiempo transcurrido desde que viera la luz el que podríamos considerar su primer libro de poesía La isla de Brétema, de tema fundamentalmente amoroso, hasta el que ahora nos ocupa, esencialmente elegíaco, Ana María Romero ha mantenido un discurso poético coherente tanto desde el punto de vista de la forma como del fondo. En su voz hallamos esa magia de la palabra, la luz de los silencios y el estertor de la vida, el fuego que abrasa a los amantes y el dolor por la pérdida, incluso una forma muy personal de erotismo. No hay en Ana María Romero Yebra medias tintas, y así lo podemos comprobar en este último poemario. "Luminaria" es el homenaje que la poeta dedica a su madre tras su muerte, y al igual que Jorge Manrique escribió aquellas famosas coplas a la muerte de su padre, Romero Yebra nos deja la palabra dolorida por la nostalgia de lo vivido y sentido, por ese vacío que experimenta con la definitiva ausencia de su madre, Elvira Yebra. El poemario se divide en dos partes: Curriculum vitae y Versos de otoño. En la primera parte, como su propio nombre indica, la autora ha querido mostrar los momentos más importantes, o al menos los que la memoria recupera, la secuencia vital de su madre, desde su nacimiento en Salas de los Barrios (Ponferrada): «Naciste en una aldea / de la España rural y oscurecida», hasta los días vividos en Almería: «Te miro en el jardín, entre las plantas / y pienso que eres, madre, igual que un árbol viejo y armonioso / que marchitó en los brotes su belleza / conservando la fuerza en las raíces». Sin embargo, entre esos dos momentos delimitadores, existen otros que van modelando la figura materna, etopeya exacta. La madre es principio y fin de sus recuerdos, y por ello va encajando una a una cada, como si se tratara de un rompecabezas, sus etapas vitales, sus sueños. La muerte de la madre es una herida abierta aún, que el tiempo no ha podido cerrar, pero que Romero Yebra atempera con el bálsamo de la poesía. Es la palabra su refugio, la única razón de su existencia, el mejor emplasto para sanar del dolor y la tristeza por la más grande ausencia. La poeta desea vivir en ella, la madre, en sus recuerdos: «…como si adivinara / que su tiempo de Escuela / iba a ser muy escaso / para aprenderlo todo / antes de abandonarla y de tener la vida / por única maestra», la primera renuncia, o del trabajo de pastora: «Por trochas y veredas / iban tus pocos años como guía / de un centenar de ovejas y corderos…», también de su huida hacia el futuro (¿?): «Madrid se te ofreció, desde tu entrada, / como una ciudad abierta a la conquista», el hallazgo del amor en el desorden: «Era el amor, sin duda, que venía / envuelto en el desorden de la guerra / poco antes iniciada», y los desastres de la guerra: «Todo se había agotado en el asedio / y Madrid era entonces / una ciudad hambrienta y desgarrada» y la desoladora presencia de la muerte: «Te quedaste tan rota, tan ausente, / que ya no fuiste tú. Que ya no eras. / Aquella horrible tarde de verano / te asfixiaba el presente y el futuro». En la segunda parte, Versos de otoño, Romero Yebra presiente el acabamiento, el final del viaje, el otoño último. Evocará la poeta los días junto a la madre enferma: «Porque Dios nos ayuda / y tu cuerpo gastado se renueva / y estrenas con el alba, la sonrisa, / no me importan las noches / al lado de tu cama / viendo alargarse el tiempo de lo oscuro, / para pasar densas las horas, / esperando el regalo de tenerte / conmigo todavía», y sentirá hendirse en su corazón la fatal premonición, la hora definitiva, de manera que poco le importará el otoño «que enriquece las hojas de los sauces con ramalazos de oro encendido», porque solo piensa en ella, por eso cree que es pronto aún, y escribe: «Hoy no puedes marcharte. / El corazón me dice que es muy pronto. / Que no me dejarás. Que guarda el tiempo / muchos dulces otoños todavía… / ¿Vas a perderte, madre , los que quedan?». Ha compuesto Romero Yebra una elegía rotunda y certera a la muerte de su madre, y en ella y después de la muerte, siempre la esperanza, la vida: «Hay madres que están vivas porque, aunque ya murieron, / rebrotan en nosotros como árboles tenaces». También la poesía auténtica renace cada día, como en este hondo y bello libro, Luminaria, de Ana María Romero Yebra.

Autor: Ana María Romero Yebra. Edita: Torremozas (Madrid, 2014)

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