La televisión no para de reciclar artistas que no tienen donde serlo. Cantantes o actores, incluso diseñadores o pintores, acosados por la crisis económica, huyen despavoridos desde sus escenarios naturales hasta los platós televisivos, afrontando retos que jamás se habían imaginado tener que soportar.

Esto no es nuevo de ahora, no lo ha traído por primera vez el Covid ni la consiguiente suspensión de los conciertos u obras de teatro. Esto viene de los últimos años, de que vender discos, llenar los auditorios o agotar la ropa de sus creadores, es tremendamente difícil, sólo al alcance de las verdaderas estrellas. Y estrellas, lo que se dice estrellas, hay muy pocas.

Cuando una carrera se viene abajo, cuando al artista le toca vivir la cruda realidad de que el público no es tanto como esperaba, cuando la taquilla está floja y en los asientos hay calvas, la salvación está en un mánager avezado y largo de recursos que coloque a su representado en una de esas aventuras televisivas en las que su pupilo encuentra posibilidades de hacer de todo menos lo suyo propio. Así, por ejemplo, los cantantes ya hacen de todo menos cantar. Y los actores se emplean en lo que haga falta, pero sin pretender interpretar a un personaje, salvo a ellos mismos reinventándose.

En estos años les hemos visto saltando desde trampolines, participando en concursos lingüísticos, disfrazándose anónimamente para ser identificados, haciéndose pasar por otros como meros imitadores, sacando chismes amorosos de sus propios escarceos… Y ahora un desafío.

Ya anunció hace años Víctor Manuel que lo de ser artista acabaría compaginándose y hasta apoyándose en otra profesión. Quizás alguien que persiga cantar por las noches, haya de ser funcionario por las mañanas o dependiente de una tienda. ¿Se imaginan en un mostrador siendo atendidos por un famoso?

-Perdone, yo le conozco… ¿Usted no es… claro que sí!!! ¿Le importa hacerse un selfie conmigo?

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