Los amoríos de Rocío Carrasco, Rociito en los medios de aquella época, se convirtieron en el gran cebo de los primeros programas del corazón, como Tómbola o Qué me dices. La que era protegida de María Teresa Campos, chica caprichosa y con todas sus inseguridades, era perseguida y masacrada por sus rebeldías maternas y la tozudez por un romance que terminó fatal, conocidos los testimonios de ella al cabo de tantos años. Rocío Carrasco quedó carbonizada de tanta exposición cardíaca y el desenlace fatal de Rocío Jurado hizo saltar las relaciones personales. Llama la atención que todo el arte e inspiración de los Mohedano quedaran en el seno de la matriarca y que nadie de su familia haya despuntado por la mínima siquiera en el apartado del arte.

Más allá de Rocío Jurado el resto de su familia, incluso su lamentable ex yerno Antonio David, han vivido (y bastante bien) por sus existencias de personajes populares y han convertido sus vidas en un negocio rentable. Rocío Carrasco estuvo apartada, guardiana del legado. Fue valiente en su reciente testimonio, aunque tras haber sufrido tantos malos tratos parece haber encontrado una veta definitiva para seguir siendo la famosa de primera línea y talonario jugoso que el talento, la falta de talento, le arrebató. Su cuestionada hija, nieta de la cantante, ya encontró ese camino por vía paterna, y Telecinco mediante, siempre habrá a mano un reality, una productora y un deluxe. Pero lo de la docuserie ha sido un filón aún mayor del que nadie podía prever.

Con todos sus desgarros personales, comprensibles y de sentimiento solidario, y miserias, Rocío Carrasco parece ver que hay mucho más que explotar en su faceta de maltratada oficial de España y dolorosa pródiga de Chipiona. La parentela huele de lejos que toda esta sangre les puede dar un rédito casi hasta el infinito.

La denuncia de una noche fue sobrecogedora. Extenderla durante tantos capítulos y futuras temporadas termina siendo deleznable, por mucho sufrimiento que se pronuncie.

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