Análisis

Francisco bautista toledo

Diego Bonillo y su pintura

El pintor aborda la extensión del cuadro con furia, queriendo romper el recuerdo, la huella de la memoria que encadena el futuro, para transformarlo en un extenso campo de libertad, espacio de búsqueda en el que el fondo del color promete realidades infinitas, campos sinuosos de siluetas sugeridas, mares de cromatismo feliz, que insinúa múltiples sensaciones, evanescencias de la conciencia hacia territorios ajenos a la contingencia. Rómpase la memoria y contemplemos el futuro imaginado, parece decirnos el artista.

Diego Bonillo, Huércal-Overa 1954, posee una gran fuerza expresiva reflejada en sus composiciones, construyendo relatos de compleja estructura y riqueza narrativa, gracias a la variedad de materiales utilizados en sus obras de técnica mixta. Su vocabulario expositivo es rico, variado, diluyendo la realidad de la figura en sinuosas apariencias que se desvanecen en el seno del color imperante, sin estridencias ni destellos rompedores del sosiego dominante en el cuadro. Quiere elaborar el pintor un trabajo plástico donde la forma de la rememoración, definida con el detalle, se difumine y convierta en sensación, flujo de los sentidos suave y envolvente, que no por ello esconde el ímpetu depositado por el autor, pues el temblor de la obra se percibe en el fondo sublime que sostiene su trabajo plástico.

Es poderoso su influjo, atrae y atrapa la mirada, sumergiéndola en su aventura exploratoria, sometida al traqueteo de los impulsos impregnados por el autor, traspasada la puerta serena de la faz tranquila de los tonos, que como neblina oculta la realidad verdadera.

Consigue este creador plástico construir una propuesta inteligente, en la que presiona la densidad de ideas y perfiles insinuantes, interpretados como texto sensitivo de un poema barroco, en cuyos giros y encadenamientos estalla el resplandor del pensamiento florecido.

La producción artística de Diego Bonillo es el resultado de su larga experiencia pictórica, cristalizada en piezas de intensidad expresiva que se funde en una ingeniosa visualización ambivalente, en la que se yuxtaponen de forma cíclica placidez y caos, tiempo y eternidad, unidos por una lírica brumosa que incorpora magia en el conjunto plasmado en cada pieza.

Este artista es además un dinamizador, desde su ciudad de nacimiento, de las Artes Plásticas almerienses. Supera la mirada de la luz y el paisaje descarnado, sea real o abstracta, para convertirla en entidad plástica intelectual transcrita en un cuadro. Sólo un maestro sabe hacerlo así.

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