Volvemos a votar. Nos convocan otra vez a unas elecciones pasadas ya de moda. Es como repetir vestido en varias bodas, usar un bolso vintage o poner media suela a unos zapatos. Volvemos a votar sin la ilusión de estrenar unos políticos que hagan algo nuevo, esos políticos que huelen a lo mismo que recalentar la comida del día anterior en el microondas conociendo ya a qué sabe.

Vamos a una campaña electoral obsoleta. Ya no sirven los eslóganes de futuro ni esperanza. Nos hemos acostumbrado a los carteles que ensucian nuestras ciudades con sus caras anodinas y sus lemas gastados. Dan hastío cuando te los encuentras a la vuelta de una esquina, en sus posados insuperables de falsedad, en sus sonrisas mediocres, todos juntos repartiéndose los muros de la vanidad y del negocio deplorable en el que han convertido la política, nada que ver ya con servir a los demás. Esto es lo que tiene convocar elecciones año tras año. La desidia que provoca vivir en una perpetua campaña electoral. Ya ni las banderas nos emocionan en sus manos ni en sus vítores, ni los gritos desde un púlpito que decoran según el color de la ideología menos ideológica. Gritos que piden un voto útil para que nos gobiernen un puñado de inútiles que no son capaces de crear aquello que parece que no hace falta tener ya, un gobierno. Meses y meses de lo que llaman "en funciones" pero que no funciona. La economía va en picado, tanto como el Falcon aterrizando. La natalidad baja por segundos, los locales vacíos se llenan de grafitis en sus persianas cerradas, se alquilan naves por doquier en los polígonos industriales, se recorta la educación, la limpieza, la policía, la sanidad... y el turismo.. ¡Ay, el turismo! Ese que dicen que mantiene a media España, cuando por ejemplo en Sevilla no supone más que el 17% de los ingresos. Ese cochambroso turismo que invade Sevilla como si fuera una Expo eterna donde triunfa el efímero Pabellón del Alcázar.

Estamos cansados, muy cansados de escuchar siempre el principio de un cuento y nunca el final. Nos dormimos como niños que ya no pueden más de agotamiento después de las primeras frases de nuestros políticos, sabiendo que nunca llega el "colorín colorado, este cuento se ha acabado". Debe ser precisamente eso: que España les parece ya un cuento, no una gran Historia.

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