Fueron diez segundos mágicos. Sonó la melodía, nos levantamos, bufanda estirada al viento, bien tensa, mostrando con orgullo la palabra 'Almería' a quienes teníamos enfrente y, gritando, comenzamos. Un momento en la historia donde nacen los colores de mi piel. Miré a la izquierda. La gente del centro de preferencia parecía apuntarse. A la derecha. La maltratada Grada Joven también ponía su granito de arena ante la mirada de una policía que la asfixia sin motivo en su propio estadio, en su propio hogar. Verás cuando bajen la música y nos quedemos a capela, pensaba yo. Diez segundos. Diez segundos mágicos. Lo que tardó la megafonía en solapar el himno con las alineaciones y, por tanto, terminar con aquello. El club boicoteando su propio plan. El enésimo maltrato al himno perpetrado en el Mediterráneo. Esta vez, al menos, nos sorprendieron. Había muchos motivos para que una iniciativa así fallase, pero pocos esperábamos que fuese por algo tan básico como la falta de comunicación dentro de la propia entidad. Ahí se superaron. Chapó. Para completar estos días mágicos, la UD Almería aprovechó que, al fin, se permite el 100% de asistencia a los estadios de fútbol para volver a retomar la campaña de abonos, esta vez en busca de nuevos aficionados. El club se enfrentó en agosto a multitud de quejas por obligar a ir a la sede, de forma presencial, a todo aquel que quisiera malgastar su bono en material antiguo o cambiarse de asiento. Se formaron por entonces colas kilométricas amenizadas por el intenso calor estival de Almería y, para colmo, con las restricciones pandémicas todavía vigentes. Cualquiera podría pensar que desde dentro de la entidad se tomó nota de esta situación, se escuchó a los enfadados hinchas y se trabajó para mejorar esto en futuras campañas de abonos. Pero este club es así. Solapa su propio himno y obliga otra vez a los abonados a hacer cola frente a la sede. Florece el Almería de siempre. Y esto no hay jeque que lo cambie.