Da igual si cuando leas esto es domingo por la mañana, lunes por la noche o sábado por la tarde. Mi sensación y quizá la de muchos es la misma cada día, como en la peli de Bill Murray. Todos los días parecen el mismo, son como domingos: te despiertas antes o después sin mucho que hacer, así que -según la hora que sea o si tocaba cambiarla precisamente esta madrugada- das más o menos vueltas en la cama. Desayunas en casa y, en mi caso, sacas al perro. Pero una vuelta corta y rápida, como si fueras con prisa para hacer algo después. Pero ese algo no es nada. Ese algo es lavarte las manos muy bien, como si vinieras de tocar la camiseta del equipo que más odies. Y ese algo que parece nada se convierte, varias veces al día, en tu tabla de salvación, tu escudo protector. El domingo sigue avanzando lentamente, pero no hay ni va a haber fútbol ni otros deportes que te gustan, ni en la tele ni fuera. Te toca hacerlo a ti, pero en tu salón. Practicar sillón ball de verdad: rodillo, bici estática, gimnasia… Cada cual lo suyo. Comes y cenas por supuesto en casa. Entre medias, la tarde de domingo se hace eterna. Pero a las ocho menos dos minutos, todos los domingos, tus vecinos empiezan a asomarse y aplaudir en los balcones. Desde el primer día les sigues el juego, más o menos entregado. Por sanitarios y todos los que nos están salvando de esta eternidad de dos semanas siendo domingo, de las dos que están por venir y de las que quizá vengan después. Mientras llega el lunes, la mayor de mis aficiones ya no es el fútbol o el deporte. Es contar las razones para seguir sano y fuerte. Y en eso, igual que pasa con las personas solidarias, faltan dedos. Que la unión que encabeza las siglas del equipo de nuestra tierra nos lleve hasta despertarnos en un nuevo día. Y que todos lo veamos y lo celebremos como la mejor de nuestras victorias. Unión de por vida, Almería. ¡Salud!

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