Cultura

Enrique Fernández Bolea: "La fotografía es mucho más que un recurso para el conocimiento de nuestro pasado"

  • El Museo de Almería acoge hoy a las 19 horas la presentación de la obra ‘Relatos fotográficos de Almería en el siglo XIX. Luces en la historia’ que publica Arráez Editores

Enrique Fernández Bolea ha realizado un gran trabajo sobre la fotografía almeriense del siglo XIX

Enrique Fernández Bolea ha realizado un gran trabajo sobre la fotografía almeriense del siglo XIX / Diario de Almería

Hoy viernes, 14 de diciembre, a las 19 horas se presenta en el Museo de Almería el libro Relatos fotográficos de Almería en el siglo XIX. Luces en la historia de Enrique Fernández Bolea. Junto al autor de la obra participarán Antonio Fernández Liria, Narciso Espinar Campra y Andrés Sánchez Picón.

-Ha escrito una obra fascinante, donde aporta grandes novedades en torno a la fotografía en el siglo XIX. ¿Le ha costado mucho hallar el material de muchos de aquellos fotógrafos de los que hasta ahora poco se sabía?

-Algunos han sido bastante escurridizos, especialmente los pioneros almerienses como Soria y Parra, Pérez de Zafra o el mismo Bocconi. E incluso los primitivos del poniente como Cayetano de Zafra o Torres, de los que se han conservado escasas muestras. Aunque he de confesar que la suerte, quizás aliñada de empeño, me ha sonreído casi siempre durante este dilatado proceso, alumbrándome colecciones y hallazgos que han cubierto esas acusadas carencias iniciales. Hay mucho de empecinamiento, y ya se sabe que quien busca suele encontrar.

-Había datos y fotografías sueltas, pero nunca se había hecho una obra tan completa. ¿Cuando empieza realmente la fotografía en Almería y donde surge?

-En honor a la verdad, las monografías de Juan Grima acerca de la fotografía levantina constituyen un sólido precedente, aunque restringido a aquella área geográfica. Otro tanto ocurre con Encarnación Navarro, que se adentra en la fotografía velezana decimonónica en su Vida cotidiana a través de la fotografía (1870-1970). El fotohistoriador malagueño Fernández Rivero nos ha aportado algunos descubrimientos esplendorosos como su Álbum de Adra, con imágenes inéditas de Cayetano de Zafra y Guerrero Scholtz. O el artículo que publicase en 2003 Donato Gómez en relación a los retratistas de la capital, donde hacía una primera incursión en algunos de los primeros profesionales que abrieron gabinete en la ciudad.

-Pero está claro que es una obra que abre un nuevo horizonte.

-Sí, tienes razón, hasta ahora no se había afrontado una sistematización de la historia de la fotografía en todo el ámbito provincial, empresa por otra parte absolutamente precisa si consideramos a la fotografía como parte de nuestro patrimonio cultural. En cuanto a las primeras manifestaciones fotográficas en nuestra provincia, aún me ronda la duda, pues no podemos descartar del todo que antes de la década de 1860 algún profesional itinerante se pasease por la provincia y realizase daguerrotipos hoy perdidos. Lo que sí sabemos es que las primeras fotografías de exteriores de Almería fueron tomadas por el afamado Charles Clifford con motivo de la visita de Isabel II a la capital en octubre de 1862.

-Hay una etapa donde hay muchos fotógrafos de estudio. Curiosamente este hecho no se concentra en la capital, sino que hay pueblos que cuentan con auténticos artistas. ¿Cómo explicaría ese fenómeno?

-La propia realidad socioeconómica de la provincia lo explicaría. Y es que desde mediados del XIX hay tres áreas geográficas, además de la capital, donde existe un nivel de desarrollo económico muy alejado de la paupérrima situación por la que atraviesa el resto. Los explotaciones mineras de Almagrera y Gádor, así como su subsidiaria industria metalúrgica, han traído riqueza hasta el Levante, con Cuevas en su centro; y hasta el eje Adra-Berja, donde además, años más tarde, se desarrollará una dinámica actividad productiva y comercial con la uva de mesa como protagonista. También en los Vélez hay prosperidad gracias a una agricultura y un comercio en auge. En estos cuatro puntos se dan las circunstancias para que se consolide una burguesía con más o menos conciencia de clase que, entre los muchos productos de refinamiento y distinción, demandará el retrato. Esta demanda potencial y real actuará como irresistible reclamo para aquellos primeros fotógrafos que aposentaron sus gabinetes en estas zonas.

-Dedica varias páginas a José Rodrigo, un fotógrafo que dejó mucha huella de la zona minera del Levante. Hasta ahora poco se había hablado de este ilustre artista, a excepción de un libro que edito el IEA en los años 90. ¿Qué importancia tiene Rodrigo en la fotografía de esa época?

-En efecto, aquella recordada exposición con su catálogo, titula- dos ambos El Siglo Minero, al que en 1991 otorgaron contenidos Andrés Sánchez Picón y Manuel Muñoz Clares. Este último se convirtió con el tiempo en el principal biógrafo de Rodrigo, a cuyo estudio ha dedicado más de una monografía. Pero es verdad que Muñoz Clares, al ser lorquino, ha centrado la trayectoria de este fotógrafo en tierras de Murcia, quedando su recorrido profesional por Almería un poco marginado.

-Pero usted lo recupera a lo grande en este volumen.

-Yo he tratado de hacer lo contrario, es decir, alumbrar todos aquellos aspectos relacionados con la presencia de Rodrigo en Almería a lo largo de sus dos etapas: 1864-1867 y 1874-1884. No perdamos de vista que este profesional es uno de los grandes de la historia de la fotografía nacional, que acometió un trabajo ingente e impecable, innovador en muchos casos y con una amplitud temática que convierte su trabajo en una herramienta fundamental para el estudio de nuestra historia: minas, fundiciones, villas, ciudades, mercados, edificios, acontecimientos, oficios…se visten de albúmina para sorprendernos.

-Otra figura clave del siglo XIX es Gustavo Gillman, un ingeniero que amaba la fotografía. Parece que es clave la figura de este hombre para entender la fotografía en Almería.

-Gracias a La Almería insólita, aquella espléndida exposición celebrada en 2010 arropada por un catálogo no menos esplendoroso, ambos coordinados por Grima y Juan Roberto Gillman, descubrimos a este ingeniero cuya pasión era la fotografía. Llegó por nuestra tierra en la última década del XIX, cuando se construían los primeros ferrocarriles en nuestra provincia.

-Es fundamental la figura de Gillman.

-Su trascendencia radica en haber sabido captar, con un afán documental inapelable, lo que aquella infraestructura supuso desde un punto de vista técnico y económico, pero también desde una perspectiva meramente humana. La fotografía de Gillman es costumbrista, pero también quiere trasladar con consciencia un mundo que está a punto de sucumbir ante los arrebatos del progreso que el propio tren trae consigo. Hay quien ha visto una carga de denuncia social en esta fotografía documental, y yo comparto esa apreciación. El legado Gillman, sin duda, es descomunal y de un valor universal.

-Aunque hoy no se da, hay un tiempo donde fotografiar los sepelios y entierros y también los velatorios con el fallecido. Usted que ha investigado, por qué considera que esto se llevaba a cabo.

-Nuestra relación con la muerte hoy nada tiene que ver con la que practicaban nuestros ancestros. La corta esperanza de vida, la mortalidad infantil, el acecho de enfermedades mortales y atroces hacía que los habitantes del XIX la tratarán de tú a tú, convivieran con ella con cierta naturalidad. Esto influía en los ritos y en las costumbres; al difunto no se le alejaba, se le tenía bien cerca hasta el momento de su sepultura, en casa y sin asepsia alguna, como un memento mori consciente (recuerda que a ti, vivo, te llegará tu momento). Luego, en aquellos tiempos retratarse sólo estaba al alcance de los más ricos, por lo que las clases más humildes podían llegar al fin de sus días sin haber posado delante del fotógrafo. En estos momentos de duelo se hacía un sacrificio para costear esa imagen post-mortem, ese último recuerdo que ayudaba a sobrellevar el dolor de la pérdida. Las familias opulentas, además de estos retratos en el lecho de muerte, encargaban a fotógrafos profesionales reportajes del cortejo fúnebre del familiar difunto. Hoy fotografiar a un difunto nos parecería una depravación, entonces era de lo más normal.

-Las inundaciones de 1891 en Almería y Albox no se conocerían en profundidad de no contar con un importante reportaje fotográfico. Con fotografías así hoy somos conscientes del valor que tenia la imagen en aquel momento.

-Ese es el enorme valor de esta primera fotografía documental, su capacidad de testimoniar con rigor los acontecimientos, especialmente aquellos que, como las inundaciones del 91 golpearon a la población con consecuencias tan trágicas. La aportación gráfica de Morales o de García Peinado, la captación de esas escenas del desastre al poco de su acontecer, poseen el poder de impactarnos, de situarnos en un momento tan aciago. La labor de estos fotógrafos para difundir los efectos del desastre por toda la nación resultó primordial, ya que los grabados (entonces todavía no se publicaba foto en prensa) que ilustraron periódicos como la Ilustración Española y Americana se ejecutaron a partir de estas fotografías.

-Los hermanos Paniagua también son destacados en esta gran obra. Sin el trabajo de personas así, hoy desconoceríamos mucho del pasado. Que significan los Paniagua en el mundo de la fotografía.

-Los Paniagua aportan frescura a la fotografía finisecular almeriense. Son aficionados y captan lo que les viene en gana, que suele ser lo cotidiano, el trasiego de los tiempos con todos sus modestos protagonistas. Estos tres hermanos nos trasladan todo ese universo en torno a la producción y comercialización de la uva de mesa, que tanta importancia tuvo por aquellos años. O se detienen, porque pueden, en el tranquilo devenir de un pueblo como Terque; o prefieren inmortalizar la penetración de la modernidad que nos trae el ferrocarril; o se regocijan atrapando escenas de los divertimentos de aquellas ferias almerienses de principios del siglo XX. Es esa cotidianidad de una realidad que nos sitúa en el tránsito de dos centurias, de ahí que eligiese su rico legado para cerrar el estudio.

-¿Por qué se decide a investigar y escribir una obra que pasará a los anales de la historia por lo que tiene de novedosa. ¿Creo que queda mucho por hacer?

-Por pasión y porque la consideraba necesaria. Antes he mencionado el concepto patrimonial que le otorgo a la fotografía: es mucho más que un recurso para el conocimiento de nuestro pasado. Hay que estudiarla y divulgarla para despertar sensibilidad, para sembrar aprecio y propiciar su protección. Ha sido mucho lo que se ha perdido, pero estudios como éste pueden contribuir a la aparición de colecciones hasta ahora ocultas o al surgimiento de otros trabajos que amplíen nuestro conocimiento de un XIX que, a buen seguro, seguirá ofreciéndonos sorpresas. Debemos seguir indagando y, como dices, extender la cronología de la investigación, aunque el estudio de la fotografía almeriense del siglo XX, mucho más pródiga, exija trabajos más localizados.

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