Merece una despedida a lo grande porque ha sido una gran presidenta del Congreso. Ana Pastor ha cumplido el último capítulo de mandato presentando las cuentas ante la Diputación Permanente, casi al mismo tiempo que cuatro presos recogían las credenciales de su cargo rodeados de una inmensa expectación.

Fue Pastor quien organizó la llegada de los independentistas catalanes, la recogida de credenciales primero y, hoy, su asistencia a la sesión constitutiva de las Cortes. Como todo lo que ha hecho en su vida profesional, médico, mano derecha de Rajoy en diferentes ministerios, y presidenta del Congreso, lo preparó con el máximo rigor, con el asesoramiento de las personas adecuadas, con un gabinete que cuidó el mínimo detalle. Nada que no viniera avalado por el Tribunal Supremo.

Pastor ha puesto el listón muy alto a Batet. Todo el mundo elogia su talante negociador, su capacidad para apagar fuegos, para relacionarse incluso con los diputados más díscolos. No hay un solo portavoz que haya tenido una mala palabra sobre ella, con las puertas del despacho permanentemente abiertas al que quisiera traspasarlas. Aquel despacho, a veces, parecía un confesionario.

Su lealtad a Rajoy ha sido inquebrantable, por amiga y porque no es de las que hacen comentarios a las espaldas y mucho menos pega puñaladas traperas. Alguna vez se la ha acusado de barrer para casa, pero habría que preguntar si ha habido un solo presidente del Congreso que no haya intentado favorecer a su Gobierno.

Le tocó la papeleta de presidir la ceremonia del relevo de Rajoy a través de una moción de censura y mantuvo el tipo. Nadie dirá que no ha sido leal al nuevo presidente. Su último acto importante fue preparar un homenaje a Rubalcaba. Ha demostrado que las mujeres pueden llegar a lo más alto sin necesidad de cuotas. Amable, fácil de trato, con sentido del humor y con un inconmensurable sentido del deber. Lo dicho: el listón lo ha puesto muy muy alto.

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