La pintora se adentra en el denso cosmos del ambiente, para explorar las esencias que lo sostiene, recorriendo senderos sinuosos, ocultos en los pliegues de la luz .

María José Moreno es una creadora inquieta y prolífica, cuya obra siempre gira en torno a la realidad primigenia del paisaje del Cabo de Gata. Ahonda su mirada en los campos abiertos, sumidos en la luz cegadora, que aparece turbia por el efecto de los remolinos polvorientos, el cielo y el azul de sus costas. Este efecto hace que se produzca un espacio neblinoso, de luminosidad turbia, arrasada por los vientos, calor apelmazado en verano que arrasa ardiente todo a su paso, o cortante y desabrido en invierno.

La autora siente el paisaje, se funde en él, y quiere expresarlo a través de sus piezas, configurando un lenguaje sensitivo, sencillo y directo, que consigue penetrar en el entendimiento. Utiliza una iconografía visual portadora de un gran peso emotivo, gracias al cual consigue que el espectador penetre en el sentido de su obra, la comprenda y sea atrapado en las evocaciones que sugiere.

En el relato de María J. Moreno se aúnan cielo y tierra, lo eterno y el fluir constante, la tradición y la libertad, conjuntados ambos elementos por el torbellino luminoso que todo lo anega, o si no por la humedad de sus atardeceres, tristes y solitarios de invierno. El mar, como testigo mudo, todo lo ve, y participa del encuentro entre la permanencia y el cambio. Este es el distintivo del lugar, excelentemente narrado por esta pintora en las composiciones que ofrece.

Como motivo que justifica el concepto central del relato expuesto, recurre a los textos brillantes de José Ángel Valente, gran místico de la Luz, enamorado de Almería y sus tierras. El poeta cantó la libertad aérea de los campos despejados, el roce del viento, cuando con sus silbos nos cuenta historias interminables sobre los lejanos parajes de su procedencia, extasiado ante el albor cegador que lo cubre todo, bajo la cúpula azul. Es por lo que en unos de sus textos se postra exhausto ante la inmensidad del espectáculo, pues este conjunto descrito no es la imagen objeto de su devoción, sino la posibilidad que ofrece su desnudez para que el espíritu muestre su plenitud, no se distraiga, y busque el rastro del Amado.

Comprende muy bien María J. Moreno esta idea, expresándola con sobriedad, equilibrio, limpieza visual y alto grado de sensibilidad, soltura y alegría, utilizando como símbolos las raíces, el vuelo de los pájaros y el viento perenne.

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