Una vez acostumbrado al surrealismo, es difícil que a uno le sorprendan. La Universidad de Almería, por ejemplo, tardó cinco semanas en comenzar las clases de manera presencial, ya que estaban elaborando el protocolo. Esas cinco semanas (más los meses desde que se suspendieron las del pasado curso) dan para hacer un buen protocolo, limitándose éste al uso de mascarillas y no dándole importancia a que no se incumplan algunas de las medidas que día sí y día también han indicado las diferentes autoridades durante meses. Esta introducción no es fruto de un calentón, sino que sintetiza lo que es este país. En la universidad los profesores echan la culpa a las facultades, mientras que éstas pasan la patata caliente a los docentes de la situación, en la que se finaliza una clase virtual a las 18:00 horas y a la misma hora comienza otra presencial de la misma asignatura. Lo de pasarle el marrón a otro es algo en lo que ya se está acostumbrado y que con tantas instituciones (a más, más trepas) se producen escenarios que no se entienden. Por ejemplo, en la capital no se pueden celebrar encuentros con público, pero El Ejido 2012 puede actuar ante 600 espectadores, como si en aquel municipio no hubiese virus. ¿Que no hay peligro en organizar un evento deportivo con público? Igual de peligroso será hacerlo en apenas 40 kilómetros. De haberse mantenido en Segunda División, el Deportivo no hubiese podido jugar sus partidos en casa con público, pero al haber descendido, ya sí lo tiene permitido, al organizar la competición la REFF. ¿Y si hubiese terminado ascendiendo el Almería B hace unos meses? Hubiese jugado en Segunda B sin público, al haberlo decidido así el Ayuntamiento de Almería. ¿Es normal tantas incongruencias y desventajas? ¿Es peligroso meter público y periodistas en LaLiga, pero no en la Champions en el mismo estadio? ¿Por qué la RFAF crea una burbuja entre niños del propio club, con catorce días sin poder salirse del mismo grupo, pero sí se puede juntar éste con otros de otros clubs?

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