A raíz del apreciable (y cuestionable) aumento de la subvención pública de RTVE a 472 millones anuales el siempre certero maestro Carlos Colón evocaba ayer en este periódico los contenidos culturales y de interés social que se programaban desde Prado del Rey. En la agonía del franquismo, paradójicamente, su altavoz directo en las casas aportaba espacios de calidad y una intención de servicio público y atención al ciudadano que ahora debemos encontrar a cuentagotas en nuestras cadenas públicas, la de por allá y la de por aquí. Son corporaciones al servicio del aplauso de quien ostenta el poder, enrevesadas en un asfixiante funcionamiento interno por la tensión de intereses encontrados. El resultado son canales que están lejos del 10% de audiencia. Y sus responsables están más preocupados por maquillar las escuetas cifras, con cortoplacismo de atajo, que por planear una estrategia de compromiso y proximidad con la sociedad. No es de extrañar que la cadena que más vela por entender a la clase media, Antena 3, sea líder en los informativos. Con cifras reales. Día a día. Sin represaliar.

Parte de la parrilla de TVE no sólo era interesante en los años del franquismo (pese a la censura), sino que consolidada la democracia siguió siendo una herramienta útil y valiosa (como ejemplo, perviven programas como Documentos TV, En portada o Metrópolis). Con la pérdida del monopolio, para no ceder ante las privadas, se optó por el endeudamiento masivo y jugar con las mismas armas de la vulgarización. Eso fue con el declive felipista y empeoró con el aznarismo. Y hasta hoy.

Carlos Colón evocaba La clave de José Luis Balbín, con toda la razón, como muestra de un programa de debate y opinión, diálogo y comentarios expertos. El guerrismo, por cierto, se lo cargó. Pero ahora llega Jesús Cintora, con toda su troupe depedrojotas y analistas de circo, ricos a costa de la confrontación, el ensañamiento y el extremismo que nos han conducido a este túnel sin salida. Lo llaman Las cosas claras. Y la toxicidad espesa. Más ferrerismo, no.

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