A pesar de la completa distopía en la que estamos inmersos desde hace tiempo, creo que pocos podríamos llegar a imaginar que Kalu Uche (Aba, Nigeria, 1982) volvería a enfrentarse al Almería en partido oficial. Mucho menos si pensamos en que sería con el Águilas que comanda Alfonso García. Pero ahí está la vida para terminar de dibujar derroteros difícilmente imaginables. Kalu Uche tiene grabado su nombre a hierro forjado en mi mocedad. El nigeriano tiene el dudoso honor de ser la figura rojiblanca que primero me marcó. Tengo aún la imagen del bueno de Kalu, con la zamarra rojiblanca portadora de la publicidad de Isla del Fraile en mi retina. Mientras que, en mi cabeza, Uche sigue siendo el autor de todos los goles del Almería en la temporada 2009/10. O quizá fue solo mi impresión. Él solo separó al Almería de la calidez de la zona de descenso. Nunca fue un tipo con un carisma notable, con una apariencia excéntrica o con un comportamiento efervescente. Siempre fue un tipo comedido, agradecido con la gente y que daba gusto ver sobre el verde del Mediterráneo, por el costado derecho o junto a Negredo. Y no me apetece tanto hablar de él como futbolista, sino de su figura. De lo que él mismo ha construido en tres etapas de rojiblanco. Como jugador, como ariete y como persona. Con su personalidad risueña, con su sensibilidad goleadora y con sus apoyos y movimientos con y sin el cuero. No siempre tiene uno el gusto de hablar del cuarto máximo goleador de la historia de la UD Almería, pero, aun así, siempre, en todos los ámbitos de la vida, es complicado dejar la marca que dejó Uche. Ni la nefasta gestión de Alfonso García en su segunda y tercera etapa hicieron que dejara de lado el club al que él se siente unido por una relación casi espiritual. Hoy deseo con mi alma que venciera La Rubineta, Kalu. Pero las calles no te olvidan.

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