Cultura

Raphael

Raphael está de enhorabuena. Al fin y al cabo, no es fácil cumplir medio siglo sobre los escenarios y, por encima de ello, mantener casi la misma ilusión de un principiante. Sin embargo, con el de Linares, cualquier cosa es posible. De blanco inmaculado -en contraste al negro que, en general, suele usar en sus actuaciones-, el cantante recibía ayer a esta publicación en el sevillano Hotel Alfonso XIII para, dentro de tan magno edificio, confesarse a corazón abierto sobre su pasado, su presente y, sobre todo, su futuro. Y es que, en el caso de Rafael Martos Sánchez, el verdadero nombre de este mito de nuestra música, nada hay más apasionante que aquello que nos depara el impredecible destino.

-¿Por qué le gusta tanto Sevilla?

-No lo sé. Las cuestiones del cariño no pueden explicarse. Lo nuestro es puro amor. Siempre he dicho que a mí me gustaría vivir en esta ciudad.

-De hecho, prácticamente ha pisado todos los teatros de la zona, ¿no?

- Pues sí. El Imperial, el Lope, el San Fernando, el Cervantes, el Álvarez Quintero…

-Es que son 50 años de un sitio para otro…

-¡Y los que te rondaré! (risas). Al paso que vamos… Me encanta regresar a los mismos sitios. Eso significa mucho. Por ejemplo, que no eres de esos a los que la gente no quiere volver a ver o de los que se aburren en el camino.

-¿Raphael aún no se ha cansado?

-No. Trabajo por puras ganas. Me gusta mucho esto desde que empecé y, mientras tienes ilusión, estás vigente.

-¿Nunca ha sentido la necesidad de dejarlo?

-Una vez sólo… Hacía un viaje desde Australia a Tokio, Moscú, Amsterdam -donde recogí a mi mujer-… Iba buscando, por la ruta más larga, quitar horas para llegar justo a Caracas, donde daba un espectáculo. Cuando empecé, advertí: "Si me notan raro, no me he tomado nada" (risas). Ese único día hubiera dado algo por suspender…

-¿Cómo se logra, hablando de actuaciones, ofrecer en una sola el reflejo de toda una carrera tan extensa como la suya?

-Es una partida de ajedrez. Debes aunar décadas, éxitos, canciones… Es difícil pero tengo buena mano para eso. Quizás el orden es lo que mejor haga dentro de un show.

-Hubo una época en la que, en sus programas de mano, se advertía de que el repertorio se modificaba en función de sus deseos…

-En el montaje nuevo no puede ocurrir eso. Llevo una producción enorme, con cinco pantallas que se mueven y que me dejan poco lugar para la improvisación. No obstante, también lo hago. El intérprete se tiene que divertir para divertir a la gente.

-¿Usted ha llevado siempre las riendas de su trayectoria?

- Siempre. La culpa es mía. De lo bueno, y de lo malo. Una vez me dejé convencer e hice un disco tan malísimo que no repetí.

-¿Ah, sí? ¿Cuál?

-No sabes cuál es seguro. Ya me encargué de que se conociera lo menos posible (risas)…

-A Frank Sinatra le pusieron el sobrenombre de La voz. ¿Con cuál le gustaría a Raphael pasar a la historia?

-Quita, quita… Que no digan nada todavía (risas). Suena raro pero yo aún estoy empezando. Y más, desde seis años atrás. Vivo en completa ebullición y en eterno aprendizaje. La materia prima está, pero hay que evolucionar. Adherirte a lo que te va bien y rechazar lo que no te va. Quizás ahí esté el secreto de por qué me siguen tantos jóvenes.

-Cuando fue a sacarse el carné de artista, sólo con su salida a escena bastó para que se lo concedieran… ¿Hoy hay figuras con tanto carisma?

-Bueno, a mí me dijeron un triste "puede marcharse". Mucho después conocí a Antonio Ruiz, el bailarín, que estaba entre aquel jurado, y le pregunté por qué no me dejaron ni si quiera cantar. Él me respondió: "Pero, ¿querías eso también?" (risas). Ahora es de otra manera. No les permiten crecer y lo que buscan son clones de otros. Antes luchábamos por imponer nuestra personalidad. Pega el que defiende su territorio y su manera de hacer. Las copias no llegan a ningún lado (aunque, en realidad, tampoco es su culpa).

-¿Le acompaña la sensación de que Raphael le ha quitado algo a Rafael Martos?

-No. Son el mismo. He vivido la vida que he querido vivir. Mi profesión es la más adecuada para mí y la llevo como un sacerdocio (más, repito, desde el transplante).

-¿En qué le cambió eso su visión de la realidad?

-No tiene comparación. Tendrías que pasar por lo mismo para saberlo.

-¿Quién conoce de veras a Rafael?

-Su esposa, sus hijos, sus amigos… Muchos chavales que entran y que me consideran uno más. Incluso el público que, aunque no me vea todos los días, también me conoce. Soy una persona. Me gusta hablar de todo y, en especial, escuchar. En mi casa, al reunirse tantos y discutir de distintos temas, me encanta ser su espectador y comprobar lo diferentes que son entre sí.

-Cuénteme algo suyo alejado de lo laboral…

-Tengo muchísimas aficiones. La pintura, el teatro, el cine, leer… Me interesa mucho la existencia de los demás, el mundo…

-¿Y qué le parece la situación actual?

-Tiene arreglo. Todo puede solucionarse. Hay momentos complicados, y no me refiero a la crisis, que, eso sí, debieran pasar más rápido. Situaciones como las guerras, las hambrunas y los cambios climáticos, tres grandes problemas de los que debiéramos estar muy pendientes.

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