Estoy cansado de suspender actividades, de no tener respuestas para mi gente cuando me preguntan cuánto queda, qué medidas se van a tomar, hasta cuándo se van a prolongar las ayudas y todo eso por lo que cada uno de los alcaldes de este país pasamos a diario. Y cansa porque no podemos despejar incógnitas, porque en muchas ocasiones, quizás demasiadas, vemos cómo las administraciones superiores deciden cosas, anuncian otras, toman medidas que no consultan y que luego derivan precisamente a los ayuntamientos, como si tuviésemos un cajón mágico del que sacar fondos, medios y, lo peor de todo, explicaciones que no podemos dar a nuestros vecinos.

Pero por encima de todo estoy cansado de buscar fórmulas con las que dar con la tecla de apelar a la conciencia. Y no lo consigo. Ya no sé si los mensajes deben ser en redes sociales, disfrazado, en video o cantando un rap, y estoy dispuesto a casi todo, con tal de que jóvenes y mayores tomen verdadera conciencia del peligro, del riesgo, del problema que supone no tomar las medidas mínimamente necesarias para evitar contagiar, propagar, extender un virus que posiblemente ni sepamos que portamos.

Lo malo que tiene la Covid19 es que no avisa. Lo bueno es que con distancia social, mascarillas y reduciendo el contacto a lo estrictamente necesario es controlable.

Entiendo que es duro que una sociedad como la nuestra, con el carácter típicamente español que nos hace diferentes, amables en la mayor parte de los casos, abiertos y solidarios, decirnos ahora que no podemos tocarnos, abrazarnos, compartir buenos ratos con pandillas enormes, pues es sencillamente quitarnos de un plumazo nuestra forma de ser. Pero también cambia la forma de ser la muerte, porque se deja de ser, o la muerte de un pariente en cuyo contagio hemos podido participar, porque esa es una culpa, una duda, de la que nunca te puedes librar.

Tampoco veo justo que señalemos únicamente a los jóvenes de dieciocho a veintipocos años, porque los otros jóvenes más creciditos y los menos jóvenes sobradamente maduros, también participan de ese festín de reuniones típicas de verano en un momento que no es típico, sino inusual, peligroso y traicionero.

De verdad que quiero volver a programar fiestas, actividades, rutas de senderismo, conciertos y mil y una cosa más, pero si hay riesgo de contagio, si la Covid nos gana terreno, no haremos más que agravar esta situación, retrasar aún más la vuelta a la normalidad y empobreciéndonos cada vez más.

Mascarilla, distancia e higiene. Evitar reuniones multitudinarias, conseguir que los jóvenes de todas las edades se conciencien, aunque sea por no tener que escuchar los constantes reproches de los demás. Con eso lo frenamos, y luego ya los políticos nos ocuparemos de aquellos que se están escondiendo en esta pandemia entre anuncios sin más contenido que los titulares que los sustentan. Ya nos ocuparemos de esos que lanzan al aire medidas geniales, que luego quieren que los ayuntamientos pongamos en marcha mientras intentan boicotear la poca entrada de dinero público que podamos tener para atender una emergencia, que se está haciendo interminable por falta de verdadera concienciación.

Seamos sensatos todos, porque esto cansa, pero sobre todo se vuelve muy peligroso. Demasiado peligroso.

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