La reunión telemática de los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea ha supuesto un nuevo jarro de agua fría. En el tira y afloja entre los países del norte y centroeuropeos y los del sur, han ganado los primeros, lo que ha provocado una animadversión manifiesta de los mediterráneos, sobre todo Italia y España, hacia los socios reticentes a adoptar medidas de emergencia. No se han hecho esperar las acusaciones de falta de solidaridad y los comentarios sobre la pérdida de las esencias que sirvieron de base para la construcción del proyecto europeo.

Esas esencias se perdieron hace mucho. El Tratado de Roma ha sido superado por muchas razones, entre otras, las sucesivas ampliaciones que se han hecho en muchos casos con fines más comerciales que otra cosa. Italia y España van a pasarlo condenadamente mal si esperan que la solución a sus problemas les llegue desde la Unión Europea y sólo de la Unión Europea.

Es triste decirlo, pero no se trata de falta de sensibilidad. En Bruselas miden las consecuencias de cada uno de sus pasos y varios miembros tienen reticencias hacia Italia y España. No hacia Portugal y Grecia, que se apretaron el cinturón cuando no tuvieron más remedio que pedir el rescate y lograron salir del hoyo. Cada vez que se habla de España e Italia, en Bruselas hay polémica. Confiesan abiertamente que es difícil fiarse de gobiernos en manos del Movimiento 5 Estrellas, en Italia, y de Podemos, en nuestro caso.

La Unión Europea no vive su mejor momento. Al frente de sus instituciones no siempre están los mejores, sino los nacidos en los países más influyentes. Pero en España, en lugar de culpar a Bruselas de falta de apoyo y de solidaridad en estos momentos, tendríamos que hacer una reflexión respecto a si los ciudadanos contamos con un Gobierno en el que puedan confiar aquellos a los que pedimos que nos confíen sus dineros.

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