Miguel Cantón Checa (Almería, 1928-2004) fue un pintor de obra prolífica, miembro del movimiento indaliano, desde el cual fue desarrollando su propio camino creativo, marcando un estilo personal, lo que no le supuso abandonar las señas características de sus orígenes, sino que lo convirtió en unos de los representantes más genuinos de ese movimiento.

En la pintura de Cantón Checa la tierra y el cielo siempre están presentes. Ocres, naranjas y azulados veteados, conforman la estructura de sus piezas, en los que encaja rudas edificaciones, refugios protectores de sus habitantes, gentes sencillas, arraigadas en el entorno, que transcurren en sus sombras, como fantasmas, siluetas pasajeras que los días devoran hasta su extinción, siendo las fachadas testigos de sus emociones, deseos y frustraciones, mas eran felices, y aceptaban la realidad humilde, en su resignación de la existencia. Las huellas del deterioro del ciclo de las horas aparecen como ruinas de la memoria, en sus paredes de restos encalados. En ellas es donde se organiza el ritmo interno de las composiciones. Cuando bulle la vida las gentes aparecen fluyendo en el entorno, ajenas a todo, las fachadas encaladas, de construcciones simples y geometría sometida a la imperfección de la recta, hundida en el color, donde el azulado se refleja, conteniendo la luz que circula, reverbera, estalla y ciega, ocupando en su marejada los resecos campos agrestes, presa del viento, en la soledad perenne, lugar donde la vista no se distrae, percibiendo el baile de las ánimas. Cuando la ruina del recuerdo se hace patente, el ocre devora el antiguo albor, impregnándose en las superficies; vacío y olvido es la sensación imperante, y en medio los habitantes que como duendes desfilan en sus espacios.

Otras veces presenta como espejismos terrenos cultivados, bancales cuyos trazos son más bien arañazos hechos al terreno, en la lucha constante por arrancar algún fruto de sus entrañas. Son campos ondulados, sometidos al peso de la aridez del clima, expuestos como una estampa delicada en peligro de ser deshecha.

La tierra es reflejada rugosa en sus cuadros, plegada, áspera, con moles poderosas, gigantes dormidos que advierten de su fuerza.

La pintura de Cantón Checa es recia, sometida a colores vigorosos que se difuminan en el vacío del paisaje, envuelto en claridades gastadas, que reproducen el ambiente neblinoso de las vendavales inclementes. Este pintor desarrolló, en cada una de sus obras, un relato limpio, preciso y sobrio.

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