Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

Dependencia digital

Todos somos dependientes del teléfono móvil. Eso es una realidad innegable y habrá mucha gente que diga que no, que critique a otros por andar mirando la pantallita todo el rato e intente dar lecciones, pero me gustaría verles mientras están sentados en el trono del baño o con insomnio de madrugada. No creo que se pongan a hacer papiroflexia. Esa hipocresía es típica de la gente que te suele recriminar que publicas muchas cosas en las redes sociales, pero si ellos lo saben es porque lo han visto, así que ya han dedicado prácticamente el mismo tiempo que tú a Facebook o Instagram, pero desde las sombras, solo como mirones, que no sé qué es peor. No podemos negar que dedicamos muchas horas del día a lo digital, ya sea por trabajo, por ocio o por ambas, porque todo se puede ver y gestionar ya desde ese aparato inalámbrico desde el que podemos saber qué pasa en el mundo sin tener que conectar con el mundo de forma directa y natural. Y ese sí que es el gran problema. Cuando compartimos unas cañas con los amigos, a veces solo estamos físicamente, porque nuestra mente está en otro lugar, pensando qué escribirles por whatsapp a otros amigos en el grupo chorra que se creó para comprar un regalo de cumpleaños a Pepico. En ocasiones estamos ausentes pese a estar con nuestra gente a pocos centímetros y eso es algo que claramente debemos evitar. Pero el móvil, sus aplicaciones y demás herramientas también nos facilitan la vida día a día y no es justo demonizar su uso, siempre y cuando sea relativamente productivo. Ahora nos organizamos mejor para comprar un regalo, devolver al instante los diez euros que nos puso un colega para pagar la cuenta en el restaurante, podemos reservar más rápido un viaje, enterarnos de los resultados de un partido de Preferente nada más acabarse y buscar una información específica para un reportaje en unos pocos segundos. El móvil es una herramienta de trabajo muy útil, al igual que las redes sociales, y hay que asumir que lo digital ya forma parte de nuestra vida real, pero hay que gestionarlo con cabeza.

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