Juanma Lillo, en una de sus innumerables citas pensadas para el ideario más underground, decía aquello de: «No arriesgar es lo más arriesgado; así que, para evitar riesgos, arriesgaré». Esta reflexión puede servirnos como punto de partida para abordar el soberano problema que tiene el Almería de Rubi, a las puertas de configurarse como el peor equipo de Primera División. Desde que cayera dolorosamente -aunque con la cabeza alta- en el José Zorrilla el pasado 5 de septiembre, los síntomas que ha presentado la UDA es de un equipo que languidece poco a poco. Mientras sus rivales empiezan a crecerse ante la adversidad y a, con sus medios, ser un equipo reconocible, el Almería cada día que pasa juega peor y compite peor. Esto último lo más elemental que puede pedírsele a Rubi como aficionado. Y la sensación, desde luego, es que está metiendo la pata hasta el corvejón. No hay segundas lecturas, no hay alternativas, no hay buenas decisiones técnicas desde su área. El Almería en San Mamés, asfixiado en salida con tres centrales (¡qué barbaridad!) y con la nula capacidad de despojarse de la presión athleticzale, acabó el partido con cinco atrás y no fue hasta el 80' cuando vimos ingresar al engranaje posicional que da equilibrio a este equipo desde el día cero. Las trampas al solitario con Portillo, la inentendible discutibilidad de Embarba y la desidia prolongada de Ramazani siguen minando el crédito de Rubi. Sin ánimo de pasar por alto el pobre rendimiento de la gran mayoría del plantel, impresiona para mal la ineptitud que está mostrando Rubi para potenciar unas piezas teóricamente archiconocidas para él. En gran medida, por los pocos riesgos que está dispuesto a asumir aun llegados a este punto. El Rayo Vallecano en casa será su matchball, pero mi decepción, tan dolorosa como inesperada, ya parece difícilmente salvable.

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