Análisis

Francisco García Marcos

Deporte rico, deporte pobre y pandemia

El pasado domingo 4 arrancó la temporada en el balonmano modesto. Bahía de Almería jugó en casa contra Corazonistas, un equipo procedente del Madrid recién confinado. Por descontado, los chicos capitalinos no portaban un mal bíblico del que hubiera que huir despavoridos. Tampoco es que hubiera otras opciones. Sencillamente, la RFEBM ha decidido que arranquen sus competiciones, medida comprensible para su propia supervivencia. Esa ha sido la regla en el balonmano y en otros deportes. Si desaparecen sine die, pueden quedar más que maltrechos por años. Ninguna de esas consideraciones evita una cuota significativa de riesgo, eso es evidente. Además, los implicados tienen vida más allá del parqué. Son jugadores, naturalmente, pero también estudian, trabajan, entrenan a chavales, algunos tienen hijos y todos conviven con personas mayores. Infectarse, y transmitirlo dentro del vestuario, supone una seria amenaza para la supervivencia de sus clubes, de por sí humildes, especialmente debilitados con la pandemia. Como el balonmano, todo el deporte modesto ha dado un paso al frente con los ojos cerrados, rogando a Dios que se apiade de ellos. Sucede esto cuando se están disputando la final de la NBA o Roland Garros en sus correspondientes burbujas, herméticas y lujosamente protegidas. No deja de ser una metáfora sobre el deporte, más allá incluso de los estremecedores tiempos que corren. Las grandes ligas nacionales llevan meses haciendo PCR sistemáticos a todas sus estrellas, a las que tienen pertinentemente monitorizadas y atendidas en caso de necesidad. Resulta inevitable sensibilizarse ante este acusado y desolador contraste. La preocupante excepcionalidad de los días que nos ha tocado vivir quizá pueda servir como reflexión ecuánime acerca de estos deportistas, sus clubes y las siempre complicadas circunstancias entre las que se desenvuelven. Para empezar, no está de más recordar que deporte modesto suele ser sinónimo de deporte base. Es ahí donde, con frecuencia, están las canteras de las que se nutrirán, tarde o temprano, las élites que terminan atrincheradas en las correspondientes burbujas. Para continuar, el deporte siempre comporta una forma de ocio cargado de valores, como mínimo. Por último, su extraordinaria repercusión sobre la mejora de la salud constituye sencillamente una evidencia, que ya no es materia de debate. La pandemia ha abierto un amplio abanico de urgencias sociales, a las que han tratado de responder los poderes políticos. Lo habrán hecho con mayor o menor acierto, en premura o con retraso. Pero el caso es que han extendido el paraguas de la protección estatal a muchas actividades sociales directamente afectadas. A mí me falta el deporte modesto en ese listado de protección institucional, por su proyección social, por su repercusión sanitaria, por ser una parte sustancial de la vida de millones de españoles.

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