Al igual que un amplio porcentaje de mis compañeros periodistas, yo soy uno de esos futbolistas frustrados que vio enquistarse su sueño en edad juvenil, cuando la realidad ya te grita que no puedes aspirar a más que a ser un tuercebotas que debe dedicarse a otra cosa si quiere convertirse en alguien de provecho. Sin embargo, a mis 26 años puedo decir con orgullo que estoy contento con lo que mi vida futbolística ha dado de sí. He visitado infinidad de estadios, tanto de la mano del Almería -ya sea como aficionado o ejerciendo mi profesión-, como en el papel de hincha neutral, disfrutando con otros clubes y viviendo con intensidad los ambientes previos a cada uno de esos encuentros. Santiago Bernabéu, Vicente Calderón, Vallecas, Coliseum Alfonso Pérez, Benito Villamarín, Sánchez-Pizjuán, Mestalla, El Arcángel, Los Cármenes, Carranza, Gran Canaria, San Mamés e, incluso, Wembley, son algunos de los estadios que he tenido el gusto de visitar. Todos ellos con un denominador común: ninguno tiene un videomarcador más grande que el que disfrutamos en Almería. Paradójicamente, todos le dan mejor uso que el club andaluz. La falta de iniciativa que la entidad presidida por Alfonso García muestra en todos los ámbitos se hace extensible, como no podía ser de otra manera, al luminoso de su estadio. Es habitual ver cómo la mayoría de los equipos emplean su marcador para proyectar vídeos motivacionales grabados durante la semana, poner la letra del himno para incentivar que la gente lo aprenda y lo entone o llevar a cabo diferentes juegos con la afición. En Almería ni siquiera podemos enterarnos a través de nuestras gigantescas pantallas de los resultados de otros encuentros. El actual uso de este colosal videomarcador no dista mucho del que le dan en los campos del fútbol modesto, donde, con suerte, disponen de una pequeña pantalla en la que poner el tiempo del partido y el resultado. En el Mediterráneo gozamos de un lujo al que no se le da apenas uso. Es lo que tiene vivir instalados en el conformismo y la falta de afán de mejora. No es nada nuevo en Almería.

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