Es una realidad muy compartida. El viento es el gran enemigo natural del fútbol. El aire en exceso hace incontrolable el esférico. Lo convierte en un cometa y el juego pierde su auténtico sentido. Perjudica incluso al que lo tiene a favor. Pero no es el único. Las altas temperaturas forman parte de ese mismo catálogo de indeseables. El calor deshidrata y debilita. Agobia y desanima. El verano como estación no ha llegado de forma oficial, pero el calor ya está aquí y también una de sus derivadas, el alto grado de humedad. Y Almería está doctorado en ambas circunstancias. En junio, el calor se nota. En julio, se acusa aún más. Los rojiblancos habrán de jugar seis partidos como local cuando la Liga recupere su actividad en el fin de semana del 13-14 junio en el Estadio Carlos Belmonte, de Albacete. Por su nulo colorido en las gradas, serán la versión más parecida a los de pretemporada. Su disputa en esas condiciones recuperará el debate entre el poder y el saber. La transición de la UDA hacia su nueva realidad, la del ascenso, pasa por esas 11 jornadas con sus tórridas noches y las teorías sobre la mayor importancia del físico sobre la técnica o al revés. El calendario se volverá tremendamente exigente con tres partidos en ocho días, un reto solo al alcance de los mejor preparados. La fortaleza mental, de cuello para arriba, será tan importante o más que las fuerzas físicas, de cintura para abajo, para digerir lo que pudo ser y no fue, en la primera de las dos eliminatorias de promoción. Será tiempo de cuidar todos los detalles como las tarjetas rojas en Liga. No lo será menos importante el de las lesiones e incluso la posibilidad de que se interrumpa, de nuevo, la competición en Primera y Segunda, por un rebrote epidemiológico, indeseado por todos, pero no improbable para nadie.

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