Se puso su camiseta del Almería encima de la sudadera. La misma que le regalé hace un par de semanas, viendo la afición al fútbol que, a sus escasos siete años, estaba empezando a gestar. Sacamos una entrada para él y se vino con nosotros al Almería-Villarreal. Quería ver, sobre todo, a Fornals y a Asenjo, ajeno, a su escasa edad, a que hay jugadores en la plantilla del conjunto castellonense con mucho más peso que ellos y que forman parte de la historia del fútbol español, como Santi Cazorla, campeón de Europa en 2008.

Rebosaba ilusión en los instantes previos y pasó el choque sorprendido, viendo cómo la Grada Joven se desgañitaba en su esquina, cómo en Preferencia arrancaban con unas palmas o el bullicio generado en cada ocasión de gol. Con el heroico 3-3 de Sekou y el estallido general tras 97 minutos inolvidables de fútbol, Hugo, mi primo, desbordaba felicidad en brazos de mi tío Carlos. Ambos nos acompañaron a mis hermanos, a mi padre y a mí en una tarde que quedará en la retina de los aficionados rojiblancos durante muchísimos años. El día en el que el Mediterráneo vio seis goles, revivió lo que es recibir a un equipo de competición europea, ovacionó a un mito como Cazorla y contempló una reacción épica de un equipo inmensamente inferior al Villarreal, pero extremadamente motivado y comprometido.

Quiero pensar que este será uno de los primeros recuerdos futbolísticos que se guarde para sí Hugo. Y quiero pensar, también, que este Almería-Villarreal ha vuelto a avivar la llama de muchos aficionados que hacía años que no visitaban el estadio, resignados ante un club que los maltrata cada vez que tiene la ocasión de hacerlo.

La Copa sería preciosa a partido único y es aberrante a doble enfrentamiento. No hay término medio en esto. Sin embargo, partidos como el de ayer sirven para generar afición y volver a alimentar el gusanillo de fútbol de muchos. En los últimos años habíamos visto pocos duelos de este perfil. Es de agradecer que podamos volver a vivirlos.

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