Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

El CD El Ejido funciona

Para ser un club con seis años de historia, su situación deportiva es más que destacable

C REO que nadie hace seis años, cuando se fundó, pensaba que el CD El Ejido estaría en relativamente tan poco tiempo en una situación deportiva tan destacable como lo está a día de hoy. En 2012, con la desaparición del Club Polideportivo Ejido aún en carne viva para una afición ejidense desencantada con el deporte rey, echó a rodar un proyecto con las pautas bien marcadas por Vicente Puertas, fuertemente vinculado al fútbol sala de la localidad y quizás con poca experiencia en el balompié más mediático, pero supo rodearse de personas como Ángel Becerra, José Lirola y, un par de temporadas más tarde, por Javier Fernández, actual director general celeste y pieza clave en la construcción de una estructura más profesional en la entidad que está logrando afianzarse en todas sus parcelas desde la llegada del israelí Pierre Mevy. Y es que no solamente el CD El Ejido cuenta con un equipo senior en Segunda B y con ambición de luchar por subir a la categoría de plata del fútbol español. El club del Poniente almeriense ha apostado muy fuerte por sus dos equipos punteros de fútbol sala, el masculino y el femenino, que también buscarán dar el salto de categoría. Está forjando una cantera que ya está dando sus frutos en varias tablas clasificatorias como en la de Segunda Andaluza, donde su conjunto juvenil está en la primera plaza y aspira a subir a Liga Nacional este curso. Por si fuese poco, esta campaña se ha puesto la primera piedra en la sección de fútbol once femenino, con una plantilla que dará mucho de qué hablar y que se une a un proyecto con un amplio abanico de objetivos, tanto deportivos como administrativos, que parecen ir cumpliéndose poco a poco. Parece mentira que hace solo seis años este joven club, fundado por un puñado de valientes que se negaban a ver morir el fútbol en El Ejido, empezara a dar sus pasos en Preferente rodeado de incertidumbre y soportando rumores de pesimistas agoreros que, evidentemente, se equivocaban.

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