Una mañana me desmayé en directo delante del micrófono de Radio España de Madrid. Desmadejado, de pronto era un guiñapo sobre el sofá que había en aquel estudio. Nueve y media. Me desvanecía sin entender qué me estaba pasando. Mi compañera Cristina Gutiérrez se ocupó de llamar un taxi para llevarme al centro médico más cercano. Me acompañó, escondiendo su preocupación entre bromas y sonrisas.

- ¿Me voy a morir? No puede ser; si todavía no he hecho nada de lo que debo hacer…

Una crisis de ansiedad. Como otras después. Mi padre era Tenedor de Libros. De niño no sabía qué oficio era ese. Pero mirar su diploma enmarcado y colgado en una pared de la casa, daba gloria. No era muy cariñoso conmigo. A través de los años llegué a sentir que no me quería. Hasta que un día encontré mi partida de nacimiento. Él la escribió mientras yo estrenaba mi voz con los primeros vagidos.

- "Hoy, trece de enero de 1944, a las 17.30, ha nacido mi hijo Andrés…"

Así de meticuloso era el Tenedor de Libros. Así de callado y profundo era el amor por sus hijos. A los 14 años, ya en Almería, viví una experiencia fascinante: subir y bajar en un ascensor. La empresa en la que trabajaba mi padre construyó el edificio de la Plaza Circular. Habilitaron las oficinas en la planta superior. El verano del 58 fui aprendiz de amanuense y recadero. Me gustaba salir para ir a Correos o a la Papelería más cercana cuando era menester, porque eso me aseguraba otro paseo en el ascensor. En una ocasión subí y bajé tanto sin salir de él, que don Victoriano, el jefe, se quejó a mi padre. Su mirada seria, la de mi padre, imponía respeto; y el inmediato esbozo de sonrisa, la de mi padre, imponía alegría a mi corazón de adolescente.

Fue cuando aprendí el nombre de aquel artilugio que usaban para hacer arqueo; el ábaco. Nunca tuve interés en saber cómo funcionaba. El ruido que hacía cada vez que mi padre le daba enérgicamente a la palanca era insoportable.

Yo no quería morirme aquella mañana en Radio España. Sobre todo, porque no había hecho aún "el arqueo" de mi vida. Tenía que actualizar y cuadrar mis cuentas. Registrar, como con precisión y esmero hacía mi padre, la relación de mis "caudales", mis deberes cumplidos - el Haber - y la deuda de mis muchos errores y sueños incumplidos - el Debe -

Lo recuerdo ahora: El sonido suave y excitante, de mis primeros viajes en ascensor; el chirrido del ábaco, carraca metálica seca y contundente cual taconazo de legionario. Y la sonrisa cómplice de mi padre, mirándome mientras me afano por hacer bien mi arqueo personal e intransferible. Nunca está de más. Y menos, ahora.

Mientras el mundo gira como gira.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios